Joel se dijo que no podía ganar. No conocía los poemas y no desconocía las palabras. Aun así, no pudo evitar pensar en las cincuenta libras del premio y en lo que podría hacer con el dinero si ocurría un milagro y él resultaba ser…
El ganador fue Adam Whitburn.
– Suba aquí, recoja su premio y acepte la adulación de sus semejantes, señor mío -le dijo Ivan.
El rastafari avanzó dando saltos, todo sonrisas. Se quitó la gorra e hizo una reverencia, y las rastas cayeron sobre sus hombros. Cuando los aplausos murieron, cogió el micrófono por segunda vez esa noche y leyó su poema. Joel intentó escuchar, pero no oía nada. Tenía el convencimiento de estar hundiéndose en el agua.
Deseó huir de allí, pero estaba sentado en el centro de la fila y no había forma de salir sin pasar por encima de la gente y de los cochecitos. Por lo tanto, tuvo que soportar el triunfo de Adam Whitburn. Esperó con agonía a que la velada acabara y pudiera irse a casa. Pero cuando Adam regresó a su asiento, Ivan Weatherall volvió a coger el micro. Tenía un último anuncio que hacer, dijo, porque los jueces también habían seleccionado a un «poeta prometedor» y era la primera vez que se concedía este honor desde que el propio Adam Whitburn lo había recibido cinco años atrás. Querían dar a esta persona un reconocimiento especial, declaró Ivan. Entonces leyó el poema y Joel escuchó sus propias palabras.
– Que el autor se levante para recibir nuestros aplausos -dijo Ivan.
Capítulo 14
Poeta prometedor. Después de que acabara «Empuñar palabras y no armas», Joel aún era capaz de evocar el placer que sintió con las palmaditas en la espalda y las felicitaciones. Aún podía ver las sonrisas en los rostros de los asistentes mientras los miraba desde la tarima, y pasaría mucho tiempo antes de que el sonido de los aplausos se apagara en sus oídos.
Mientras la multitud comenzaba a dispersarse, Adam Whitburn buscó a Joel.
– ¿Cuántos años tienes, chaval? -le preguntó; cuando Joel le dijo su edad, añadió con una sonrisa-: ¿Doce? Joder. Eres la bomba, tío. -Chocó palmas con él-. Yo no junté las palabras así hasta los diecisiete. Tienes algo especial.
Joel notó que un escalofrío de placer le recorría la columna. Como nunca le habían dicho que era especial en nada, no sabía muy bien cómo se suponía que tenía que responder, así que asintió y dijo:
– Guay.
Se dio cuenta de que no quería marcharse del Basement Activities Centre, lo que significaría poner fin a la velada, así que se quedó y ayudó a apilar las sillas de plástico y meter en bolsas de basura lo que quedaba del refrigerio. Cuando terminaron estas pequeñas tareas, esperó junto a la puerta, prolongando la sensación de haber formado parte de algo por primera vez en su vida. Observó a Ivan Weatherall y a las otras personas que se habían quedado para asegurarse de que el sótano estaba ordenado. Cuando pareció que todo estaba en su lugar, alguien apagó las luces y llegó la hora de irse.
Entonces Ivan se acercó a él, silbando suavemente y transmitiendo lo que sentía, que era una gran satisfacción al término de una noche satisfactoria. Dio las buenas noches a los que se marchaban y rechazó ir a tomar un café diciendo:
– ¿Otro día, tal vez? Me gustaría hablar con nuestro poeta prometedor. -Y ofreció una sonrisa amigable a Joel.
Joel se la devolvió en un acto reflejo. Se sentía cargado de un tipo de energía que no podía identificar. Se trataba de la energía de un creador, la oleada de renovación y pura vitalidad que experimenta un artista, pero aún no lo sabía.
Ivan cerró con llave la puerta del sótano. Juntos, él y Joel subieron a la calle.
– Bueno -dijo-. Has cosechado un triunfo en tu primer «Empuñar». Ha merecido la pena pasarte y probarlo, diría yo. Esta gente no otorga ese título a menudo, por cierto, por si estabas pensando en quitarle importancia. Y nunca se lo habían dado a alguien de tu edad. Me he quedado… Bueno, para ser sincero, me he quedado bastante asombrado, aunque te aseguro que no es ningún reproche. Sin embargo, debería hacerte reflexionar y espero que lo hagas. Pero perdona que te sermonee. ¿Volvemos juntos a casa caminando? Vamos en la misma dirección.
– ¿Reflexionar sobre qué? -preguntó Joel.
– ¿Eh? Ah, sí. Bueno, sobre escribir. Sobre la poesía. Sobre la palabra escrita en cualquiera de sus formas. Se te ha concedido el poder de ejercerla y te sugiero que lo hagas. A tu edad, ser capaz de juntar las palabras de esa forma y conmover de manera natural al lector…, sin manipulaciones, sin trampas inteligentes… Sólo emoción, cruda y real… Pero estoy hablando demasiado. Vamos a dejarte sano y salvo en casa antes de planificar tu futuro, ¿de acuerdo?
Ivan lo llevó en dirección a Portobello Road y charló afablemente mientras caminaban. Lo que Joel tenía, le explicó, era facilidad para el lenguaje, y aquello era un don de Dios. Significaba que poseía un talento raro pero inherente para utilizar las palabras de un modo que demostraba su poder métrico.
A un chico cuyos conocimientos de poesía se limitaban a lo que aparecía escrito en el interior de las tarjetas de cumpleaños sentimentales, todo aquello le sonaba a chino. Pero eso no supuso ningún problema para Ivan, que siguió hablando.
Fomentando esta facilidad, le explicó, Joel dispondría de una miríada de opciones a lo largo de su vida. Porque ser capaz de utilizar el lenguaje era una habilidad fundamental que podía llevar lejos a la gente. Podía utilizarse a nivel profesional, para elaborar escritos de todo tipo, desde discursos políticos a novelas modernas. Podía utilizarse a nivel personal, como herramienta para el descubrimiento o medio para estar conectado con los demás. Podía utilizarse como salida para alimentar el espíritu artístico del creador, que todo el mundo llevaba dentro.
Joel trotaba al lado de Ivan e intentaba digerir todo aquello. Él, escritor. Poeta, dramaturgo, novelista, letrista, redactor de discursos, periodista, artista de la pluma. La mayoría de lo que decía Ivan era como si alguien que no tenía ni idea de su talla se hubiera colocado un traje enorme. El resto parecía olvidar el hecho único y más importante relacionado directamente con la responsabilidad que tenía hacia su familia. Así que se quedó callado. Le alegraba mucho que lo hubieran nombrado «poeta prometedor», pero la verdad era que no cambiaba nada.
– Quiero ayudar a la gente -dijo al fin, no tanto porque fuera lo que quería en realidad, sino porque toda su vida hasta este momento señalaba a Joel que ayudar a la gente era lo que tenía que hacer. No podían haberle tocado la madre y el hermano que tenía si debía sentirse atraído hacia otra profesión.
– Ah, sí. El plan. Psiquiatría. -Ivan giró por Golborne Road, donde las tiendas habían cerrado y los coches sucios se alineaban junto a la acera-. Aunque te decidas definitivamente por esta carrera, debes encontrar una salida creativa para ti mismo. Verás, la equivocación que comete la gente cuando se plantea su vida es no explorar esa parte de sí mismos que alimenta su espíritu. Sin ese alimento, el espíritu se muere, y en gran parte la responsabilidad que tenemos para con nosotros mismos es no permitir que eso ocurra. De hecho, plantéate qué pocos problemas psiquiátricos habría si todas las personas supieran realmente qué hacer para mantener vivo en ellas algo que pudiera afirmar la esencia de lo que son. Ésta es la función del acto creativo, Joel. Benditos sean el hombre o la mujer que lo saben a una edad tan tierna como la tuya.