– Ah, sí. Los he visto en casa de tu madre -dijo-. Me pregunté…
– ¿Qué te preguntaste? -quiso saber el hombre.
– Quién los había hecho, supongo. Y por qué estaban en las paredes. No es que no me molen…
– «Me gusten», Vanessa -dijo Majidah con paciencia.
– No es que no me gusten, porque sí. Sólo que no es lo que uno espera ver…
– Ah. Sí. Pero está orgullosa de mí, ¿verdad, madre? No lo parece, por cómo habla, pero no podría ser de otro modo. ¿No es cierto, madre?
– No te equivoques -dijo Majidah-. Eres el más problemático de mis hijos.
Sayf al Din sonrió; ella también.
– No me digas -contestó él-. Rand, a quien tanto desapruebas, te ayudará a recoger los materiales que quieres. Y mientras tanto, yo le enseñaré a tu acompañante cómo los dibujos se transforman en tocados.
Sayf al Din hablaba tanto como su madre. No sólo dio a Ness las explicaciones de lo que hacía, sino también demostraciones. No sólo le ofreció demostraciones, sino también cotilleos. Era un compañero tan divertido como parecía, y una parte del placer que obtenía con su trabajo era probar sus adornos a los demás. Le indicó a Ness que se pusiera de todo, desde turbantes a tiaras. Colocó sombreros y tocados a sus trabajadoras, quienes se rieron y continuaron cosiendo. Adornó con un sombrero Stetson de lentejuelas la cabeza cubierta de Rand y para él eligió un sombrero con una pluma de mosquetero.
Su entusiasmo se filtró directamente en las venas de Ness y la llenó de lo que menos habría esperado al embarcarse en esta excursión con Majidah: satisfacción, interés y curiosidad. Tras varios días reviviendo en su mente la experiencia en el estudio de Sayf al Din, Ness pasó a la acción. Un día que Fabia Bender no la esperaba fue a las oficinas del Departamento de Menores.
Ness estaba diferente que el día de su última reunión, y a Fabia Bender no le costó ningún trabajo verlo, aunque no podía poner nombre a lo que había cambiado a la chica. Lo supo en cuanto Ness expuso la razón de su visita. Al fin tenía un plan para su educación, dijo, y necesitaba la aprobación del juez.
Hasta la fecha, el problema de la escolarización de Ness había sido una cosa incierta para Fabia Bender. El colegio Holland Park se había negado a readmitir a la chica, utilizando como excusa la falta de plazas para el trimestre de otoño. Todos los institutos de secundaria cercanos habían recurrido a la misma historia y fue sólo en la margen sur del Támesis donde la asistente social por fin encontró un colegio dispuesto a admitirla. Pero una inspección del centro había dado que pensar a Fabia. No sólo estaba en Peckham, por lo que la chica tendría que invertir más de una hora de autobús en cada dirección, sino que además se encontraba en la peor zona de Peckham, lo cual sería una invitación descarada a que Vanessa Campbell se relacionara con el tipo de jóvenes más fácilmente disponibles para una adolescente con problemas, que era lo mismo que decir el tipo de jóvenes totalmente erróneo. Así que Fabia había rogado al juez que le diera más tiempo. Encontraría algo adecuado, le dijo, y mientras tanto Vanessa Campbell seguía un curso sobre apreciación musical en el instituto de formación profesional y cumplía la sentencia en servicios comunitarios, sin quejarse, en el centro infantil de Meanwhile Gardens. Sin duda, aquello tenía que contar a su favor… Contó y le concedieron un aplazamiento. Pero había que encontrar algo permanente antes del trimestre de invierno, según le comunicaron.
– ¿Sombreros? -dijo Fabia Bender cuando Ness le contó a lo que quería dedicarse-. ¿Hacer sombreros? -No era que creyera que Ness no tenía la capacidad para ello. Sólo era que de entre todas las posibles líneas de trabajo que se le habrían podido ocurrir a la chica para definir su futuro, la elaboración de sombreros parecía la última-. ¿Te apetece diseñar para Ascot o algo así?
Ness oyó la estupefacción en la voz de la asistente social y no se lo tomó bien. Cambió de posición apoyándose en una cadera, esa pose beligerante tan común en las chicas de su edad.
– ¿Y qué si me apetece? -preguntó, aunque diseñar los sombreros enormes y a menudo absurdos que llevaban las blancas pijas durante la temporada anual de las carreras de caballos era lo último que tenía en la mente.
En realidad, ni siquiera se lo había planteado y prácticamente no sabía qué era Ascot, aparte de una fuente de fotografías para los tabloides de mujeres delgaduchas que bebían champán cuyos nombres iban precedidos de un título.
Fabia Bender contestó deprisa.
– Perdóname -dijo-. Ha sido totalmente inapropiado por mi parte. Dime cómo has llegado a los sombreros y qué plan tienes para dedicarte a ello. -Miró a Ness y evaluó su determinación-. Porque tienes un plan, ¿no? Algo me dice que no habrías venido sin un plan.
En eso tenía razón, y que reconociera la visión de futuro de Ness gustó a la chica. Con la ayuda de Majidah y Sayf al Din, había hecho los deberes. Si bien no contestó la primera parte de la pregunta de Fabia Bender -su orgullo le impedía admitir que algo bueno podía estar surgiendo de su periodo de servicios comunitarios-, sí le habló de los cursos que se ofrecían en el Instituto de Formación Profesional Kensington and Chelsea. En realidad, había descubierto un verdadero tesoro oculto de oportunidades en el centro para explorar su nuevo interés en los sombreros, incluso un curso oficial de un año por el que se mostró «superentusiasmada».
Fabia Bender estaba satisfecha, pero tenía sus reservas. Lo repentino del cambio de Ness le daba que pensar y le recordaba que no debía vender la piel del oso antes de cazarla. Pero como el suyo era un trabajo difícil y a menudo ingrato, que uno de sus niños con problemas diera pasos para alterar un camino que, de lo contrario, habría conducido inquebrantablemente a la perdición hizo que sintiera que, tal vez, no hubiera elegido en vano su profesión. Ness necesitaba apoyo y Fabia se lo daría.
– Es magnífico, Vanessa -le dijo-. Veamos por dónde tienes que empezar.
Después de su enfrentamiento inútil con Neal Wyatt, Joel se encontró en el que creía que era un momento sin alternativas. Oía el tictac del reloj y tenía que hacer algo para detenerlo.
Lo irónico de la situación era que el único cambio en su vida que antes temía era ahora el cambio que más deseaba. Si podían mandar a Toby a una escuela especial, estaría a salvo. Pero no parecía una posibilidad probable, lo que significaba que Toby no escaparía a las garras cercanas de Neal Wyatt.
Aquello puso a Joel en alerta constante. También requería no perder nunca de vista a su hermano, a menos que estuviera con él otra persona o se encontrara en la escuela Middle Row. A medida que transcurrían las semanas -semanas en las que Neal y su pandilla comenzaron de nuevo a seguirlos, silbarles, burlarse de ellos y proferir amenazas en voz baja-, esta vigilancia constante le pasó factura. Su trabajo en el colegio se resintió y su poesía menguó. Sabía que las cosas no podrían continuar así sin que su tía acabara enterándose y tomara las medidas oportunas para ocuparse de la situación de un modo que sólo conseguiría empeorarlo todo.
Así que tenía que ocuparse él, y parecía que sólo existía una vía abierta. Lo notaba en el peso de la navaja automática que llevaba en la mochila o en el bolsillo. Neal Wyatt, decidió, no iba a atender a razones, Pero era muy probable que escuchara al Cuchilla.
Todos los días, por lo tanto, después de llevar a Toby al centro de aprendizaje, buscaba al Cuchilla. Empezó preguntándole a Ness dónde podía encontrar a su antiguo amante, pero su respuesta no le ayudó.
– ¿Qué quieres de ese tío? -le preguntó con perspicacia-. ¿Te has metido en líos o algo? -Y luego añadió más significativamente-: ¿Estás fumando hierba? Mierda, ¿estás esnifando?
A sus protestas de que no era «nada de eso», dijo: