La oportunidad de hablar con Neal Wyatt llegó antes de lo que Joel esperaba, un día que Toby necesitó la orientación de su hermano para completar un pequeño trabajo para el colegio. Londres tenía fauna -en la forma de zorros urbanos, gatos asilvestrados, ardillas, palomas y otras aves varias- y los niños del curso nuevo de Toby en la escuela Middle Row recibieron el encargo de documentar meticulosamente el avistamiento de uno de ellos. Tenían que hacer un boceto, escribir una redacción y, para evitar un resultado fantasioso, debían hacerlo en compañía de un padre o tutor. El horario de Kendra la descartaba para cumplir con ese deber, y Ness no estaba en casa para pedírselo. Así que le tocó a Joel.
Toby estaba entusiasmado con los zorros. A su hermano le costó trabajo quitarle la idea de la cabeza. Los zorros, le explicó, no iban a andar paseándose por Edenham Estate en prácticas manadas. Seguramente irían solos y saldrían de noche. Toby tenía que elegir otra cosa.
El hermano de Joel no estaba dispuesto a optar por el camino fácil y documentar el avistamiento de una paloma, así que cambió de animal y esperó a que apareciera un cisne en el estanque de Meanwhile Gardens. Joel sabía que ver un cisne en el estanque era tan probable como ver una manada de zorros marchando ordenadamente por Edenham Way, así que le sugirió una ardilla. No era infrecuente ver a una subiendo por la fachada de hormigón de Trellick Tower en busca de comida en los balcones. No debería de ser muy difícil toparse con alguna en otro lugar. Puesto que las ardillas y los pájaros eran las criaturas salvajes más dóciles de Londres -existía la posibilidad de que se posaran en tu hombro con la esperanza de encontrar comida-, parecía un buen plan. Qué redacción tan fabulosa sería, dijo Joel, entusiasmado, si se encontraban con una ardilla. Podían adentrarse en la naturaleza por el camino que había justo encima y detrás del estanque. Podían buscarse un lugar cerca del paseo entarimado que serpenteaba debajo de los árboles y que penetraba en los arbustos. Si se quedaban sentados en silencio, había muchas probabilidades de que una ardilla se acercara a ellos.
La época del año era propicia. El otoño y el instinto exigían que las ardillas comenzaran a hurgar y a almacenar comida para el invierno. Cuando Joel y Toby se acomodaron en un macizo de plantas azules que aún no estaban listas para producir sus vainas distintivas, tuvieron que esperar menos de diez minutos a que se uniera a ellos una ardilla curiosa y esperanzada. Ver el animal fue la parte fácil para Toby. Dibujarlo a él y el lugar donde lo vio -husmeando el suelo justo al lado del pie de Joel- fue bastante más difícil. Toby lo logró mediante grandes dosis de ánimos, pero casi se dio por vencido al tener que escribir una redacción sobre el avistamiento. «Tú sólo pon cómo ha pasado» no fue una indicación que a Toby le resultara ni siquiera moderadamente útil, así que hicieron falta cuarenta y cinco minutos de laboriosa caligrafía y tachones antes de que tuviera algo que se pareciera a una redacción. Para entonces, los dos chicos necesitaban un descanso, y la pista de patinaje parecía el entretenimiento perfecto.
Por lo general, había actividad en uno de los tres niveles y, este día, siete patinadores y dos ciclistas hacían sus movimientos cuando Joel y Toby subieron la cuesta del estanque de los patos y llegaron al camino de sirga justo encima de los jardines. Había espectadores sentados en un par de lomas observando la acción, mientras que otros se congregaban en los bancos cercanos. Toby, por supuesto, quería estar lo más cerca posible y había empezado a caminar cuando Joel vio que entre los espectadores se encontraban Hibah y Neal Wyatt.
– ¡Cazadores de cabezas, Tobe! -le dijo a Toby-. ¿Recuerdas lo que hay que hacer?
Debido a la cantidad de veces que habían practicado para este momento, Toby se paró en seco. Pero ya estaba demasiado acostumbrado a los ensayos, así que dijo:
– ¿Es en serio? Porque quiero mirar…
– Es en serio -dijo Joel-. Ya miraremos después. Mientras tanto, lo que vas a hacer es…
Fue grato comprobar que Toby ya se había puesto en marcha antes de que Joel pudiera acabar la frase. Recorrió el camino de sirga y se dirigió a la barcaza abandonada debajo del puente. Al cabo de un momento, ya se había subido dentro. La barca se meció en el agua y el niño se perdió de vista. Había desaparecido de la vista de Neal Wyatt. Estuviera Hibah o no, Joel no quería que Neal se acercara a su hermano hasta que pactaran una tregua satisfactoria.
Joel respiró hondo. Se encontraban en un lugar público. Había otras personas presentes. Era de día. Todo eso tendría que haberle tranquilizado, pero cuando se trataba de hablar con Neal, nada era seguro. Se acercó al banco en el que estaban sentados el chico y Hibah. Vio que estaban cogidos de la mano y comprendió que, de algún modo -e imprudentemente por parte de Hibah, en su opinión-, se había producido un acercamiento entre ellos tras su anterior altercado en los jardines. Joel era lo bastante sensato como para saber que no iba a ser bien recibido -en particular desde la perspectiva de Neal-, pero no veía otra salida. Además, llevaba la navaja automática encima por si la cosa se ponía fea; dudaba de que incluso Neal se enfrentara a una navaja.
– Pero no es tan fácil como crees -estaba diciendo Hibah cuando Joel llegó a donde estaban por detrás-. Mamá me tiene prácticamente encerrada en ese sitio. No es como tu situación. Si doy un paso en falso, me castigarán para toda la vida.
– Neal, ¿podemos hablar? -dijo Joel.
Neal se dio la vuelta. Hibah se puso de pie de un salto.
– No pasa nada -se apresuró a decir Joel-. No vengo con malas intenciones. No voy a provocarte.
Neal se levantó, pero a diferencia de Hibah, lo hizo despacio. Realizó el movimiento muy al estilo de un gánster de película de los años treinta, que era de donde sacaba la mayoría de sus gestos; en realidad: de personajes del Hollywood clásico con la cara destrozada.
– Lárgate -dijo.
– Tengo que hablar contigo.
– ¿Estás sordo o qué? He dicho que te largues antes de que te enseñe lo que es bueno.
– Depende de ti que nos peleemos, colega -dijo Joel con tranquilidad, aunque no estaba tranquilo. Lo que le apetecía era coger la navaja por seguridad-. Lo único que quiero es hablar, pero puedes sacarme más, si es lo que quieres.
– Neal -dijo Hibah-. Puedes hablar con él, ¿no? -Y le dijo a Joel con una sonrisa-: ¿Cómo te va, Joel? ¿Dónde te metes a la hora del almuerzo? Te he buscado junto a la caseta del guardia.
Neal frunció el ceño al oír aquello.
– Yo no soy tu colega -le dijo a Joel-. Vete a chuparle el coño a tu madre.
Era una provocación deliberada, una forma de suplicar que Joel se abalanzara sobre él. Pero no se movió. Ni siquiera tuvo que responder. Hibah lo hizo por él.
– Es lo más asqueroso que he oído en mi vida -le dijo a Neal-. Te está pidiendo hablar contigo, nada más. ¿Qué te pasa? Te juro, Neal, que a veces me pregunto si te funciona la cabeza. O hablas con él o me largo de aquí. ¿Por qué arriesgarme de esta manera -quedando aquí contigo, que es lo que mi madre me ha prohibido expresamente- por alguien que no tiene ni pizca de cerebro?
– Serán cinco minutos -dijo Joel-, quizá menos, si lo arreglamos.
– Yo contigo no tengo por qué arreglar nada -dijo Neal-. Si te crees que voy a…
– Neal. -Hibah volvió a hablar, pero esta vez el tono era de advertencia.
Por un momento, Joel pensó que la chica musulmana se había vuelto loca y que iba a ponerse de su parte aún más abiertamente -con una amenaza-, pero entonces vio que estaba mirando hacia el puente. Había dos policías ahí parados y miraban hacia los jardines, principalmente a los tres adolescentes. Uno de los policías habló por la radio que llevaba sujeta al hombro. El otro simplemente esperó.
No requería un gran esfuerzo saber qué hacían. Dos chicos mestizos conversando con una chica musulmana. Estaban esperando a que hubiera problemas.