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En cuanto Blake ganó su fortuna el matrimonio dejó de funcionar. Max necesitaba a un hombre más accesible y que estuviera cerca, al menos de vez en cuando. Blake no estaba nunca. Maxine decidió que estaría mejor sola, sin tener que pegarle la bronca cada vez que llamaba ni pasarse horas intentando localizarlo cuando a alguno de los niños le ocurriera algo. Cuando le dijo que quería el divorcio, él se quedó petrificado. Ambos habían llorado. El intentó disuadirla, pero Maxine había tomado una decisión. Se amaban, pero Maxine insistió en que para ella su matrimonio era inviable. Ya no deseaban las mismas cosas. Él solo quería jugar; a ella le gustaba estar con los niños y su trabajo. Eran muy diferentes en demasiados sentidos. Fue divertido cuando eran jóvenes, pero ella había madurado y él no.

– Cuando vuelva iré a uno de los partidos de Jake -prometió Blake, mientras Maxine contemplaba la lluvia torrencial que golpeaba las ventanas de su consulta. ¿Y cuándo sería eso?, pensó ella, pero no dijo una palabra.

Él respondió a su pregunta no verbalizada. La conocía bien, mejor que ninguna otra persona del planeta. Esta había sido la peor parte de separarse de él. Estaban muy a gusto juntos y se querían muchísimo. En cierto modo, eso no había cambiado. Blake formaba parte de su familia, siempre lo sería, y era el padre de sus hijos. Esto era sagrado para ella.

– Estaré allí para Acción de Gracias, en un par de semanas -dijo.

Maxine suspiró.

– ¿Se lo digo ya a los niños o espero?

No quería desilusionarlos otra vez. Blake cambiaba de planes de un día para otro y los dejaba plantados, tal como había hecho con ella. Se distraía con demasiada facilidad. Era lo que más detestaba de él, sobre todo cuando hacía sufrir a sus hijos. Blake nunca veía la expresión de sus caras cuando Maxine les decía que al final su padre no iba a ir.

Sam no recordaba a sus padres viviendo juntos, pero quería a Blake de todos modos. Tenía un año cuando ellos se divorciaron. Estaba acostumbrado a la vida tal como era ahora, dependiendo de su madre para todo. Jack y Daffy conocían mejor a su padre, aunque los recuerdos de los viejos tiempos también se habían desdibujado.

– Puedes decirles que estaré allí, Max. No me lo perderé -prometió él, cariñosamente-. ¿Cómo estás tú? ¿Estás bien? ¿Ya ha aparecido el príncipe azul?

Ella sonrió. Siempre le hacía la misma pregunta. En la vida de Blake había muchas mujeres, ninguna de ellas permanente y la mayoría muy jóvenes. Pero no había absolutamente ningún hombre en la vida de Maxine. No tenía ni tiempo ni interés por ello.

– Hace un año que no salgo con nadie -dijo con sinceridad.

Nunca le ocultaba nada. Tras el divorcio lo consideraba como un hermano. No tenía secretos con Blake. Y él no los tenía con nadie, en parte porque prácticamente todo lo que hacía acababa en la prensa. Su nombre solía aparecer en las columnas de cotilleos junto con el de modelos, actrices, estrellas de rock, herederas y cualquier otra que estuviera a mano. Durante un tiempo salió con una princesa famosa, lo que solo confirmó aquello que Max pensaba desde hacía años. Blake estaba muy lejos de su mundo y vivía en un planeta completamente distinto. Ella era tierra; él, fuego.

– Así no llegarás a ninguna parte -la regañó-. Trabajas demasiado. Como siempre.

– Me encanta lo que hago -dijo ella sencillamente.

Esto no era nuevo para él. Siempre había sido así. En los viejos tiempos le costaba mucho que Maxine se tomara un día libre y ahora poco había cambiado, aunque pasaba los fines de semana con los niños y tenía un servicio de llamadas para cuando no estaba en la consulta. Al menos suponía una mejora. Ella y los chicos solían ir a la casa de Southampton que tenían cuando estaban casados. El se la había dejado con el divorcio. Era preciosa, pero demasiado vulgar para él ahora. Sin embargo, era perfecta para Maxine y los críos. Era una casona vieja y laberíntica, cerca de la playa.

– ¿Puedo tener a los niños para la cena de Acción de Gradas? -preguntó Blake con cautela. Siempre era respetuoso con los planes de Maxine; nunca se presentaba y desaparecía sin más con sus hijos. Sabía el esfuerzo que hacía ella para crear una vida estable para ellos. Y a Maxine le gustaba planear las cosas con tiempo.

– Perfecto. Los llevaré a almorzar a casa de mis padres. -El padre de Maxine también se dedicaba a la medicina, a la cirugía ortopédica, y era tan preciso y meticuloso como ella. Maxine lo había conseguido todo con esfuerzo; él había sido un estupendo ejemplo para ella y estaba muy orgulloso de la labor de su hija. Maxine era hija única y su madre no había trabajado nunca. Su infancia había transcurrido de forma muy diferente de la de Blake. La vida de él era el resultado de una sucesión de golpes de suerte desde el principio.

Al nacer, Blake fue adoptado por un matrimonio mayor. Su madre biológica, por lo que había averiguado él más tarde, era una chica de quince años de Iowa. Cuando la conoció, estaba casada con un policía y había tenido cuatro hijos. La mujer se llevó un buen sobresalto al conocer a Blake. No tenían nada en común, y él sintió pena por ella. Había tenido una vida difícil, sin dinero y con un hombre que bebía. Ella le explicó que su padre biológico había sido un joven alocado, guapo y encantador, que tenía diecisiete años cuando nació Blake. Le dijo que su padre había muerto en un accidente de coche dos meses después de la graduación, aunque nunca había tenido intención de casarse con ella. Los abuelos de Blake eran muy católicos y habían obligado a su madre a dar a su hijo en adopción después de pasar el embarazo en otro pueblo. Sus padres adoptivos habían sido buenos y formales. Su padre era un abogado de Wall Street especializado en impuestos y había enseñado a Blake los principios para realizar buenas inversiones. Se aseguró de que Blake fuera a Princeton y después a Harvard para hacer un máster en administración de empresas. Su madre hacía trabajos de voluntariado y le había enseñado la importancia de «aportar algo» al mundo. Blake había aprendido bien ambas lecciones y su fundación subvencionaba muchas obras de beneficencia. El extendía los cheques, aunque no conociera la mayoría de las asociaciones a las que iban destinados.