Trabajó en la ropa de Sólo Geoff mientras él trabajaba en su cuerpo, todo manos, lengua y boca. Lo desnudó, dejó un rastro de prendas que iba de las escaleras a su cama, en la que cayeron y copularon con fiereza. Sólo Geoff hizo lo que quiso hacerle antes de colocarle las piernas sobre sus hombros, que era la forma como le gustaba poner a las mujeres en sus momentos finales. Entonces, llevó su fantasía a su conclusión lógica. Se retiró de inmediato y se dejó caer al lado de Kendra.
– Dios mío, menudo polvo -dijo-. Estaba viendo estrellas de verdad. -Y se rió débilmente mirando al techo. Resollaba y tenía el cuerpo pegajoso por el sudor.
Kendra no dijo nada. Había obtenido placer con él. A decir verdad, había obtenido más placer con él que con cualquier otro, incluido Dix. Ella también estaba sin aliento, llena de sudor y fluidos y, según cualquier definición, era una mujer realizada. Pero había sido la receta equivocada para su estado de ánimo, y no tardó mucho en darse cuenta por el vacío que sentía, más allá de las maravillosas contracciones que aún experimentaba por el orgasmo.
Quería que se marchara y en eso tuvo suerte, porque Sólo Geoff no tenía ninguna intención de quedarse. Recogió su ropa y se acercó a su lado de la cama, donde descansó las yemas de los dedos en su pezón.
– ¿Te ha gustado? -le preguntó.
Gustar dependía de la definición, pero le complació diciéndole:
– Dios mío, sí. -Y se puso de lado para coger el tabaco.
No vio la mirada de desagrado del hombre -las mujeres que fumaban después del sexo no formaban parte de su fantasía-, ya que se dio la vuelta para ponerse la ropa. Kendra le observó mientras se vestía y él le preguntó si tenía un peine o un cepillo.
– En el baño -contestó ella, y siguió mirándole mientras abría la puerta.
El hombre se encontró de frente con Ness.
Las luces no estaban encendidas, pero no hacía falta, ya que la escena era inequívoca: Kendra en la cama, desnuda y destapada en la noche calurosa, fumando perezosamente, con las sábanas revueltas salvajemente a su alrededor, y el hombre a medio vestir, pero con los zapatos y la chaqueta en la mano y la clara intención de esfumarse tras la conclusión de una conquista satisfactoria. Y el olor en el aire -aferrándose a él, a ella, a las paredes mismas, parecía- era un olor que Ness reconocería seguro.
– ¡La puta! -dijo Sólo Geoff del susto. Volvió al cuarto de Kendra y cerró la puerta.
– Maldita sea -dijo Kendra, y apagó el cigarrillo en el cenicero de la mesita de noche. Siempre había sido un riesgo que uno de los niños la viera, pero habría preferido que fuera uno de los chicos, por razones que en aquel momento no habría podido expresar. Innecesariamente, le dijo a Sólo Geoff-: Es mi sobrina. Duerme en el salón. Justo debajo.
– ¿Debajo…? -Señaló la cama.
– Debe de habernos oído.
Aquello no era ninguna sorpresa, teniendo en cuenta cómo se habían lanzado el uno sobre el otro. Kendra se presionó la frente con los dedos y suspiró. Tenía lo que quería, pero no lo que necesitaba. Y ahora esto, pensó. La vida era injusta.
Oyeron que se cerraba una puerta. Siguieron escuchando. Al cabo de un momento, oyeron la cadena del váter. El agua corriendo. La puerta se abrió y unos pasos se alejaron escaleras abajo. Esperaron cuatro minutos interminables antes de que Sólo Geoff siguiera con lo que estaba haciendo. A estas alturas, decidió que no necesitaba peinarse; sólo necesitaba irse. Se calzó, se puso la chaqueta y se guardó la corbata en el bolsillo. Miró a Kendra, que se había tapado con la sábana y asintió con la cabeza. Había que buscar algún tipo de despedida, obviamente, pero nada parecía apropiado. No podía decir «Nos vemos», puesto que no tenían ninguna intención de cumplirlo. «Gracias» parecía espantoso, y cualquier referencia al propio acto parecía inoportuna tras la aparición en escena de Ness. Así que recurrió a una combinación de modales de colegio privado y drama de época del periodo eduardiano.
– No te molestes, conozco la salida -dijo, y se marchó deprisa.
Sola, Kendra se incorporó en la cama y se quedó mirando al techo. Se encendió otro cigarrillo, con la esperanza de que el humo borrara la imagen. Porque lo que veía era la cara de Ness. No la había juzgado. Tampoco transmitía sarcasmo, sino sorpresa, reemplazada rápidamente por una aceptación hastiada que ninguna niña de quince años debería tener jamás. Aquello despertó en Kendra un sentimiento que no había esperado al haber invitado a Sólo Geoff a su cama. Estaba avergonzada.
Al final reaccionó y fue al cuarto de baño, donde llenó la bañera con agua tan caliente como pudo soportar. Se metió dentro y se escaldó la piel. Se recostó y levantó la cara hacia el techo. Lloró.
Capítulo 18
Kendra estaba siendo mucho más dura de lo necesario consigo misma respecto a Ness, quien tenía preocupaciones más urgentes que reaccionar al hecho de que su tía hubiera invitado a un hombre blanco desconocido a su cama. Encontrarlo allí había sido toda una sorpresa, cierto. Ness había oído el alboroto y supuso que Dix había vuelto. Pero, para su asombro, no sintió lo que sentía antes cuando escuchaba los crujidos, botes y embestidas entusiastas de la cama de Kendra en el piso de arriba, sino que se despertó, oyó el ruido, se estremeció y se dio cuenta de que necesitaba ir al baño. Como creía que era Dix quien estaba con su tía -lo que significaba que se quedaría a pasar la noche y el riesgo que corría de encontrárselo cuando lo utilizara sería poco-, subió las escaleras y se encontró con un desconocido saliendo de la habitación de Kendra.
En su día, la imagen de cualquier hombre saliendo de la habitación de Kendra habría llenado a Ness de celos apenas disfrazados de asco. Pero eso era antes de compartir un pappadum con una mujer pakistaní que creía que no le caía bien. También era antes de lo que había generado compartir un pappadum con esa mujer pakistaní.
Cuando Majidah le comunicó un día que cerrarían el centro infantil antes, poco después de la visita de Ness a su piso, la chica creyó que quedaba libre de sus obligaciones para el resto de la tarde. Pero Majidah la sacó de su error enseguida al decirle que tenían que ir a recoger provisiones a Covent Garden. Ness debía ayudarla.
Se sintió absolutamente maltratada. No cabía la menor duda de que realizar servicios comunitarios no implicaba tener que patearse todo Londres como una criada, ¿verdad?
Majidah informó a Ness de que no era ella a quien el juez permitía determinar qué constituía servicios comunitarios.
– Saldremos a las dos en punto -le dijo a la chica-. Cogeremos el metro.
– Eh. Yo paso de…
– Por favor. ¿«Pasas»? ¿Qué clase de vocabulario es ése, Vanessa? ¿Cómo puedes esperar hacer algo con tu vida si hablas así?
– ¿Qué? ¿Acaso tengo que hacer algo? ¿Es eso?
– Madre santísima, sí. ¿Qué te crees si no? ¿Piensas que tienes derecho a lo que quieras y que no tienes que hacer nada para conseguirlo? ¿Y qué es lo que quieres exactamente? ¿Fama, fortuna, un par más de esos estúpidos zapatos de tacón? ¿O eres una de esas jóvenes tontas que solamente ambicionan la popularidad? ¿Actriz famosa, modelo famosa, cantante famosa? ¿Es eso, Vanessa? Sólo la popularidad cuando podrías hacer lo que quisieras, una joven como tú sin ningún hombre que determine tu destino como si fueras un animal de granja. No hay duda de que podrías elegir la carrera que se te antojara y, sin embargo, no muestras ninguna gratitud. Sólo el deseo de ser una cantante pop.
– ¿Yo he dicho eso? -preguntó Ness cuando Majidah al fin se vio obligada a respirar-. ¿Alguna vez he dicho yo algo así? Dios santo, Majidah, estás obsesionada, ¿te lo ha dicho alguien alguna vez? ¿Y cómo vamos a entrar ahí? No tengo guita… -Vio la cara horrorizada de Majidah y transigió-: No tengo dinero en mi poder para adquirir un billete -dijo remilgadamente.