Выбрать главу

Capítulo 13

Cuando Ness abandonó a sus hermanos aquel día en Paddington, no se marchó enseguida, sino que se detuvo detrás de un kiosco de sándwiches, con la excusa de encenderse un cigarrillo que le había mangado a Kendra. Mientras buscaba las cerillas en el bolso, sin embargo, también dio la vuelta al kiosco para tener una vista de WH Smith. Aunque la tienda estaba abarrotada, no tuvo ninguna dificultad para distinguir a Joel. Su hermano se dirigía diligentemente a las revistas, los hombros encorvados como era habitual; Toby siguiéndole como siempre.

Ness esperó a que Joel estuviera en la cola de la caja, las compras en una mano, antes de marcharse. No pudo ver qué revista había elegido entre las varias que había a la venta, pero sabía que habría comprado algo adecuado para su madre, porque también sabía que Joel era así: alguien de confianza y extremadamente diligente. También era capaz de fingir lo que necesitara fingir para llegar al final del día. Pero para ella se había acabado el fingir. Fingir la había llevado exactamente a donde se encontraba ahora, o sea, a ninguna parte. Fingir no cambiaba nada y, en especial, no cambiaba cómo se sentía por dentro, llena como si fuera a reventar, como si la sangre fuera a filtrarse por su piel.

Si alguien se lo hubiera pedido, Ness no habría sabido ponerle otro nombre a esa sensación de estar llena. No habría sabido denominarlo simplemente como lo habría hecho un niño: llena de enfado, de maldad, de tristeza o de alegría. No habría sabido denominarlo de un modo más complejo: llena de la encarnación de la bondad humana, llena de compasión, llena del amor que se puede tener por un bebé desvalido o un gatito inocente, llena de ira justificada ante una injusticia, llena de rabia ante las desigualdades de la vida. Lo único que sabía es que se sentía tan llena que tenía que hacer algo para aliviar la presión que crecía en su interior. Esta presión era una constante en su vida, pero había ido aumentando desde el momento en que se había sentado entre el público en ese ballet con el entorno agrediéndola e incapaz de explicar por qué no podía quedarse a contemplar a esos bailarines bourrée por el escenario.

Necesitaba hacer algo. Era lo único que sabía. Necesitaba correr, necesitaba tirar al suelo un cubo de basura, necesitaba llevarse a un bebé de su cochecito y ponerle la zancadilla a su madre, necesitaba echar a una anciana al canal Grand Union y mirar cómo se hundía, necesitaba un modo de dejar de estar llena. Comenzó marchándose del kiosco de sándwiches y yendo al servicio de mujeres.

Hacían falta veinte peniques para entrar. Aquello hizo que Ness se enfadara de una manera tan inexplicable que le dio una patada al torniquete y luego pasó por debajo, no porque no tuviera el dinero, sino porque el hecho de que la estación de tren exigiera pagar por mear, de repente le pareció una vergüenza, por el amor de Dios, la gota que colmaba el vaso. Ni siquiera miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía entrar un poco ilegalmente a cuatro patas. De hecho, quería que la vieran, para dar una salida física a su indignación. Pero no había nadie que pudiera verla, así que entró y utilizó el servicio.

A continuación se examinó en el espejo y vio que debía hacer unos ajustes en su aspecto. Se ocupó primero de la camiseta que llevaba; tiró de ella hacia abajo y se la remetió más en los vaqueros para revelar la ondulación de sus pechos peligrosamente cerca de los pezones. Se inspeccionó el maquillaje y decidió que su piel ya estaba bastante oscura, pero que necesitaba más pintalabios. Del bolso sacó una barra robada hacía tiempo en un Boots y esta acción -sólo la barra de labios descansando en su mano- le recordó a Six y a Natasha. Pero pensar en sus antiguas amigas renovó aquella sensación deplorable de estar llena. Esta vez, la presión fue tan grande que le temblaron las manos. Cuando intentó aplicarse el pintalabios, se le rompió y entonces sintió el horror de ciertas lágrimas.

Las lágrimas implicaban una liberación de la presión y un final a esa sensación de estar llena, pero Ness no lo sabía. Ella sólo conocía las lágrimas como un signo de derrota, el último recurso y, en potencia, el último grito de los débiles terminales y los irremediablemente conquistados. Así que en lugar de sollozar, tiró el pintalabios roto a la basura y se fue del servicio de señoras.

Fuera de la estación, se dirigió a la parada del autobús, donde las vicisitudes del transporte de Londres la obligaron a esperar quince minutos al número 23. Cuando por fin llegó uno, se abrió camino a codazos entre dos mujeres con cochecitos que se esforzaban por subir al vehículo y cuando le pidieron que se apartara y las dejara entrar primero les dijo que se fueran a tomar por el culo. Dentro estaba abarrotado y hacía demasiado calor, pero no subió al piso de arriba como habría hecho con Joel y Toby, sino que avanzó hacia el fondo del piso de abajo y se situó cerca de las puertas de salida, desde donde al menos recibiría el aire fresco cuando las puertas se abrieran en cada parada. Se agarró a una barra mientras el autobús se incorporaba de nuevo al tráfico y se descubrió mirando fijamente a un jubilado, al que le salían pelos de la nariz y de las orejas como antenas minúsculas.

Ocupaba un asiento en el pasillo. El hombre le sonrió; parecía una sonrisa de abuelo hasta que bajó la mirada al pecho de Ness. La mantuvo allí el tiempo suficiente como para anunciar qué estaba observando y entonces la levantó de nuevo para capturar la de ella. Sacó la lengua, blanca por alguna especie de capa poco atractiva, y se la pasó por los labios, sin color y agrietados. Le guiñó un ojo.

– Que te jodan. -Ness no intentó hablar en voz baja. Quería darle la espalda, pero no se atrevió, ya que aquello la habría dejado desprotegida. No, necesitaba los ojos del viejo sobre ella, así que los mantuvo ahí. Si el hombre decidía hacer algún movimiento, estaría preparada.

Pero no pasó nada más. El anciano dedicó otra mirada a sus pechos, dijo «Dios mío» y abrió un tabloide. Lo colocó de un modo que la chica en topless de la página tres quedaba bien visible. «Gilipollas de mierda», pensó Ness, y en cuanto el autobús llegó a la parada más cercana a Queensway, se bajó.

No tuvo que ir muy lejos para atraer una gran cantidad de miradas. Queensway estaba atestado de compradores, pero incluso así, Ness era algo distinto. Su ropa reveladora -algunas prendas breves y otras ajustadas- exigía llamar la atención. Su expresión y su modo de andar, la primera altiva y el segundo confiado, consiguieron crear la impresión de una mujer decidida a seducir. Combinados, estos elementos le permitían proyectar un aire de peligrosidad tal que estaba a salvo de que se le acercara nadie, que era justo lo que quería. Si alguien se acercaba a alguien, sería ella.

Cuando llegó a una farmacia, entró. Igual que la acera, estaba abarrotada. Los cosméticos estaban lo más alejados de la puerta como era posible, pero era un reto que Ness no tuvo ninguna dificultad en aceptar. Fue directamente al expositor de pintalabios y examinó brevemente los colores. Escogió un burdeos oscuro, y sin molestarse a mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía, deslizó la barra de labios en su bolso en el mismo momento en que alargaba la mano para inspeccionar otro color. Pasó unos minutos más en la tienda con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos antes de dirigirse hacia la puerta. Al cabo de unos instantes, se encontraba fuera, en la acera, bajando por la calle en dirección a Whiteley's, con la misión cumplida.

Era fácil, en realidad: robar un pintalabios un día en que el resto del mundo estaba de compras y divirtiéndose a lo loco. En justicia, Ness no tendría que sentirse especialmente exultante. Pero sí se sentía así. Le apetecía cantar. Le apetecía dar una patada en el suelo y pavonearse. En resumen, se sentía totalmente distinta a como se había sentido antes de entrar en la tienda. La oleada de satisfacción que la invadía pareció alterar su esencia, como si hubiera tomado una droga en lugar de infringir simplemente la ley. Por fin se sentía liberada de la presión que la llenaba.