– Sí, lo sé. Gracias por llamar. Me vestiré e iré enseguida. ¿Dónde está?
– En la UCI de Trauma. Te espero aquí. Sus padres están muy angustiados.
– Lo imagino.
Los pobres padres ya habían pasado por lo mismo cuatro veces; su hija había sido problemática desde los dos años. Era una chica simpática, pero entre la enfermedad bipolar y su adicción a la heroína, iba directa al desastre desde los doce. Maxine la visitaba desde hacía dos años. Era hija única y sus padres, extremadamente dedicados y cariñosos, habían hecho todo lo posible por ella. Había niños a los que no podías ayudar, por mucho que lo intentaras.
Hilary había estado hospitalizada cuatro veces en los últimos dos años, sin ningún resultado. En cuanto le daban el alta del hospital, volvía a salir con las mismas malas compañías. Le había dicho repetidas veces a Maxine que no podía evitarlo. No lograba mantenerse limpia, y afirmaba que la medicación que Maxine le recetaba la privaba del placer que ella conseguía en la calle. Hacía dos años que Maxine temía este final.
En menos de cinco minutos se había puesto unos mocasines, un jersey grueso y unos vaqueros. Sacó un abrigo del armario, cogió el bolso y corrió al ascensor. Encontró un taxi inmediatamente, de modo que, quince minutos después de que Thelma Washington, la médica que la sustituía, la llamara, Max entraba en el hospital. Thelma había estudiado en Harvard con ella, era afroamericana y una de las mejores psiquiatras que Maxine conocía. Después de coincidir en la facultad y de haberse pasado años sustituyéndose la una a la otra en las consultas, se habían hecho amigas. Ya fuese en su vida privada o en la profesional, Maxine sabía que podía contar con Thelma. Se parecían mucho en más de un sentido, y sentían la misma dedicación por su trabajo. Maxine se quedaba totalmente tranquila cuando dejaba a sus pacientes en manos de Thelma. Antes de ir a ver a los Anderson, Maxine fue a hablar con Thelma, que la puso al día rápidamente. Hilary estaba en coma profundo, y, por el momento, lo que le habían administrado no había funcionado. Lo había hecho estando sola en casa, mientras sus padres estaban fuera. No había dejado ninguna nota, pero Maxine sabía que no necesitaba hacerlo. A menudo le había dicho que le daba lo mismo vivir o morir. Para ella, y para otros como ella, ser bipolar era demasiado duro.
Maxine se angustió al leer la historia clínica. Thelma seguía a su lado.
– Cielo santo, se ha tomado todo menos el agua del fregadero de la cocina -dijo Maxine, con expresión sombría.
Thelma asintió.
– Su madre ha dicho que su novio la dejó anoche, el día de Acción de Gracias. Seguro que no ayudó mucho.
Maxine afirmó con la cabeza y cerró la historia. Los médicos habían hecho todo lo que podía hacerse. Ahora solo cabía esperar y ver cómo evolucionaba. Todos sabían, incluidos los padres de Hilary, que si no recuperaba pronto el conocimiento había muchas posibilidades de que su cerebro quedara dañado para siempre, y eso si sobrevivía, lo que era dudoso. A Maxine le sorprendía que estuviera viva con todo lo que había tomado.
– ¿Alguna idea de cuándo lo hizo? -preguntó Maxine, mientras las dos mujeres caminaban juntas por el pasillo.
Thelma parecía cansada y preocupada. Detestaba estos casos. Su consulta era más sosegada que la de Maxine, pero seguía echándole una mano. Trabajar con los pacientes de su amiga siempre era estimulante.
– Probablemente unas horas antes de que la encontraran, y ahí es donde radica el problema. Las drogas han tenido mucho tiempo para introducirse en su organismo. Por eso la naloxona no ha hecho ningún efecto, según los paramédicos que la han traído.
La naloxona era un fármaco que revertía los efectos de los narcóticos potentes, si se administraba a tiempo. Representaba la diferencia entre la vida y la muerte en los casos de sobredosis, y a Hilary la había salvado ya cuatro veces. Esta vez no había surtido efecto, lo que era una mala señal para las dos doctoras.
Maxine entró a ver a Hilary antes de ir a hablar con los padres. La encontró conectada a un respirador, y una unidad de cuidados intensivos todavía estaba ocupándose de ella. Estaba desnuda sobre la camilla, cubierta con una sábana fina, inmóvil. La máquina respiraba por ella, y su cara se veía grisácea. Maxine se quedó un buen rato mirándola, habló con el equipo que había estado con ella desde su llegada e intercambió impresiones con el médico jefe. Su corazón resistía, aunque el monitor había reflejado arritmias varias veces. No había ninguna señal de vida en la chica de quince años, que parecía una niña allí tumbada. Tenía los cabellos teñidos de negro y tatuajes en ambos brazos. Hilary lo había hecho por su cuenta, a pesar de los esfuerzos de su padre para convencerla de que no se tatuara.
Maxine hizo un gesto a Thelma y juntas fueron a ver a los padres en la sala de espera. Habían estado con Hilary hasta que el equipo médico les había pedido que salieran. Resultaba demasiado angustioso para los padres ver lo que pasaba, y los residentes y las enfermeras necesitaban espacio para moverse.
Ángela Anderson lloraba cuando Maxine entró en la sala. Phil la rodeaba con sus brazos y era evidente que también había llorado. Ya habían pasado por aquello, pero eso no lo hacía más fácil, sino más duro. Eran muy conscientes de que Hilary quizá no saldría adelante esta vez.
– ¿Cómo está? -preguntaron los dos al unísono, mientras Maxine se sentaba y Thelma se marchaba.
– Más o menos igual que al llegar. Acabo de verla. Está luchando. Como siempre. -Maxine les sonrió tristemente; le dolía en el alma ver el sufrimiento en sus ojos, y ella también estaba triste. Hilary era un encanto de niña. Problemática, pero encantadora-. Había algunas sustancias muy tóxicas en las drogas que ha tomado -explicó Maxine-. Estas cosas pasan en la calle. Creo que nuestro mayor problema es que las drogas han tenido demasiado tiempo para introducirse en su organismo antes de que la encontraran. Y un corazón puede resistir hasta cierto punto. Se ha tomado dosis muy elevadas de algunas drogas.
No era nuevo para ellos, pero Maxine tenía que advertirlos de algún modo de que esta vez quizá no habría un final feliz. Ella no podía ayudar en nada. El equipo de urgencias estaba haciendo todo lo humanamente posible.
Pasados unos cinco minutos, Thelma regresó con cafés para todos y Maxine volvió a entrar a ver a Hilary. Thelma la siguió fuera de la sala y Max le dijo que regresara a su casa. No valía la pena que los dos estuvieran levantados toda la noche. Antes de que Thelma se fuera, le dio las gracias. Maxine se quedaría en el hospital para ver cómo respondía el corazón de Hilary. Su latido se estaba volviendo más irregular, y el residente le dijo que la tensión arterial estaba bajando. Ambas cosas eran mala señal.
Durante las siguientes cuatro horas, Maxine fue constantemente de los Anderson a su hija, pero a las ocho y media, Maxine decidió dejarles entrar en la unidad para verla. Para entonces era consciente de que podía ser la última vez que vieran a su hija con vida. La madre de Hilary sollozó sin reprimirse al tocarla y se inclinó para darle un beso; el padre se quedó junto a su esposa, pero apenas se atrevía a mirar a su hija. El respirador seguía respirando por ella, pero la mantenía con vida a duras penas.
En cuanto se sentaron otra vez en la sala de espera, el médico jefe salió e hizo un gesto a Maxine, que lo siguió al pasillo.
– No tiene buena pinta.
– Sí -dijo Maxine-, lo sé.
Le siguió otra vez a la zona de cuidados intensivos donde estaba Hilary; casi inmediatamente después de que entrara, el monitor disparó una alarma. A Hilary se le había parado el corazón. Los padres querían que se hiciera todo lo posible, y el equipo cardíaco intentó por todos los medios que su corazón volviera a latir. La sometieron a electroshock mientras Maxine observaba, cada vez más angustiada. Le realizaron un masaje cardíaco y le aplicaron las palas varias veces, sin ningún resultado. Trabajaron con el cuerpo sin vida de Hilary durante media hora, hasta que por fin el residente hizo una señal al equipo. Se había acabado. Hilary había muerto. Se quedaron un buen rato mirándose entre ellos, un momento doloroso, hasta que el residente miró a Maxine, desconectó el respirador y lo extrajo de la boca de Hilary.