– La obvia: que no hay que ignorar algo extraño y supurante que te sale en el cuerpo. Sabe Dios en qué puede acabar.
Joel no sabía cómo interpretar aquello. Sólo parecía haber una pregunta lógica.
– ¿Por qué haces todo esto? -preguntó.
– ¿Todo…?
– Eso de «Empuñar palabras». Hablar con la gente como lo haces. Acompañarme a casa, incluso.
– ¿Y por qué no? -preguntó Ivan. Habían ido caminando por la acera y ahora doblaron la esquina de Edenham Way-. Pero eso no es una respuesta, ¿verdad? Basta con decir que todo hombre necesita dejar su marca en la sociedad en la que ha nacido. Ésta es la mía.
Joel quería seguir preguntando, pero habían llegado a casa de Kendra y no había tiempo. En los escalones, Ivan saludó con su sombrero imaginario otra vez, igual que había hecho con el Cuchilla.
– Volvamos a quedar pronto, ¿de acuerdo? Quiero ver más poemas tuyos -dijo antes de desaparecer entre dos edificios, en dirección a Meanwhile Gardens.
Joel le oyó silbar mientras caminaba.
Tras su encuentro con Six y Natasha en Queensway, Ness volvió a sentir la presión en su interior. El subidón de salir de la farmacia con un pintalabios en el bolso sin que nadie se enterara no desapareció, sino que, en realidad, se desinfló como un globo, pinchado por el desprecio de sus antiguas amigas. Se sintió peor que antes, inquieta y con una sensación creciente de desastre.
Lo que sentía se intensificó con lo que oyó. Su cama improvisada en el sofá del primer piso estaba justo debajo del cuarto de Kendra en el segundo piso. Peor, estaba justo debajo de la cama de Kendra y el rítmico movimiento nocturno de esa cama era de todo menos soporífero. Y era nocturno. A veces era tres veces nocturno y despertaba a Ness del sueño intranquilo en el que hubiera logrado sumergirse. A menudo, gemidos, jadeos y risas guturales acompañados de golpes de cama contra la pared y el suelo. De vez en cuando, un «Oh, cariño» ponía punto final a la cópula, puntuando el orgasmo con tres notas crecientes tras las cuales un último ruido en la cama indicaba la extenuación saciada de alguien. Probablemente, no eran sonidos que una adolescente agradeciera de los adultos de su vida. Para Ness, suponían una tortura auditiva: una afirmación descarada sobre el amor, el deseo y la aceptación, una forma de aprobación del atractivo y la valía de su tía.
A Ness se le escapaba por completo la pura naturaleza animal de lo que sucedía entre Kendra y Dix. Un hombre y una mujer dominados por el instinto de aparearse cuando estaban desnudos el uno cerca del otro y con la energía suficiente para hacerlo como medio para propagar la especie… Ness simplemente no lo entendía. Oía sexo. Pensaba en amor: Kendra tenía algo que a Ness le faltaba.
En el estado en el que se encontraba después de su encuentro con Six y Natasha en Queensway, pues, la situación de Kendra parecía extremadamente injusta. Ness veía a su tía casi como una anciana, una mujer de edad que había tenido sus oportunidades con los hombres y que, siendo justos, debería apartarse de la eterna competición por llamar la atención masculina. Ness comenzó a odiar el simple hecho de ver a Kendra por la mañana, y se descubrió incapaz de reprimir ciertos comentarios que ocupaban el lugar de un saludo matutino más convencionaclass="underline" «¿Lo pasaste bien anoche?»; «¿Te duele la entrepierna, Kendra?»; «¿Cómo te las arreglas para caminar, zorra?»; «Entonces, ¿te da lo que te gusta, Ken?».
La respuesta de Kendra era «Quién da qué a quién no es asunto tuyo, Vanessa», pero se preocupaba. Se sentía inextricablemente atrapada entre la lujuria y el deber. Quería la libertad que implicaba el sexo con Dix cuando le apeteciera acostarse con él, pero no deseaba que la declararan no apta para que los Campbell vivieran con ella.
– Creo que tenemos que calmar las cosas, cariño -le dijo al final a Dix una noche cuando el hombre se acercó a ella-. Ness nos oye y está… Tal vez no todas las noches, Dix. ¿Qué opinas? Esto…, bueno, la está molestando.
– Pues que se moleste -contestó el chico-. Tendrá que acostumbrarse, Ken. -Le acarició el cuello con la nariz, le dio un beso en la boca y bajó los dedos hasta que ella se arqueó, jadeó, suspiró, deseó y se olvidó de Ness por completo.
Así que la presión que Ness sentía continuó aumentando, sin que nada la mitigara. Sabía que tendría que hacer algo para aliviarla. Creía saber qué era.
Dix estaba viendo su copia pirata de Pumping Iron cuando Ness hizo su movimiento. Estaba preparándose para una competición, lo que normalmente hacía que fuera menos consciente de su entorno de lo habitual. Siempre que se enfrentaba a un campeonato de culturismo, depositaba su concentración en conseguir otro título o trofeo. El culturismo de competición era un juego mental a la vez que una demostración de la habilidad del culturista para esculpir sus músculos hasta proporciones obscenas. Durante los días previos a un evento, Dix preparaba su mente.
Estaba sentado en un puf, la espalda apoyada en el sofá, la mirada clavada en la pantalla del televisor, donde Arnold desafía eternamente a Lou Ferrigno con juegos mentales. Con toda su atención centrada en Arnold, advirtió que alguien se sentaba en el sofá, pero no se fijó en quién. Tampoco se fijó en lo que llevaba: recién salida de la bañera, había cubierto su cuerpo desnudo con una fina bata de verano de su tía.
Kendra estaba en la tienda benéfica. Sus hermanos estaban en Meanwhile Gardens, donde Joel había prometido llevar a Toby para que pudiera ver a los patinadores y los ciclistas en la pista de patinaje. La propia Ness debía ir al centro infantil a cumplir con más horas de servicios comunitarios, pero al ver a Dix viendo la película, saber que estaban solos en casa, el recuerdo persistente de las embestidas en la cama y el hecho de que tuviera que vestirse en el lugar que estaba ocupando Dix -su supuesto espacio privado-, todo aquello la instó a acercarse a él.
Estaba tomando notas, riéndose de las ocurrencias de Arnold. Tenía una carpeta sujetapapeles sobre las rodillas y las piernas desnudas. Llevaba unos sedosos pantalones cortos de correr. No llevaba nada más, que Ness pudiera ver.
Se fijó en la mano que sujetaba el bolígrafo.
– No sabía que eras zurdo, tío -dijo.
Dix se movió, pero sólo estaba consciente en parte.
– Así son las cosas -dijo, y siguió escribiendo. Se rió otra vez y dijo-: Míralo. Este tío… Nunca ha habido otro como él.
Ness miró al televisor. Como mucho, era una película granulada, repleta de hombres con peinados de casco y las cabezas demasiado pequeñas para los cuerpos que tenían. Se colocaban delante de espejos y movían los hombros en círculos. Juntaban las manos hacia un lado y otro con las piernas colocadas para exhibir los prominentes músculos. Era todo bastante obsceno. Ness se estremeció pero dijo:
– Tú estás mejor que ellos.
– Nadie está mejor que Arnold.
– Tú sí, cariño -respondió la chica.
Estaba lo suficientemente cerca de él como para notar el calor que salía de su cuerpo. Se acercó más.
– Tengo que vestirme, Dix.
– Mmm -dijo él, pero no le hizo caso.
Ness le miró la mano.
– ¿Utilizas la izquierda para todo?
– Así es -contestó, y anotó algo.
– ¿La metes con la izquierda? -dijo.
Sus anotaciones vacilaron. Ness siguió.
– Si puedes hacerlo con las dos manos, es lo que quería decir. ¿O no tienes que guiarla? Imagino que no, ¿eh? Apuesto a que no tienes que hacerlo. Es lo bastante grande y dura para encontrar el camino ella sola. -Se levantó-. Oh, últimamente me siento gorda. ¿Tú qué crees, Dix? ¿Crees que estoy gorda? -Se colocó entre él y el televisor, las manos en las caderas-. Dame tu opinión. -Se desató el cinturón de la bata y dejó que se abriera, presentándose a él-. ¿Crees que estoy demasiado gorda, Dix?