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– ¿Dónde vas a anotar mis horas?

– Eso, señorita, no es de tu incumbencia. Ahora, andando. Nos espera trabajo a las dos. Hay que recoger el centro y sólo estamos tú y yo para hacerlo.

– ¿Aquí no trabaja nadie más? -preguntó Ness, incrédula.

– Lo que, afortunadamente, hace que el día esté lleno de actividades -dijo Majidah.

Ness pensó que su forma de verlo iba a ser muy distinta. Pero encontró la fregona, el cubo y el Ajax, y se puso a limpiar el suelo de linóleo verde del centro infantil.

Había cuatro habitaciones en totaclass="underline" cocina, almacén, baño y cuarto de actividades, y los espacios que estaban más llenos de polvo y suciedad eran los dos a los que tenían acceso los niños. Ness fregó el cuarto de actividades, donde había mesas y sillas pequeñitas repartidas por el suelo, pegajoso por los líquidos derramados. Hizo lo mismo con el baño, y se estremeció al pensar qué implicaban aquí los diversos líquidos derramados. Bajo la supervisión de Majidah, pasó a fregar la cocina. El almacén, le dijo la mujer, sólo necesitaba que lo barriera a fondo y después podía sacar el polvo de las estanterías y los alféizares, así como limpiar las persianas de lamas torcidas.

Ness lo hizo todo a regañadientes, murmurando y lanzando miradas de reojo a Majidah, a las que la mujer pakistaní no hizo ningún caso. Sentada al escritorio, a un lado de la sala, estaba ocupada con dos horarios: el de Ness y el de los niños. Interpretó la llegada de la chica al centro infantil como un regalo de los dioses, y tenía pensado aprovecharlo. Cómo se sintiera Ness al respecto no era problema suyo. La experiencia le había demostrado que el trabajo duro no mataba a nadie, ni tampoco aceptar lo que la vida te depara.

* * *

En cuanto Ness recibió su sentencia, Kendra quedó con Cordie para que la aconsejara. Fue a su casa en Kensal Green, donde Cordie había aceptado participar en la merienda imaginaria que sus dos hijas habían preparado en el jardín. Atípicamente, Manda y Patia se habían decidido por un tema real para el evento, con Manda en el papel de monarca -casquete antiguo, guantes de encaje y un bolso enorme colgado del brazo- y Cordie y Patia interpretando a un público agradecido y totalmente plebeyo invitado a compartir Fanta de naranja servida en tazas de porcelana desportillada (cortesía de la tienda benéfica), cuencos de patatas (del sabor preferido de Patia, que resultaba ser cordero y menta), una bolsa de palomitas de queso vaciada en un escurridor de plástico colocado en el centro de la mesa destartalada y un plato de galletas rellenas de mermelada de naranja con pinta de desmenuzarse fácilmente.

Cuando Kendra llegó, Manda, que al parecer sufría cierto grado de confusión acerca del respeto que exigía el papado, así como del exigido por la monarquía, estaba ordenando imperiosamente a su madre y a su hermana que besaran su anillo. La niña estaba de pie sobre una hamaca en lugar de sentada en un trono y, atrapada en un papel para el que claramente había nacido, en cuanto las invitadas acabaron de besar su anillo, pasó a dar instrucciones sobre cómo tenían que colocar el dedo meñique cada una al coger la taza de té. Patia declaró que todo aquello era una estupidez y exigió ser ella la monarca. Cordie la informó de que había perdido, de forma justa, en el lanzamiento de la moneda, así que seguiría jugando hasta la próxima vez, cuando, cabía esperar, tendría mejor suerte.

– Y nada de mohines -le dijo Cordie.

Cuando Cordie atisbó a Kendra -a quien Gerald, que estaba viendo un partido del Mundial de Fútbol retransmitido desde las Barbados, había abierto la puerta y había conducido al jardín-, le pidió permiso a su majestad para hablar con su amiga. La niña se lo concedió a regañadientes, y luego decretó que Cordie no podía llevarse su taza de té. Cordie hizo una reverencia y se retiró con la humildad adecuada. Se reunió con Kendra en el pequeño patio que dibujaba un cuadrado justo delante de la puerta del jardín. Hacía buen día y, en los jardines que había a ambos lados del de Cordie, las otras familias disfrutaban del tiempo con comidas al aire libre, música al aire libre, conversaciones al aire libre y alguna que otra discusión. El ruido de todo aquello flotaba por encima de los muros y proporcionaba un ambiente que prometía recordarles en todo momento dónde estaban, por si acaso comenzaban a pensar -como Manda y Patia- que se encontraban en los jardines de un palacio.

No había dónde sentarse, puesto que las chicas estaban utilizando todo el mobiliario de jardín para su merienda, así que Cordie y Kendra se esfumaron a la cocina. Obviando la amonestación de Gerald de que fumar podía ser perjudicial para el bebé si Cordie estaba embarazada -una advertencia a la que Cordie respondió sonriendo serenamente-, encendieron un cigarrillo y se relajaron.

Kendra le contó a su amiga la comparecencia de Ness ante el juez. También le habló de Fabia Bender y de la indicación que había recibido sobre crear un vínculo con la chica, si no quería que Ness se adentrara en un camino plagado de problemas en el futuro.

– Me parece que tendríamos que hacer cosas de chicas juntas.

– ¿Por ejemplo?

Cordie mandó una bocanada de humo hacia la puerta abierta del jardín. Echó una mirada a la merienda. Sus niñas habían pasado de besar anillos a engullir palomitas de queso.

– ¿Limpiezas de cutis en un spa? -dijo Kendra-. ¿Hacernos la manicura? ¿Ir a la peluquería? ¿Salir a comer? ¿Salir de fiesta una noche, contigo y conmigo quizá? ¿Hacer algo juntas? ¿Joyas, quizá? ¿Algún curso?

Cordie pensó en todo aquello. Negó con la cabeza.

– No veo a Ness haciéndose una limpieza de cutis, Ken. ¿Y en cuanto al resto…? Bueno, todo lo que has dicho son cosas que te gustaría hacer a ti. Tienes que pensar en lo que le gusta hacer a ella.

– Le gusta drogarse y practicar el sexo -dijo Kendra-. Le gusta atracar a ancianas y le gusta emborracharse. Le gusta ver la tele y estar tirada sin hacer nada. Ah, y le gusta exhibirse delante de Dix.

Cordie levantó una ceja.

– Eso sí es un problema -observó.

Kendra no quería convertir aquello en parte de la conversación. Ya lo había hablado con Dix y no había funcionado. Insultos para él. Frustración para ella. A la pregunta de: «¿Quién coño te crees que soy, Ken?», no había sabido qué responder.

– Tú y tus hijas tenéis una buena relación, Cordie.

– Está claro. Soy su madre. Además, han estado conmigo siempre, así que yo lo tengo más fácil. Sé qué les gusta. De todos modos, Ness es como es. Algo tiene que gustarle.

Kendra pensó en ello. Siguió pensando en ello los días siguientes. Reflexionó sobre cómo era Ness de niña, antes de que todo en su vida cambiara, y le vino a la cabeza el ballet. Tenía que ser eso, decidió. Ella y su sobrina podían empezar a crear su vínculo a través del ballet.

Ir al Royal Ballet estaba muy por encima de las posibilidades de Kendra, así que el primer paso era encontrar una representación cerca que valiera la pena ver y que, a la vez, pudiera permitirse. No fue tan difícil como había pensado. Primero lo intentó en el Instituto de Formación Profesional Kensington and Chelsea y, aunque descubrió que había un Departamento de Danza, era de danza moderna, y le pareció que no serviría. Su siguiente parada fue Paddington Arts, y allí tuvo éxito. Además de cursos y eventos relacionados con el arte, el centro ofrecía conciertos de diversos tipos, y uno de ellos era una función de una pequeña compañía de ballet. Kendra compró dos entradas de inmediato.

Decidió que sería una sorpresa. Lo llamó una recompensa por que Ness estuviera cumpliendo, sin quejarse, su condena de servicios comunitarios. Le dijo a su sobrina que se pusiera sus mejores galas porque iban a hacer una «cosa de chicas» juntas, como Dios manda. Ella también se puso de tiros largos y no comentó nada sobre el generoso escote y los quince centímetros de canalillo, la diminuta minifalda y las botas de tacones de aguja. Estaba decidida a que la noche fuera un éxito y a que se forjara entre ellas ese vínculo tan necesario.