Lloras. Hacía mucho tiempo que no llorabas así. Ahora el dolor te mantiene despierto. Tus lágrimas te hacen solidario, piensas. Solidario, al menos en el dolor. Es fácil serlo cuando se ha perdido todo. Que nadie duerma después de haber descendido al espanto. Aún no te has recuperado de tu estupor. Recuerdas a Matilde. Nessun dorma. Tu pure, o Principessa, nella tua fredda stanza. No, tampoco la princesa podrá dormir esta noche. Matilde. Matilde.
Ella se abrazó a Ulises. Su llanto desesperado, su emoción primaria, se la entregó a él, ante tus ojos.
Los agresores escaparon sin que nadie los hubiera visto. Nadie. Salieron de cacería habiéndose asegurado bien la retaguardia. Uno de ellos había descubierto el lugar de reunión de los africanos ilegales. Y alguien les había asegurado que las fuerzas del orden se mantendrían al margen. Pero la casa abandonada estaba desierta cuando llegaron. Regresaban por la playa cuando descubrieron a Pedro y a Yunes. Nadie los vio. Nadie. Ni siquiera vosotros. A pesar de que pasaron por delante de la alfombra tendida en la arena.
Al salir de las ruinas, donde el vacío les había negado su particular coto de caza, vieron unas luces a lo lejos, en la orilla del mar. ¡Mirad, ahí los tenemos! ¡Quietos! ¡Escuchad!, oyeron la música y se acercaron con sigilo. Rastreaban sus piezas. Os confundieron. Pero cuando se encontraban a distancia suficiente para distinguiros, reconocieron a Andrea Rollán bailando descalza entre las luminarias. Ninguno de vosotros los vio alejarse.