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Al planear todo aquello, lo que no comprendió fue lo que representaba el ballet para su sobrina. No sabía que ver a un grupo de jóvenes delgadas en pointe retrotraería a Ness a donde menos quería estar. El ballet significaba su padre. Significaba ser su princesa. La colocaba a su lado caminando al estudio de danza todos los martes y jueves por la tarde, todos los sábados por la mañana. La colocaba en un escenario en las pocas ocasiones en que se había subido a un escenario, con su padre entre el público -siempre en la primera fila- con cara de felicidad y sin que ninguna de las personas que tenía a su alrededor supiera que la persona que parecía no se correspondía con la persona que era. Delgado hasta rozar la enfermedad, pero ya no estaba enfermo. El rostro disoluto, pero él ya no era disoluto. Las manos temblorosas, pero ya no por la necesidad. Se había asomado al precipicio, pero ya no corría el peligro de despeñarse. Tan sólo era un padre a quien le gustaba variar su rutina, razón por la cual caminaba por el otro lado de la calle aquel día, razón por la cual no estaba cerca de la licorería, donde la gente había dicho que quería entrar, pero no era así, no, no era así, sólo estaba en el lugar equivocado en un momento terrible.

Cuando Ness no pudo aguantar más el ballet por los recuerdos insoportables que le traía, se levantó y se abrió camino de mala forma por la fila hasta llegar el pasillo. Lo único que le importaba era salir de allí, para poder olvidar una vez más.

Kendra la siguió. Dijo su nombre entre dientes. Ardía de vergüenza e ira. La ira nacía de su desesperación. Le parecía que nada de lo que hiciera, nada de lo que intentara, nada de lo que ofreciera… Aquella chica la superaba.

Ness estaba fuera cuando la alcanzó. Se dio la vuelta hacia su tía antes de que Kendra pudiera hablar.

– ¿Esta es mi recompensa, joder? -preguntó-. ¿Esto es lo que consigo por aguantar a esa puta de Majidah todos los días? No me hagas más favores, Kendra. -Dicho esto, se largó.

Kendra se quedó mirándola. Lo que vio en Ness mientras se marchaba calle arriba no fue una huida, sino falta de gratitud. Pensó en una forma de que la chica entrara en razón de una vez por todas.

A Kendra le pareció que había que plantear una comparación: cómo eran las cosas frente a cómo podían ser. Con buenas intenciones, pero mal informada, creyó saber cómo presentar esa comparación.

* * *

Dix no estaba de acuerdo con su plan, lo que a Kendra le resultó exasperante. Su punto de vista era que Dix no estaba en situación precisamente de saber cómo llevar a una adolescente, puesto que él mismo era poco más que un adolescente. El joven no se tomó bien esta declaración -en especial porque parecía pensada, entre otras cosas, para subrayar su diferencia de edad- y, con una combinación irritante e inesperada de perspicacia y, madurez, le señaló a Kendra que daba la impresión de que sus esfuerzos por crear una unión con su sobrina eran más un intento de controlar a la chica que de tener una buena relación con ella. Además, dijo, le parecía que Kendra quería que Ness se sintiera unida a ella sin sentirse ella unida a Ness. Una especie de: «Quiéreme, niña, pero yo no pienso quererte a ti».

– Claro que la quiero -dijo Kendra acaloradamente-. Los quiero a los tres. Soy su tía, maldita sea.

Dix la miró sin alterarse.

– No digo que lo que sientes esté mal, Ken. Dios santo, lo que sientes es lo que sientes. Ni es bueno ni malo. Es lo que es, ¿comprendes? De todos modos, cómo ibas a sentirte, con tres niños que te han caído encima sin que ni siquiera supieras que iban a venir, ¿eh? Nadie espera que los quieras sólo porque tienen tu misma sangre.

– Los quiero. Sí que los quiero -se oyó gritar, y le odió por empujarla a tener este tipo de reacción.

– Pues acéptalos -dijo-. Acepta a todo el mundo, Ken. Más te valdría. No puedes cambiarlos.

Para Kendra, él también representaba algo que necesitaba aceptar y había logrado aceptar: ahí estuvo durante toda esta conversación, de pie en el baño con el cuerpo embadurnado de crema depilatoria rosa para que la piel que mostrara a los jueces de las competiciones de culturismo estuviera suave y sin un pelo de los pies a la cabeza, con una pinta de estúpido tremenda, y ella no hizo ningún comentario al respecto, ¿no?, porque sabía lo importante que era para él su sueño de conseguir una corona que para la mayoría del mundo no significaba nada, y si eso no era aceptación…

Sin embargo, Kendra no podía más. Tenía demasiadas responsabilidades. La única manera que veía de manejarlas era tenerlas bajo control, que era lo que le había dicho Dix, aunque no podía reconocérselo a sí misma. Joel era fácil, puesto que tenía tantas ganas de complacer que, por lo general, preveía cómo debía comportarse antes de que ella le comunicara sus deseos. Toby era sencillo porque su lámpara de lava y la televisión lo mantenían ocupado y contento, y respecto al pequeño no deseaba -y no podía permitirse- plantearse nada más. Pero desde el principio Ness había sido un hueso duro de roer. Había ido por libre, y mira lo que había pasado. Hacía falta un cambio y, con la determinación que Kendra siempre había aplicado a todo lo demás en su vida, decidió que ese cambio tendría lugar.

Había pasado una eternidad desde que los niños habían visto a Carole Campbell por última vez, así que la excusa natural para la comparación que Kendra quería que Ness experimentara estaba a mano. Visitar a Carole significaba que había que hablar con Fabia Bender para que aprobara eximir a Ness de ir un día al centro infantil como estaba obligada, pero no resultó difícil. En cuanto obtuvo el permiso, sólo quedó informar a Ness de que había llegado el momento de que los niños Campbell fueran a ver a su madre.

Como Kendra sabía lo improbable que era que Ness colaborara en este plan -teniendo en cuenta cómo había reaccionado la chica ante la última visita de los niños a su madre-, cambió un poco lo que habría preferido hacer. En lugar de acompañar a los Campbell para asegurarse de que llegaban hasta Carole, le encargó a Ness la responsabilidad de llevar a sus hermanos pequeños de casa al hospital, y de nuevo a casa. Aquello, decidió, demostraría que confiaba en la chica a la vez que pondría a Ness en la situación de evaluar -ni que fuera subconscientemente- cómo sería la vida si tuviera que vivirla en presencia y compañía de su pobre madre. Aquello despertaría un sentimiento de gratitud en la chica. Para Kendra, la gratitud formaba parte del proceso de vinculación afectiva.

Ness, ante la alternativa de aparecer en el centro infantil a la hora estipulada o viajar al campo a visitar a su madre al hospital, escogió la segunda opción, como habría hecho cualquier chica. Se guardó con cuidado en el bolsillo las cuarenta libras que su tía le dio para el trayecto y para los caprichos de Carole, y condujo a Joel y a Toby al autobús número 23 hasta la estación de Paddington, tal y como lo haría una joven adulta resuelta a demostrar su valía. Guió a los chicos al piso de arriba del autobús y ni siquiera pareció importarle que Toby insistiera en llevar la lámpara de lava y que arrastrara el cable por las escaleras y el pasillo, tropezándose dos veces con él mientras pasaba entre los otros pasajeros. Se trataba, en efecto, de una nueva Ness, una chica sobre la que alguien podría hacer suposiciones positivas.

Y eso fue lo que hizo Joel. Sintió que se relajaba. Por primera vez en muchísimo tiempo, le pareció que le libraban del complicado deber de cuidar de Toby, ocuparse de sí mismo y estar pendiente del resto del mundo. Incluso, por una vez, miró por la ventana, disfrutando del espectáculo de los londinenses que aprovechaban el buen tiempo: una población en peregrinaje vestida con la menor cantidad de ropa posible.