– Tranquilo. Imagino que no llevarás dinero en esos pantalones -dijo, y entonces volvió a acalorarse porque le pareció que lo que había dicho estaba lleno de connotaciones.
Dix eligió no hacerles caso.
– No te equivocas -dijo.
– ¿Quieres algo?
Contestó que no con la cabeza. Esperó a que sacara el agua y se sentaron uno frente a otro.
– Tienes buen aspecto, Ken -repitió.
– Gracias. Tú también. Pero no me sorprende.
Dix pareció confuso al oír aquello. Se sentía juzgado, su comentario le hizo pensar en obsesión y en todo lo que había estropeado su relación.
Kendra se dio cuenta y se apresuró a añadir:
– Quiero decir que siempre entrenas mucho. Así que no me sorprende que tengas buen aspecto. ¿Tienes alguna competición más?
Dix pensó en la pregunta antes de decir:
– No has venido por eso, ¿verdad?
Kendra tragó saliva.
– Verdad.
En realidad no tenía ni idea de cómo formularle su petición, así que se lanzó sin comentarios introductorios. Le contó lo que les había ocurrido a Joel y Toby -también había atado cabos con la «caída» anterior en la pista de patinaje-, y en cuanto acabó con urgencias y la negativa de Joel a dar el nombre de su torturador, ella misma lo había identificado y le pedía a Dix que la ayudara.
– Un niño mestizo horrible con la cara medio congelada. Se llama Neal. Pregunta por ahí, tendrías que encontrarlo sin demasiados problemas. Va con su banda por Harrow Road. Lo único que te pido es que tengas unas palabras con él, Dix. Unas palabras serias. Deja que vea que Joel y Toby tienen un amigo que está dispuesto a protegerles si les hacen daño.
Dix no contestó. Cogió la botella de agua de la que Kendra había bebido y dio un sorbo. Después, siguió agarrándola, haciéndola rodar entre las palmas.
– Estos chicos… Al parecer llevan un tiempo metiéndose con Joel, pero no sabían nada de Toby hasta hace poco -afirmó Kendra-, Joel tiene miedo de que vayan a por él, a por Toby, me refiero…
– ¿Te lo ha dicho él?
– No. Pero lo veo. Titubea. Le…, le da instrucciones a su hermano: «Quédate dentro del centro de aprendizaje y no salgas a las escaleras»; «No vayas andando a la tienda benéfica»; «No vayas a la pista de patinaje si no estoy contigo». Cosas así. Sé por qué lo dice. Yo misma hablaría con esos chicos…
– No puedes hacerlo.
– Ya lo sé. No les importaría que una mujer…
– No es eso, Ken.
– … fuera quien les metiera en cintura. Pero si fuera un hombre, un hombre como tú, alguien que vieran que se enfrentaría a ellos si tuviera que hacerlo y que les pagaría con la misma moneda que dan ellos a esos niños indefensos, entonces dejarían a Joel y Toby en paz.
Dix miró la botella en sus manos y mantuvo la vista fija en ella mientras contestaba.
– Ken, si me encargo de esto por los chicos, las cosas empeorarán. Joel y Toby acabarán teniendo más problemas que nunca. Tú no quieres eso y yo tampoco. Ya sabes cómo funcionan las cosas en la calle.
– Sí, lo sé -dijo Kendra de manera cortante-. La gente muere, así es como funcionan las cosas en la calle.
Dix se estremeció.
– No siempre -dijo-. Y no estamos hablando de una red de narcotraficantes, Ken. Estamos hablando de un grupo de chicos.
– Un grupo de chicos que va a por Toby. Toby. Tendrías que verlo, lo asustado que está. Tiene pesadillas, y de día no está mejor.
– Se le pasará. Un chico como este Neal es todo pose. Sus credenciales en la calle no van a aumentar si le hace daño a un niño de ocho años. Ya verás que lo que está haciendo ahora -con las amenazas y todo eso- es el límite de lo que va a hacer, y lo hace para poneros nerviosos.
– Pues lo está consiguiendo, maldita sea.
– No tiene que ser así. Es un picha floja. Si habla de que va a encargarse de Toby, sólo es eso, palabrería y nada más.
Kendra apartó la mirada al percatarse de cuál iba a ser el resultado de aquella conversación.
– No estás dispuesto a ayudarme.
– Yo no he dicho eso.
– Entonces, ¿qué?
– Los chicos tienen que aprender a sobrevivir en el barrio. Tienen que aprender a arreglárselas o huir.
– Lo que dices… No difiere mucho de decirme que no vas a ayudarme.
– Ya te estoy ayudando. Te estoy diciendo cómo son las cosas y cómo tienen que ser. -Bebió otro sorbo de agua y le devolvió la botella. Su voz no era cruel-. Ken, tienes que pensar… -Se mordió un momento la parte interna del labio. La examinó hasta que ella se movió incómoda bajo su mirada. Al final suspiró y dijo-: Tal vez tengas más de lo que puedes manejar. ¿Lo has pensado alguna vez?
A Kendra se le tensó la columna.
– ¿Así que tendría que quitármelos de encima? -dijo-. ¿Es lo que estás diciendo? ¿Que tendría que llamar a la señorita Fabulosa Bender y decirle que venga a buscarlos?
– No me refería a eso.
– ¿Y cómo se supone que tengo que vivir con ello después? ¿Diciéndome quizá que así estarán a salvo? ¿Lejos de este lugar y de todos sus problemas?
– Ken. Ken. Me he expresado mal.
– Pues ¿qué?
– Sólo quería decir que tal vez tengas más de lo que puedes manejar tú sola.
– ¿Como qué?
– ¿Por qué me preguntas eso? ¿Qué quieres decir con «como qué»? Ya sabes de qué hablo. De Toby y de lo que sea que le ocurre y que nadie quiere comentar. De Ness y…
– A Ness le va bien.
– ¿Bien? Se me insinuó, Ken. En más de una ocasión mientras vivía contigo. La última vez se presentó sin ropa, y te digo que algo le ocurre.
– Está obsesionada con el sexo, como las tres cuartas partes de las chicas de su edad.
– Sí, claro. Eso lo entiendo. Pero sabía que yo era tu hombre, y eso es distinto, o al menos debería serlo. Pero a Ness no le importa nada y tienes que ver que eso demuestra que algo le ocurre.
Kendra era incapaz de abordar los problemas con Ness, mientras que seguir con el asunto de Joel, Toby y los gamberros de la calle parecía darle la razón moralmente.
– Si no quieres ayudarme, dilo -le dijo-. No lo conviertas en un juicio contra mí, ¿de acuerdo?
– No estoy juzgando…
Kendra se levantó.
– Maldita sea, Kendra. Estoy dispuesto a hacer que no tengas que encargarte tú sola de esta mierda. Esos niños tienen necesidades, y tú no tienes que ser la única que intente satisfacerlas.
– A mí me parece que yo soy la única aquí que satisface necesidades -dijo.
Se dirigió hacia la puerta y lo dejó sentado a la mesa con su botella de agua.
Cuando llegó el trimestre de otoño, Joel supo que esquivar un roce con Neal y su pandilla no iba a ser suficiente, en especial desde que aquellos chicos sabían dónde encontrarle exactamente. Intentó variar la ruta que él y Toby tomaban para ir a la escuela Middle Row por la mañana, pero era imposible variar el hecho de tener que ir a la escuela Middle Row o al colegio Holland Park. Sabía que aún tenía que solucionar el problema de Neal Wyatt, no sólo por él mismo, sino por Toby.
Pensando en su protección, se acordó de la navaja.
En el largo periodo que había transcurrido desde la visita del Cuchilla a Edenham Way, todo el mundo, excepto Joel, se había olvidado de la navaja automática que había salido volando durante la refriega. Habían sucedido demasiadas cosas a la vez para que la familia se acordara de ella: la histeria de Toby, la sangre en la cabeza de Ness, el Cuchilla expulsado de una patada en el culo, Kendra ocupándose de la herida de Ness… En medio de todo esto, la navaja automática había seguido el camino de los malos sueños.
Ni siquiera Joel se acordó al principio de la navaja. Fue al rescatar un cubierto de debajo de los fogones, donde había ido a parar después de que se le cayera y le diera una patada mientras ponía la mesa, cuando vio un resplandor plateado contra la pared. Al instante, supo lo que era. No dijo nada al respecto, pero cuando no había moros en la costa, regresó y, utilizando una cuchara de madera larga, la recuperó. Cuando la tuvo en las manos, vio una línea delgada de sangre de su hermana en la hoja. Así que la lavó con cuidado y cuando estuvo seca, la colocó debajo de su colchón -justo en el centro-, donde era improbable que alguien la encontrara.