La pregunta de Ivan fue tan repentina, al final de su monólogo, que al principio Joel no la distinguió y no se percató de que, en realidad, estaba pidiéndole su opinión. Pero entonces Ivan levantó la vista de su tarea y su rostro parecía tan agradable y expectante que Joel respondió de manera espontánea por primera vez, ofreciendo su respuesta sin censurarse.
– Cal dibuja bien -dijo-. He visto cosas suyas.
Ivan frunció el ceño un momento. Entonces levantó un dedo y dijo:
– Ah. Calvin Hancock. La mano derecha de Stanley. Sí. Tiene algo, ¿verdad? No recibe formación, lo cual es una pena, y no está dispuesto a recibirla, lo cual es aún peor. Pero tiene muchísimo talento sin pulir. Tienes buen ojo. ¿Qué hay del resto? ¿Has estado en alguna de las grandes galerías de nuestra ciudad?
Joel no había estado, pero no quería contestar que no. Tampoco quería mentir, así que murmuró:
– Una vez papá nos llevó a Trafalgar Square.
– Ah. La National Gallery. ¿Qué te pareció? Un poco acartonada, ¿verdad? ¿O exponían algo especial?
Joel tiró de un hilo del dobladillo de su camiseta. Sabía que había un museo en Trafalgar Square, pero ellos sólo habían ido a ver las enormes bandadas de palomas. Se sentaron en el borde de una de las fuentes y observaron los pájaros. Toby quiso subirse a uno de los leones que había en la base de la alta columna del centro de la plaza. Escucharon a un músico callejero que tocaba el acordeón y contemplaron a una chica pintada de oro que hacía de estatua a cambio de algunas monedas que podían echarse en un cubo a sus pies. Comieron unos Cornettos que compraron a un vendedor en un lado de la plaza, pero se derritieron demasiado deprisa porque hacía calor. Toby se manchó toda la camiseta y las manos de helado. Su padre mojó un pañuelo en la fuente y le limpió cuando se acabó el cucurucho.
Joel hacía años que no pensaba en ese día. El recuerdo repentino hizo que le escocieran los ojos.
Incomprensiblemente para Joel, Ivan dijo:
– Ah. Si supiéramos qué cartas nos iban a tocar, elaboraríamos un plan de antemano para jugarlas, osaría decir. Pero la crueldad de la vida es que no lo sabemos. Recibimos sorpresas y la mayoría de las veces nos pillan con los pantalones bajados.
«¿De qué estás hablando?», quiso decirle Joel, pero no lo hizo porque sabía exactamente de qué hablaba Ivan: estaba allí y de pronto desapareció, de camino a la escuela de danza para recoger a Ness de su clase del sábado. La mano de Toby en la de su padre, y Joel parado treinta metros atrás porque delante de la tienda de saldos una caja llena de pelotas de fútbol llamó su atención, tanto que al principio no fue consciente de los cuatro «pums» fuertes que oyó antes de los gritos.
– He traído esto -se apresuró a decir Joel, y le tendió los poemas bruscamente a Ivan.
Ivan los cogió, sin decir nada más sobre cartas o sobre cómo podían jugarse, gracias a Dios. Dejó los papeles sobre la toalla y se inclinó sobre ellos exactamente igual que se habría inclinado sobre un reloj. Los leyó, y mientras lo hacía masticaba hojas de menta.
Al principio no dijo nada. Simplemente pasó de un poema al siguiente, dejando cada uno a un lado después de leerlo. Joel vio que empezaban a picarle los tobillos y que el tictac de los relojes parecía más fuerte de lo normal. Pensó que había sido una estupidez llevarle los poemas a Ivan y se dijo en silencio: «Estúpido, estúpido, tonto de mierda, burro, muere, muere, muere».
Sin embargo, la reacción de Ivan fue bastante distinta a la de Joel. Al final se dio la vuelta en la silla y dijo:
– El mayor pecado es desperdiciar la riqueza en cuanto se sabe que es riqueza. La dificultad está en que la mayoría de las personas no lo saben. Definen la riqueza únicamente por lo que pueden ver porque es lo que les han enseñado: mirar el fin de las cosas, el destino. Lo que nunca reconocen es que la riqueza se encuentra en el proceso, el viaje, en lo que uno hace con lo que tiene. No en lo que logra amasar.
Aquello era un poco demasiado para Joel, así que no dijo nada. Pero sí se preguntó si Ivan simplemente estaba buscando algo que decir porque había leído los poemas y había visto que eran tan estúpidos como el propio Joel comenzaba a sospechar.
Antes de poder expresarlo, Ivan abrió una caja de madera que había en su mesa y sacó un lápiz.
– Tienes una habilidad especial para la métrica y el lenguaje, pero a veces la crudeza es demasiado cruda, y es ahí donde aparecen las sombras. Si examinamos este verso… Aquí. Deja que te enseñe a qué me refiero.
Indicó a Joel que se acercara a la mesa y se lo explicó. Utilizó términos que el chico no había oído nunca, pero hizo marcas en el papel para lustrar qué quería decir. Llevó a cabo su explicación despacio, y la cordialidad sincera del discurso hizo que el chico se sintiera cómodo escuchándolo. Sus palabras también destilaban un entusiasmo que Joel vio que estaba dirigido a los propios poemas.
Se quedó tan absorto escuchando cómo Ivan hablaba sobre sus versos y observando cómo era capaz de mejorar cada poesía que cuando Joel por fin oyó los relojes dando la hora a su alrededor, alzó la vista y vio que habían transcurrido casi dos horas. Era una hora más de lo que había pensado estar allí, lo que significaba que hacía una hora que había terminado el curso de verano de Toby en el centro de aprendizaje.
Joel se levantó de un salto y gritó:
– ¡Madre de Dios!
– ¿Qué…? -dijo Ivan, pero Joel no oyó el resto de la pregunta. El único sonido que escuchó a partir de aquel momento fueron las pisadas de sus deportivas sobre la acera mientras corría en dirección a Harrow Road.
Capítulo 16
Joel prácticamente se abalanzó sobre las puertas del centro de aprendizaje. Le costaba respirar, pero se las arregló para irrumpir en la recepción y decir jadeando:
– Tobe… Lo siento.
Pero sólo encontró la mirada de los únicos ocupantes de la sala, que eran una madre joven que daba el pecho a su bebé y de un niño pequeño que estaba a su lado con un muñeco en la boca.
Aun así, Joel buscó a Toby, como si pudiera estar escondido debajo de uno de los sofás de vinilo o detrás de las dos aspidistras de plástico. A continuación fue a buscar a Luce Chinaka y la encontró en su despacho.
– ¿No te está esperando, Joel? -le dijo la mujer mientras consultaba su reloj de muñeca. Entonces dijo-: Vaya, pero ¿no tendrías que haber llegado a las…? -Pero su voz se apagó, gracias a Dios, cuando vio la cara de pánico de Joel. Se levantó y le dijo con amabilidad-: Echemos un vistazo por el centro.
Pero no había rastro de Toby por ningún lado: ni sentado a las mesas pequeñitas donde había juegos desplegados, ni frente a uno de los teclados de la sala de ordenadores, ni trabajando en uno de los cuartos más pequeños con un profesor a su lado, ni entre los juegos ni las manualidades. Todo aquello condujo a la última conclusión a la que Joel quería llegar: por algún motivo, Toby se había escabullido por una grieta del sistema y había salido solo a la calle.
– Ven conmigo. Vamos a llamar… -dijo Luce Chinaka cuando Joel salió corriendo del centro.
Tenía la boca seca. No podía pensar con claridad. De hecho, ni siquiera recordaba el camino que cogía normalmente cuando llevaba a Toby a casa. Como, de todos modos, rara vez utilizaba el mismo camino -veía a algún desconocido calle arriba y, de repente, cambiaba el rumbo sin decirle a Toby por qué- casi todas las direcciones que al final llevaran a Edenham Way eran posibles.