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Dix apartó la mirada.

– Átate eso.

– No hasta que me respondas -contestó Ness-. Tienes que decírmelo porque eres un hombre. Lo que tengo…, ¿crees que es lo bastante bueno como para poner caliente a un hombre?

Dix se levantó.

– Vístete -le dijo. Buscó el mando del vídeo y apagó la película. Sabía que tenía que salir de la habitación, pero Ness se colocó entre él y las escaleras-. Tengo que irme.

– Primero tienes que contestarme -dijo ella-. No voy a morderte, Dix, y eres el único hombre que hay por aquí a quien le puedo preguntar. Te dejaré marchar en cuanto me digas la verdad.

– No estás gorda -dijo él.

– Ni siquiera me has mirado -le dijo Ness-. Sólo una miradita. Puedes hacerlo, ¿verdad? Necesito saberlo.

Podría haberla empujado y pasar, pero no se fiaba de cómo interpretaría cualquier tipo de contacto físico entre ellos. Así que colaboró para ganarse la colaboración de ella. Le echó una ojeada y dijo:

– Estás bien.

– ¿A eso llamas mirar? Mierda, he visto a ciegos echar vistazos mejores que ése. Vas a necesitar algo de ayuda, ¿verdad? Ven aquí. Intentémoslo de nuevo. -Dejó caer la bata al suelo y se colocó delante de él desnuda. Se cogió los pechos y se lamió los labios-. ¿La guías, Dix, o entra sola? Si no me lo dices tendrás que enseñármelo. Yo ya sé lo que quiero, tío.

A la vista de todo esto, Dix tendría que haber sido inhumano si no se hubiera excitado. Intentó mirar a otra parte, pero su piel lo reclamaba, así que la miró y, por un momento horrible, se fijó en sus pezones de chocolate y, luego, aún peor, en el triángulo de vello abundante del que parecía surgir el perfume de una sirena. Su edad era de niña; su cuerpo era de mujer. Habría sido fácil, pero también fatal.

La agarró del brazo. Su piel ardía tanto como la de él y su rostro se iluminó. Dix se agachó deprisa y notó su mano en la cabeza, escuchó su pequeño grito mientras le guiaba la cara, la boca… Dix recogió la bata del suelo y se la lanzó, zafándose de ella.

– Tápate -le dijo entre dientes-. ¿Qué piensas? ¿Que la vida consiste en follarte a todos los hombres que se crucen en tu camino? ¿Y te crees que eso es lo que les gusta a los hombres? ¿Es lo que crees? ¿Que te exhibas como una putilla de diez libras? Joder, tienes el cuerpo de una mujer, pero ya está, Ness. El resto de ti, eres tan estúpida que no se me ocurre ni un hombre que pueda querer algo, por muy desesperado que esté. ¿Lo entiendes? Ahora quita de en medio.

La empujó para pasar y la dejó en el salón. Ness estaba temblando. Se tambaleó hasta el vídeo y sacó la película. Le resultó fácil tirar de la cinta y pisotearla. Pero no bastaba.

* * *

La visita de Fabia Bender a Edenham Estate puso a Kendra en la situación de tener que reconsiderar las cosas. No quería hacerlo, pero se descubrió haciéndolo de todos modos, en especial en cuanto acabó de leer los papeles que Luce Chinaka le había dado a Joel en el centro de aprendizaje.

Kendra no era estúpida. Siempre había sabido que, con el tiempo, tendrían que hacer algo con el problema de Toby. Pero se había convencido de que las dificultades del pequeño tenían que ver con su forma de aprender. Pensar que otra cosa era la fuente de su rareza significaba adentrarse directamente en una pesadilla. Así que se había dicho que sólo había que reconducirle, educarle de un modo adecuado hasta donde pudieran educarle realmente, proporcionarle unas aptitudes vitales apropiadas y encaminarle hacia un tipo de empleo que al final pudiera permitirle un mínimo de independencia adulta. Si aquello no podía ocurrir en la escuela Middle Row y con la ayuda extra del centro de aprendizaje, habría que buscarle otro entorno educativo. Pero hasta la fecha era lo máximo que Kendra había estado dispuesta a pensar sobre su sobrino pequeño, lo que le permitía hacer caso omiso a las veces que Toby se apagaba, las conversaciones en voz baja que tenía sin que nadie estuviera presente y las implicaciones aterradoras de ambos comportamientos. De hecho, durante los meses que los Campbell llevaban a su cargo, Kendra había logrado utilizar con éxito la excusa «Toby es Toby», hiciera lo que hiciera el niño. No soportaba plantearse nada más. Así que leyó los papeles y los guardó. Nadie reconocería, examinaría, evaluaría o estudiaría a Toby Campbell mientras ella tuviera algo que decir en el asunto.

Pero eso significaba hacer todo lo posible para no llamar demasiado la atención de ningún organismo gubernamental entrometido. Por lo tanto, Kendra examinó la habitación en la que dormían Toby y Joel, viéndola como probablemente la había visto Fabia Bender. Hablaba a gritos de transitoriedad, lo que no era bueno. Los plegatines y los sacos de dormir ya eran malos. Las dos maletas en las que los chicos habían guardado su ropa durante seis meses aún eran peor. Aparte del cartel de «¡Es niño!» que aún colgaba torcido de la ventana, no había ninguna decoración. Ni siquiera había cortinas para impedir que entrara la luz nocturna de una farola en uno de los senderos de Meanwhile Gardens.

Aquello tenía que cambiar. Iba a tener que poner camas v cómodas, cortinas y algo en las paredes. Tendría que recorrer tiendas benéficas y de segunda mano; tendría que pedir donaciones. Cordie la ayudó. Le dio sábanas viejas y mantas e hizo correr la voz por su barrio. Así consiguió dos cómodas maltrechas y unos pósteres de destinos turísticos que era improbable que Joel o Toby llegaran a visitar alguna vez.

– Ha quedado bien, cielo -dijo Cordie cuando la habitación estuvo montada.

– Parece un puto vertedero -replicó Ness; ésa fue su contribución.

Kendra no le hizo caso. Ness destilaba tensión desde hacía algún tiempo, pero seguía realizando los servicios comunitarios, así que el resto de lo que hiciera y dijera era soportable.

– ¿A qué viene todo esto? -reaccionó Dix cuando vio los cambios en el cuarto de los chicos.

– Es para demostrar que Joel y Toby tienen un lugar decente donde vivir.

– ¿Quién cree que no lo tienen?

– Esa mujer del Departamento de Menores.

– ¿La mujer de los perros? ¿Crees que quiere quitarte a Joel y Toby?

– No lo sé y no pienso quedarme sentada y esperar a ver.

– Creía que había venido por Toby y el centro de aprendizaje.

– Vino porque no sabía que Toby existía. Vino porque no sabía que hubiera alguien más aparte de Ness viviendo conmigo hasta que recibió la llamada de la mujer del centro de aprendizaje y… mira. ¿Qué más da, Dix? Debo darles a los chicos un entorno adecuado por si esa mujer quiere echarme la bronca por tenerlos viviendo aquí. Tal como están las cosas, están fijándose demasiado en Toby y ¿te imaginas cómo afectará a Joel y Ness si se lo llevan? ¿O si los separan a ellos también? ¿O si…? Dios mío, yo qué sé.

Dix pensó en aquello mientras observaba a Kendra estirar las sábanas de segunda mano y las mantas de tercera sobre las viejas camas -un hallazgo en Oxfam-, cuyo pedigrí quedaba patente en las grietas y boquetes de las cabeceras. Con todos los muebles en el cuarto, apenas quedaba espacio para moverse, tan sólo una abertura estrecha entre las camas. La casa era minúscula, no estaba pensada para cinco personas. A Dix la solución le pareció obvia.

– Ken, nena, ¿has pensado alguna vez que todo esto es para bien? -le dijo.

– ¿El qué?

– Lo que está pasando.

Kendra se irguió.

– ¿A qué te refieres?

– A que apareciera esa mujer. A que tal vez piense en cambiar el lugar donde viven los chicos. La verdad es que este sitio no es el adecuado para ellos. Es demasiado pequeño, maldita sea, y si esta mujer va a redactar un informe, me parece que es el momento adecuado para pensar en…

– ¿Qué demonios estás sugiriendo? -le preguntó Kendra-. ¿Que me deshaga de ellos? ¿Que deje que los separen? ¿Que deje que me los quiten sin intentar hacer algo para impedirlo? Y entonces tú y yo podemos, ¿qué, Dix? ¿Follar como conejos en todas las habitaciones de la casa?