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Sus padres le habían apoyado incondicionalmente, pero murieron poco después de que él se casara con Maxine. A Blake le apenaba que no hubieran conocido a sus hijos. Eran unas personas maravillosas y unos padres cariñosos y leales. Tampoco habían vivido para ver su meteórico ascenso. A veces se preguntaba cómo habrían reaccionado ante su forma de vida actual y, de vez en cuando, a altas horas de la noche, le preocupaba que no lo aprobaran. Era muy consciente de la suerte que había tenido y de su tren de vida de excesos, pero lo pasaba tan bien con todo lo que hacía que a aquellas alturas le habría resultado difícil rebobinar la película y volver atrás. Había adoptado un modo de vivir que le proporcionaba un inmenso placer y diversión, y no perjudicaba a nadie. Le habría gustado ver más a menudo a sus hijos, pero nunca parecía haber tiempo suficiente. Sin embargo, lo compensaba cuando estaba con ellos. A su manera, era el padre de sus sueños hecho realidad. Hacían todo lo que deseaban y él podía concederles todos los caprichos y mimarlos como nadie. Maxine era la solidez y el orden en el que se apoyaban, y él la magia y la diversión. En muchos sentidos, él había significado lo mismo para Maxine, cuando eran jóvenes. Todo cambió cuando maduraron. O cuando ella maduró y él no.

Blake se interesó por los padres de Max. Siempre le había tenido afecto a su suegro. Era un hombre trabajador y serio, con valores y un gran sentido de la moral, aunque le faltara imaginación. En cierto modo, era una versión más severa y más seria de Maxine. Pero, a pesar de sus distintos estilos y filosofías de vida, él y Blake se llevaban bien. En broma, el padre de Maxine siempre llamaba «truhán» a Blake. A él le encantaba. Le parecía sexy y emocionante. Últimamente el padre de Max estaba decepcionado con Blake por lo poco que veía a los niños. Era consciente de que su hija compensaba lo que su ex marido era incapaz de hacer, pero lamentaba que ella tuviera que cargar con todo sola.

– Entonces nos vemos la noche de Acción de Gracias – dijo Blake al final de la conversación-. Te llamaré por la mañana para decirte a qué hora llego. Contrataré un servicio de catering para que nos prepare la cena. Estás invitada -dijo generosamente, con la esperanza de que aceptara. Todavía disfrutaba de su compañía. Para él no había cambiado nada, seguía pensando que era una mujer fantástica. Solo habría querido que se relajara y se divirtiera más. Creía que se tomaba demasiado a pecho la ética de trabajo puritana.

Mientras se estaba despidiendo de Blake, sonó el interfono. Había llegado el paciente de las cuatro, el muchacho de quince años. Maxine colgó y abrió la puerta de la consulta para dejarle pasar. El chico se sentó en uno de los grandes sillones antes de mirarla a la cara y saludar.

– Hola, Ted -dijo ella tranquilamente-. ¿Cómo te va?

El se encogió de hombros, mientras ella cerraba la puerta y empezaba la sesión. El chico había intentado ahorcarse dos veces. Maxine lo había mandado hospitalizar tres meses, aunque en las últimas dos semanas que llevaba viviendo en casa parecía haber mejorado. A los trece años había empezado a mostrar síntomas de ser bipolar. Maxine le veía tres veces por semana, y una vez a la semana el chico asistía a un grupo para adolescentes con antecedentes de suicidio. Estaba mejorando y Maxine mantenía una buena relación con él. Sus pacientes la apreciaban. Tenía mucha mano y se preocupaba enormemente por ellos. Era una buena psiquiatra y una buena persona.

La sesión duró cincuenta minutos. Después Maxine tuvo un descanso de diez minutos, devolvió algunas llamadas y empezó la siguiente sesión del día con una anoréxica de dieciséis años. Como siempre, fue un día largo, duro e interesante, que exigía una gran concentración. Al terminar, consiguió devolver el resto de las llamadas y a las seis y media regresó a casa caminando bajo la lluvia y pensando en Blake. Se alegraba de que volviera por Acción de Gracias y sabía que sus hijos estarían encantados. Se preguntó si esto significaba que también estaría en Navidad. En todo caso querría que los niños se reunieran con él en Aspen. Normalmente pasaba allí el Fin de Año. Con tantas opciones interesantes y tantas casas era difícil saber dónde estaría en determinado momento. Y ahora que Marruecos se añadía a la lista, sería aún más difícil conocer su paradero. No se lo tenía en cuenta, así eran las cosas, aunque a veces fuera frustrante para ella. Blake no tenía malicia, pero tampoco ningún sentido de la responsabilidad. En muchos aspectos, Blake se negaba a crecer. Lo cual le convertía en un compañero delicioso, siempre que no esperaras mucho de él. De vez en cuando los sorprendía haciendo algo realmente considerado y maravilloso, y de repente volvía a esfumarse. Maxine se preguntó si las cosas habrían sido diferentes si no hubiera conseguido su fortuna a los treinta y dos años. Eso había cambiado la vida de Blake y la de todos ellos para siempre. Casi deseaba que no hubiera ganado todo ese dinero con aquel golpe de suerte con su puntocom. Antes de eso su vida había sido muy agradable a veces. Pero con el dinero todo había cambiado.

Maxine conoció a Blake cuando era residente en el hospital de Stanford. El trabajaba en Silicon Valley, en el mundo de las inversiones en alta tecnología. Entonces hacía planes para su incipiente empresa, que ella nunca comprendió por completo, pero le fascinó su increíble energía y pasión por las ideas que estaba desarrollando. Coincidieron en una fiesta a la que ella no tenía ganas de ir, pero una amiga la había convencido. Llevaba dos días trabajando en la unidad de traumatología y estaba medio dormida cuando los presentaron. Al día siguiente él la llevó a dar un paseo en helicóptero; volaron sobre la bahía y por debajo del Golden Gate. Estar con él había sido excitante y, después de esto, su relación fue meteórica como un incendio forestal bajo un fuerte viento. Al cabo de unos meses estaban casados. Ella tenía entonces veintisiete años y durante un año su vida fue un torbellino. Diez meses después de la boda, Blake vendió su empresa por una fortuna. El resto era historia. Sin esfuerzo aparente, convertía el dinero en más dinero. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo y realmente era un genio en lo que hacía. Maxine estaba deslumbrada con su visión a largo plazo, con su habilidad y con su inteligencia.

Cuando nació Daphne, dos años después de la boda, Blake había ganado una cantidad de dinero increíble y quería que Max abandonara su profesión. Sin embargo, ella había ascendido a jefe de residentes de psiquiatría adolescente, había dado a luz a Daphne y de repente se encontraba casada con uno de los hombres más ricos del mundo. Era mucho para digerir y a lo que adaptarse. Además, por culpa de una falsa creencia o de un exceso de confianza en la lactancia como método anticonceptivo, se quedó embarazada de Jack seis semanas después de dar a luz a Daphne. Cuando nació el segundo bebé, Blake ya había comprado la casa de Londres y la de Aspen, había encargado el barco y se habían mudado a Nueva York. Poco después, se jubiló. Maxine no abandonó su profesión ni siquiera después del nacimiento de Jack. Su permiso de maternidad fue más breve que cualquiera de los viajes de Blake; para entonces él ya viajaba por todo el mundo. Contrataron a una niñera interna y Maxine se reincorporó a su puesto.

Trabajar cuando Blake no lo hacía era un problema, pero la vida que él llevaba le daba miedo. Era demasiado despreocupada, opulenta y de la jet set para ella. Mientras Maxine abría su propia consulta y participaba en un importante proyecto de investigación en traumas infantiles, Blake contrataba al decorador más importante de Londres para reformar su casa y a otro para la de Aspen, y compraba la propiedad de Saint-Bart como regalo de Navidad para ella y un avión para sí mismo. Para Maxine, todo estaba sucediendo demasiado deprisa, y después de aquello, ya nunca se detuvo. Tenían casas, niños y una fortuna increíble, y Blake salía en las portadas de Newsweek y Time. Siguió realizando inversiones, que doblaron y triplicaron su dinero, pero nunca volvió a trabajar de una manera formal. Lo que hacía, lo resolvía por internet o por teléfono. Al final su matrimonio también parecía estar transcurriendo por teléfono. Blake era tan cariñoso como siempre cuando estaban juntos, pero la mayor parte del tiempo, sencillamente no estaba.