– Metámoslo en el coche, pues. Os llevaremos a casa.
Era lo último que quería Joeclass="underline" llamar la atención sobre ellos llegando a Edenham Way en un coche de Policía.
– Estaremos bien -dijo-. Sólo tenemos que ir hasta Elkstone Road. -Se puso de pie y levantó a Toby.
El niño dejó caer la cabeza hacia delante sobre su pecho como una muñeca de trapo.
– La han roto -dijo llorando-. La han cogido y se ha caído y le han dado patadas de un lado para otro.
– ¡De qué habla? -preguntó el policía.
– De algo que llevaba a casa. -Joel señaló los restos de la lámpara de lava. Le dijo a Toby-: No pasa nada, colega. Ya compraremos otra. -Aunque la verdad era que no tenía ni idea de cómo, dónde o cuándo sería capaz de conseguir dieciséis libras más para sustituir lo que había perdido su hermano. Dio una patada a los restos de la lámpara de lava hacia la calzada y los echó en la alcantarilla.
Dentro del coche patrulla, la radio graznó otra vez. Bernard habló por ella y luego le dijo a su compañero:
– Hugh, nos llaman.
– Id a casa si no queréis que os llevemos -le dijo Hugh a Joel-. Toma, ponte esto en la boca. -Le dio su pañuelo, que presionó contra el labio de Joel hasta que el propio Joel lo cogió correctamente-. Vamos, hijo. Esperaremos a que lleguéis al final de la calle -dijo, y regresó al coche y se subió.
Joel cogió a Toby de la mano y empezó a tirar de él en dirección a Great Western Road, que era donde terminaba la calle por la que caminaban. Fiel a su palabra, Hugh condujo el coche patrulla muy despacio detrás de ellos y sólo los dejó cuando llegaron a la esquina y se dirigieron hacia el puente del canal Gran Union. Entonces, volvieron a estar solos, bajaron las escaleras y cruzaron Meanwhile Gardens.
Joel instó a Toby a caminar tan deprisa como pudiera, que no fue tan deprisa como le habría gustado. Toby parloteaba sobre la destrucción de su lámpara de lava, pero Joel tenía preocupaciones mucho más importantes. Sabía que Neal Wyatt esperaría a que llegara el momento propicio para cumplir su amenaza. Pensaba ir a por Toby, y no descansaría hasta que se encargara de Joel ocupándose de su hermano pequeño.
Esta vez a Joel le resultó imposible fingir que se había caído de un monopatín. Aunque su tía no hubiera sabido que andaba buscando a Toby, aunque, por consiguiente, quizás habría podido convencerla de que habían estado todo el rato en Meanwhile Gardens, la cara de Joel y los moratones que tenía por todo el cuerpo no hablaban de un simple porrazo. Si bien Joel logró tener a Toby aseado antes de que Kendra regresara de la tienda benéfica, no pudo hacer demasiado para mejorar su aspecto. Se lavó la sangre, pero los cortes de la cara seguían estando ahí y tenía el ojo derecho hinchado, y pronto se le pondría negro. Luego estaba todo aquello de la lámpara de lava, en esto Toby parecía inconsolable, así que cuando Kendra entró, no tardó nada en saber la verdad.
Los llevó rápidamente a ambos a urgencias. Toby no necesitaba que lo atendieran, pero ella insistió en que lo examinaran también, aunque Joel era quien le preocupaba de verdad. Le enfurecía que les hubiera ocurrido esto a sus sobrinos y se empecinó en saber quién los había agredido.
Toby no sabía cómo se llamaban, y Joel no iba a decirle cómo se llamaban. Sin embargo, Kendra se dio cuenta de que Joel los conocía y el hecho de que no lo dijera todavía le enfureció más. La conclusión a la que llegó fue que se trataba de los mismos gamberros que habían perseguido a Joel el día que su sobrino irrumpió en la tienda benéfica y salió corriendo al callejón por la puerta trasera. Había oído que uno de los chicos llamaba «Neal» al que obviamente era el líder. No sería tarea difícil, decidió, preguntar por el barrio, averiguar su apellido y escarmentarle.
El único problema que tenía este plan era la parte de escarmentar al chico. Kendra lo recordaba y parecía una criatura odiosa. Una charla no iba a causar ningún efecto en él. Era el tipo de vándalo que sólo comprendía la amenaza del daño físico.
Aquello requería a Dix. Kendra sabía que no tenía alternativa. Tendría que humillarse y apelar a su buen carácter para pedirle ayuda, pero estuvo dispuesta a hacerlo en cuanto vio que a Toby le daba miedo salir de casa y que Joel miraba a su alrededor todo el tiempo, como un millonario paseando por Peckham.
La cuestión era dónde abordar a Dix, para que no malinterpretara su acercamiento. No podía ir al Falcon, donde, supuso correctamente, había vuelto a residir con los otros dos culturistas. No podía llamarle y pedirle que fuera a Edenham Estate, por si pensaba que quería que volviera a instalarse. Un encuentro casual en la calle parecía lo mejor, pero no podía confiar en ello. Así que parecía que sólo quedaba el gimnasio donde iba a hacer pesas.
Conque fue allí, en cuanto se vio capaz. Se dirigió a Caird Street, donde el Jubilee Sports Centre se extendía a lo largo de una estructura de ladrillo baja justo al sur de Mozart Estate. Corría el riesgo de no encontrar a Dix, pero como era más o menos la hora del almuerzo y como dedicaba seis horas a entrenar todos los días, le pareció razonable concluir que estaría haciendo pesas.
Así fue. Con una camiseta blanca y pantalones cortos azul marino, estaba tumbado en un banco levantando lo que a Kendra le pareció una cantidad de peso increíble. Le observaba un compañero culturista que se ejercitaba de manera informal hablando sobre repeticiones bajas frente a sencillas con otro culturista que estaba de pie bebiendo agua de una botella.
Aquellos dos hombres vieron a Kendra antes que Dix. Aparte del hecho de que era una mujer adentrándose en un mundo mayoritariamente masculino, su falda de tubo, su camisa color marfil y los tacones no eran la indumentaria adecuada para aquel lugar. Además, no tenía el aspecto de una culturista femenina ni de que quisiera convertirse en una. Los compañeros de Dix dejaron de hablar cuando se hizo evidente que se acercaba a ellos.
Kendra esperó a que Dix completara sus repeticiones y a que su observador colocara la barra en su sitio.
– ¿Es para ti, tío? -preguntó el hombre, lo que desvió su atención hacia Kendra.
Dix cogió una toalla blanca y la utilizó mientras se levantaba del banco.
Estaban frente a frente. Kendra tendría que haber estado ciega para no ver que Dix tenía buen aspecto. Tendría que haber sido insensible para no sentir la misma excitación que sentía cuando estaban juntos. Aún más, tendría que haber estado loca para no recordar cómo estaban juntos cuando estaban juntos. Todo aquello provocó que dudara antes de hablar.
Así que fue él quien habló primero.
– Ken. tienes buen aspecto. ¿Cómo estás? -le dijo.
– ¿Podemos hablar? -dijo ella.
Dix miró a los otros dos hombres. Uno se encogió de hombros y el otro hizo un gesto con la mano como diciendo: «Como quieras».
– O luego, si estás ocupado -añadió Kendra a toda prisa.
Era evidente que estaba ocupado, pero dijo:
– No pasa nada. Tranquila. -Se acercó a ella-. ¿Qué tal? -le preguntó-. ¿Los niños están bien?
– ¿Podemos ir…? No irnos de aquí ni nada, pero ¿hay algún lugar…? -Se sentía cohibida con él, como si hubiera comenzado con el pie izquierdo. Se debía al motivo de su visita; sin embargo, deseó sentir que controlaba mejor la situación.
Dix señaló con la cabeza la puerta por la que había entrado, donde una máquina expendedora vendía botellas de agua y bebidas energéticas. Había cuatro mesas pequeñas con sillas alineadas contra una ventana en frente de la máquina. Fue allí adonde la llevó Dix.
Kendra miró la máquina. Estaba muerta de sed. Hacía calor y los nervios estaban secándole la boca. Abrió el bolso y sacó unas cuantas monedas.
– Puedo comprar… -dijo Dix.
Kendra utilizó la palabra que antes había empleado él.