– Mejor que así sea. -Pero no añadió nada más. No iba a decirle cómo localizar al Cuchilla. Nada bueno había surgido de su relación con él, así que ¿cómo podía surgir algo bueno de que su hermano tuviera algo que ver con ese hombre?
Por lo tanto, Joel tenía que encontrarle sin ayuda. Hibah no pudo ayudarlo. Sabía quién era el Cuchilla -¿quién, que tuviera ojos y orejas en North Kensington, no sabía quién era el Cuchilla?-, pero respecto adonde se le podía encontrar… Más bien el Cuchilla te encontraba a ti y no tú al Cuchilla.
Joel sólo conocía un lugar adonde iba el Cuchilla, así que también fue allí: al bloque de pisos en Portnall Road, donde vivía Arissa. Como ya se lo había encontrado allí una vez, le pareció razonable concluir que sólo era cuestión de tiempo que volviera a aparecer.
Cal Hancock sería la señal. Joel no tendría que ir llamando a las puertas. Simplemente tendría que esperar hasta que viera a Cal merodeando por la entrada del edificio, montando guardia.
En cuanto Joel tomó esta decisión, pasaron tres días más antes de obtener una compensación. Una tarde que traía consigo la promesa de una tormenta de otoño, por fin vio a Calvin en posición, dando caladas a un porro del tamaño de un plátano pequeño, su gorro de punto calado hasta las cejas. Estaba tumbado sobre las baldosas rojas y negras, sus piernas eran lo único que impedía la entrada al edificio. Un examen más detenido, sin embargo, mostró a Joel que Cal tenía sus propios asuntos entre manos: llevaba una cadena alrededor de la muñeca y la culata de lo que parecía una pistola asomaba por la cintura de sus vaqueros. Joel abrió mucho los ojos al ver aquel objeto. No podía pensar que fuera real.
– ¿Qué tal, tío? -le dijo Joel. Le habló desde unos metros de distancia, después de recorrer el sendero desde la acera sin que Cal se enterara. Menuda guardia, pensó Joel.
Cal despertó de su estado meditabundo. Adormilado, saludó a Joel con la cabeza.
– Colega -dijo, y dio otra calada.
– ¿Así le proteges? Podría haberte saltado encima, tío. Si te viera… -Joel dejó que su voz se apagara de manera significativa.
– Tranqui, chaval -contestó-. Nadie va a molestar al Cuchilla mientras Cal vigile. Además, no está de humor para echarme la bulla si no le gusta lo que hago.
– ¿Por qué?
– ¿Conoces a Veronica, de Mozart Estate? -Y cuando Joel negó con la cabeza, dijo-: Esta mañana ha parido a un crío suyo. Un niño. El tercero ya. Le dijo que se librara de él hace meses, pero no lo hizo y ahora está más contento que unas pascuas. Tres hijos lo convierten en un tiarrón. Lo está celebrando con Rissa.
– Entonces, ¿ella sabe lo de Veronica?
Cal se rió.
– ¿Te has vuelto loco? Claro que no lo sabe. La muy estúpida seguramente cree que se alegra de verla. Bueno, supongo que sí se alegra. Ella sí se libró del suyo como le dijo que hiciera. -Cal dio otra, calada y se tragó el humo-. ¿Qué quieres?
– Tengo que hablar con el Cuchilla. Tengo algo para él.
Calvin meneó la cabeza con incredulidad.
– Colega, no es buena idea. No le gusta recordarte a ti o a los tuyos.
– ¿Porque Ness…?
– No entremos en eso. Cuanto menos se hable de tu hermana, mejor. Pero te diré algo. -Cal se inclinó hacia delante, recogiendo las piernas y apoyando los codos en las rodillas como para enfatizar sus próximas palabras-. Nadie deja al Cuchilla, colega. Él es el que deja cuando cree que ha llegado el momento de dejar, ¿entiendes lo que te digo? Si una mujer hace un movimiento por sí misma y resulta que hay otro tío implicado y ha mentido al respecto… -Cal ladeó la cabeza hacia Joel, un movimiento que decía «acaba la idea tú mismo»-. Mantente alejado del Cuchilla. Como ya he dicho, éste no es un buen lugar para ti.
– Ness no tenía otro tío -dijo Joel-. ¿El Cuchilla cree que sí?
Cal tiró la ceniza del porro.
– No lo sé, no quiero saberlo y no pienso preguntar. Y tú tampoco.
– Pero él tiene a Arissa -señaló Joel-. ¿No puede ocupar ella el lugar de Ness?
– No se trata de ocupar el lugar de nadie. Se trata de respeto.
– ¿Así lo ve él?
– No hay otro modo. -Cal jugó con la cadena que llevaba enrollada en la muñeca, moviéndola para enrollársela en los nudillos. Dobló los dedos para ver cómo funcionaban envueltos así-. Así que ahora mismo… -dijo-. Mejor no romper el grupo, ¿entendido? Mientras se lo haga con Arissa, no pensará en Ness Campbell y es lo mejor para él.
– ¡Pero eso fue hace meses!
Cal cogió aire entre los dientes. No había nada más que decir.
Joel encorvó los hombros. El Cuchilla era la única esperanza de verdad que tenía. Sin su ayuda, Joel no veía cómo iba a arreglárselas para mantener a salvo a Toby. Si Neal sólo anduviera tras él, se habría vuelto por donde había venido, sabiendo que una contienda seria con el otro chico era inevitable. Pero el hecho era que Neal conocía su punto flaco y no tenía nada que ver con temer por su propia seguridad; tenía que ver con Toby.
Joel pensó en sus alternativas. Se reducían a una.
– De acuerdo -dijo-, pero tengo algo para él. ¿Puedes dárselo por mí? Va a quererlo y quiero que sepa que viene de mí. Si me lo prometes, te lo doy y me largo.
– ¿Qué tienes tú que quiera él? -dijo Cal con una sonrisa-. ¿Le has escrito un poema? Sí, sabemos que vas a esa cosa de las palabras que ha montado Ivan. El Cuchilla sabe todo lo que ocurre en este lugar. Por eso es el Cuchilla. Y escucha -le enseñó la pistola que llevaba metida en el pantalón-, ¿te preguntas por qué llevo esto encima sin preocuparme de que la Poli me lleve a la comisaría de Harrow Road? Piensa también en eso, amigo mío. No hace falta ser un genio.
Para Joel aquello era irrelevante. Eligió obviar el tema, y no sería el primero de sus errores.
– No es un poema lo que quiero darle. No soy estúpido, ¿sabes? -Sacó la navaja automática de su mochila. La abrió y luego la cerró apoyándosela en el muslo.
Cal parecía impresionado.
– ¿De dónde la has sacado?
– La usó con Ness. Le hizo un corte en la cabeza y la perdió cuando Dix D'Court le dio un golpe justo después. Dásela, ¿vale? Dile que necesito su ayuda con una cosa.
Cal no cogió la navaja, que Joel le había tendido, sino que dijo con un suspiro:
– Tío, ¿qué puedo decirte? Tienes que mantener al Cuchilla fuera de tu vida. Eso es.
– A ti no te ha hecho ningún daño tenerlo en la tuya.
Cal soltó una risa suave.
– Deja que te diga algo. Tienes a Ness, ¿verdad? Tienes a tu hermano. Tienes a tu tía y a tu madre, y ya sé que está en el manicomio, pero sigue siendo tu madre. No necesitas a este tío. Confía en mí, no lo necesitas. Y si lo quieres, tío, va a poner un precio.
– Tú sólo dale la navaja de mi parte, Cal -dijo Joel-. Dile que se la he devuelvo porque necesito su ayuda con una cosa. Dile que podría habérmela quedado y que eso significa algo. No he negociado ningún trato con ella. Se la he entregado. Cógela y díselo, Cal, por favor.
Mientras Cal se lo pensaba, Joel se planteó otra forma más de abordar sus problemas -que el propio Cal pudiera ayudarlo-, pero lo descartó enseguida. Sin el Cuchilla cerca, Cal no intimidaría a nadie. Sólo era Caclass="underline" el brazo derecho y el artista de grafitis, colocado de porros. Si tuviera que pelear, seguramente lo haría, pero ocuparse de Neal Wyatt no consistía en pelear. Se trataba de fijar límites. Cal no podía hacer eso con Neal Wyatt ni con nadie. En cambio, el Cuchilla podía hacerlo con cualquiera.
Joel agitó la navaja hacia Cal una vez más.
– Cógela -dijo-. De un modo u otro, sabes que el Cuchilla quiere recuperarla.
Entonces, a regañadientes, Cal cogió la navaja automática.
– No te prometo… -Tú habla con él. Sólo te pido eso. Cal se guardó la navaja en el bolsillo.
– Se pondrá en contacto contigo si quiere ayudarte -dijo. Y mientras Joel se preparaba para marcharse, añadió-. Ya sabes que el Cuchilla no hace nada sin ponerle un precio.