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Fabia se apresuró a tranquilizarla. Cuando había un familiar dispuesto, el Gobierno siempre era partidario de dejar a los niños con sus parientes. Siempre que, por supuesto, los parientes fueran adecuados y pudieran proporcionar un entorno estable en el mejor interés de los niños. «Parecía» que ése era el caso -a Kendra no se le escapó el énfasis del verbo de la frase- y Fabia lo reflejaría en su informe. Mientras tanto, Kendra tenía que leer y firmar los papeles que Luce Chinaka le había dado a Joel en el centro de aprendizaje. También necesitaba hablar con la madre de los niños sobre el establecimiento de una custodia permanente. Siempre que hubiera…

En ese momento, los perros empezaron a ladrar. Como Fabia sabía lo que significaba aquello, se puso de pie en el mismo instante en que Dix D'Court gritó desde fuera:

– ¡Ken, nena! ¿Qué sucede? ¿Llego a casa para amar a mi mujer y así me recibes?

Fabia se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta y la abrió.

– Basta, chicos -ordenó-. Dejadle pasar. -Y le dijo a Dix-: Le ruego que me disculpe. Han pensado que quería tocar el coche; les había dicho que lo vigilaran. Pase. Ahora ya no le molestarán.

Una mujer blanca en casa le decía a Dix que algo ocurría, así que no continuó con la misma actitud que había mostrado fuera. Entró, llevaba dos bolsas de la compra. Las dejó sobre la encimera, donde rebosaron verduras, fruta, nueces, arroz integral, judías y yogures. Se quedó allí, apoyado en ella, los brazos cruzados y la expresión expectante. Llevaba una camiseta, igual que las que había colgadas sobre la bañera, pantalones cortos de correr y deportivas. La ropa resaltaba su cuerpo. Lo que había dicho fuera antes de entrar en la casa indicaba qué tipo de relación había entre Kendra y él.

Tanto Dix como Fabia Bender esperaron a que Kendra los presentara. No había forma de eludir la situación, así que lo hizo tan brevemente como pudo.

– Dix D'Court, Fabia Bender, del Departamento de Menores. -Fabia anotó el nombre-. No sabía que eran tres -añadió Kendra-. Ha tenido trato con Ness, pero ha venido por Joel.

– ¿Está en apuros? -preguntó Dix-. No parece propio de Joel.

A Kendra le complació la respuesta. Sugería la implicación positiva de Dix con el chico.

– Tenía que darme unos papeles del centro de aprendizaje y no lo ha hecho.

– ¿Y es un delito o qué?

– Sólo es un punto de interés -dijo Fabia Bender-. ¿Vive usted aquí, señor D'Court? ¿O sólo viene de visita?

Dix miró a Kendra para que le diera alguna pista de qué se suponía que tenía que contestar, lo que ya fue respuesta suficiente.

– Voy y vengo -dijo.

Fabia Bender escribió algo en su libreta, pero por el modo de apretar los labios parecía evidente que las palabras «mentira» o «falsedad» formaban parte de la información que había anotado. Kendra sabía que seguramente tendría en cuenta, en su recomendación final, la presencia de Dix en la misma casa que una chica núbil de quince años. Al fin y al cabo, Fabia había visto a Ness. Probablemente concluiría que un hombre encantador de veintitrés años y una adolescente seductora conducirían a algo que se podría calificar como «problema potencial» en lugar de «situación adecuada».

Cuando acabó de escribir lo que tenía que escribir, Fabia Bender cerró su libreta. Le dijo a Kendra que le pidiera a Joel los papeles que Luce Chinaka le había dado para firmar y también que le dijera a Ness que la llamara. Cumplió con la formalidad de informar a Dix de que había sido un placer conocerlo y acabó exponiendo la suposición de que Ness no tenía un lugar privado para dormir o vestirse. ¿Era así, señora Osborne?

– Le monté ese biombo y… -empezó a decir Dix.

– Le damos la intimidad y el respeto que necesita -le interrumpió Kendra.

Fabia Bender asintió con la cabeza.

– Comprendo -dijo.

Lo que vio, sin embargo, fue algo que no comentó.

* * *

Cuando Kendra abordó a Joel, estaba enfadada y preocupada. A pesar de su intención de no hacer nada con los papeles, sermoneó al chico. Para empezar, si le hubiera dado los documentos, le dijo, no habría hecho falta que Fabia Bender pasara por Edenham Estate y, en consecuencia, la mujer no habría tenido que redactar ningún informe. Ahora seguramente habría problemas y se las verían negras para dar explicaciones, soportar investigaciones y reunirse con funcionarios. Las reticencias de Joel de llevar a cabo su sencillo deber los habían colocado directamente en las garras del sistema, enfrentándolos a todas las actividades intrínsecas que éste comportaba y que tanto tiempo exigían.

Así que Kendra quería saber en qué diablos estaba pensando al no darle los papeles que aquella mujer del centro de aprendizaje -con los nervios había olvidado el nombre de Luce Chinaka- quería que viera. ¿Entendía que ahora estaban todos a prueba? ¿Sabía qué significaba que una familia llamara la atención de los Servicios Sociales?

Joel lo sabía, por supuesto. Era su mayor temor. Pero no podía verbalizarlo, ya que si lo hacía le daría una legitimidad que podía convertirlo en real. Así que le dijo a su tía que se había olvidado porque estaba ocupado pensando en… Tenía que contemplar cuál podía ser el centro de sus pensamientos y decidió contarle que había estado ocupado pensando en «Empuñar palabras y no armas», ya que al menos era algo sano. Tampoco estaba tan lejos de la verdad.

No previó que Kendra lo animara a ir al conocer aquella afición, pero fue lo que hizo. Para ella, sería una prueba de una influencia positiva en la vida de Joel y sabía que seguramente todos los niños necesitaban influencias positivas en su vida para compensar la posible influencia negativa de vivir con una tía de cuarenta años que satisfacía sus impulsos más básicos por las noches y en dosis considerables con un culturista de veintitrés.

Así pues, Joel se descubrió asistiendo a «Empuñar palabras y no armas», mientras dejaba a Toby con Dix, Kendra, una pizza y una peli. Se dirigió a Oxford Gardens, donde un cartel escrito a mano en la puerta de un edificio de posguerra largo y bajo -que también albergaba el despacho del Departamento de Menores- dirigía a los participantes al Basement Activities Centre, que resultó ser un lugar bastante fácil de encontrar. En la entrada, había una joven negra sentada a una mesa plegable escribiendo etiquetas con nombres a medida que la gente pasaba por la puerta. Joel dudó antes de acercarse a ella, hasta que la mujer le dijo:

– ¿Es tu primera vez? Genial. ¿Cómo te llamas, cielo?

Entonces Joel notó que la sangre le subía a las mejillas. La mujer le había aceptado con total naturalidad. Le había dado la bienvenida sin parpadear.

– Joel -contestó, y contempló cómo enlazaba las cuatro letras de su nombre en la etiqueta.

– No comas galletas de crema -le dijo mientras le pegaba la etiqueta en la camisa-. Parecen suelas de zapato. Coge los bollitos de mermelada de higo. -Y le guiñó el ojo.

Joel asintió con solemnidad, esta información le pareció la clave del éxito de todo aquel asunto. Entonces se acercó furtivamente a la mesa del refrigerio situada a un lado de la sala. Había galletas y tartas en platos de hojalata y el aroma a café borboteaba en un termo. Cogió una galleta de chocolate y lanzó una mirada insegura a la gente reunida para el evento.

Joel vio que había personas de todas las razas y edades. Negros, blancos, orientales, pakistaníes e indios todos mezclados: desde ancianos a bebés en cochecitos y sillitas. La mayoría de ellos parecían conocerse, puesto que, tras saludarse con entusiasmo, se pusieron a hablar, con lo que el nivel de ruido aumentó.

Ivan Weatherall se movió entre todos los asistentes. Vio a Joel y levantó la mano para saludarle, pero no se acercó, a pesar de que Joel decidió que el mentor parecía alegrarse de verle. Ivan se abrió paso hasta una tarima delante de la sala donde había un micrófono con un taburete alto detrás. Delante del micro, había sillas de plástico amarillas y naranjas, y el movimiento de Ivan hacia la tarima fue la señal para que los participantes en el evento comenzaran a llenar las filas.