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– Dios nos libre de las adolescentes -bromeó Thelma con cara de exasperación-. Esta semana Jenna me odia. De hecho, hace dos años que me odia. A veces creo que siempre me odiará. Normalmente no sé ni qué he hecho, pero, en su opinión, en cuanto me levanto de la cama ya he metido la pata.

Maxine se rió. Tenía los mismos problemas con Daphne, aunque ella era dos años más joven y no estaba tan rebelde todavía. Le faltaba poco, sin embargo. Todo llegaría.

– ¿Cómo le va a tu niñera con su hijo?

– Sigue berreando. Zellie dice que el pediatra cree que evoluciona bien. Pero nos está costando mucho. Le he comprado tapones para los oídos a Charles para cuando vayamos a Southampton. Yo también me los pondré. Es lo único que funciona. Zellie acabará perdiendo el oído de tanto tenerlo en brazos si ese bebé no para de llorar -dijo Maxine sonriendo con cariño.

– Qué divertido -comentó Thelma, y las dos se rieron.

Era agradable tomarse un rato libre y relajarse con un almuerzo. Maxine no lo hacía a menudo, y tenía tanto trabajo en la consulta que se sentía un poco culpable, pero Thelma era una buena amiga. Era una de las pocas psiquiatras en las que Maxine confiaba lo suficiente como para dejarle a sus pacientes.

Tal como habían quedado, Maxine le traspasó sus pacientes el primero de agosto, y todos se fueron a Southampton formando una caravana de coches: el de Maxine, el de Charles y Zellie, que conducía un coche familiar alquilado. Los niños iban con la niñera, porque el coche de Maxine estaba hasta los topes de cosas para la boda. Charles iba solo en un BMW impecable. No lo dijo, pero Maxine sabía que no quería que los niños subieran en él. Ellos estaban encantados de ir con Zellie, porque el único lugar donde Jimmy dormía y dejaba de llorar era en el coche. Era un alivio. En más de una ocasión, cuando el bebé aullaba a pleno pulmón en el piso, Maxine había aconsejado a Zellie que sacara el coche y lo llevara a dar vueltas a la manzana. Lo había hecho varias veces y funcionaba. Maxine solo lamentaba que no pudiera hacerlo toda la noche. Era un pequeñajo encantador y con una cara adorable, pero resultaba difícil crear un vínculo con él porque lloraba demasiado; sin embargo, en la última semana había empezado a mejorar. Había esperanza. Con un poco de suerte, habría acabado cuando Charles se mudara después de la luna de miel. Hasta entonces no tenía intención de trasladar sus cosas.

Charles dejó su equipaje en la habitación de Maxine en cuanto llegaron a la casa de Southampton. Ella le cedió un armario y llenó el suyo con las cosas que había traído de la ciudad. Escondió cuidadosamente el traje de boda en un armario de una de las habitaciones de invitados, junto con el vestido lavanda claro de Daphne, que todavía no se había probado. De momento seguía negándose y afirmaba que no asistiría a la boda y se quedaría en su cuarto. Charles le caía mejor después del crucero, pero no tanto como para aceptar que se casaran. Seguía diciéndole a su madre que cometía un error y que era demasiado aburrido y estirado.

– No es aburrido, Daffy -intentaba convencerla Maxine con calma-. Es responsable y de fiar.

– No lo es -insistía su hija-. Es aburrido y lo sabes.

Pero Maxine nunca se aburría con él. Siempre se interesaba por su trabajo y hablaban mucho de medicina. Ella y Thelma nunca hablaban de estos temas. Pero era con lo que disfrutaban más ella y Charles.

Durante la primera semana, Maxine tuvo mil detalles de los que ocuparse, aparte de las reuniones con el restaurador y la persona encargada de organizar la boda. Hablaba con el florista casi cada día. Pondrían flores blancas por todas partes, y setos y árboles recortados salpicados de orquídeas. Sería sencillo, elegante y relativamente formal. Exactamente lo que Maxine quería. A Charles no le interesaban los detalles de la boda, así que confiaba en ella.

De noche, ella y Charles salían a cenar o llevaban a los niños al cine. De día, los chicos iban con sus amigos a la playa. Todo iba de maravilla hasta que Blake llegó durante la segunda semana que pasaban allí. Charles se convirtió en un bloque de hielo en cuanto le vio.

Blake fue a la casa a verlos y Maxine le presentó a Charles. Nunca le había visto tan tieso y tan antipático. Se crispaba cada vez que Blake hablaba, aunque este se lo tomara con calma y fuera tan cautivador como siempre. Blake le invitó a jugar al tenis en el club, pero Charles declinó gélidamente la invitación, con gran disgusto de Maxine. Blake siguió hablando con él con la misma jovialidad y no se mostró ofendido en ningún momento. Charles no soportaba estar cerca de él y aquella noche se peleó con Maxine sin ningún motivo. Blake había alquilado una casa cerca de allí, para una semana; estaba cerca de la playa y tenía piscina, lo cual le pareció indignante a Charles. Se sentía invadido y así se lo dijo a Maxine.

– No sé por qué te enfadas tanto -comentó Maxine-. Ha sido muy amable contigo.

Creía que Charles estaba siendo irracional. Al fin y al cabo él era el ganador; él era el novio.

– Te comportas como si siguieras casada con él -se quejó Charles.

– No es verdad. -Se quedó estupefacta-. ¡Qué tontería!

– Te colgaste de su cuello y le abrazaste. Y él no te quita las manos de encima.

Charles estaba furioso y ella también. Sus acusaciones no eran justas. Ella y Blake eran cariñosos, pero no había nada más entre ellos, y no lo había desde hacía años.

– ¿Cómo te atreves a decir algo así? -Estaba fuera de sí-. Me trata como a una hermana. Y se ha esforzado mucho por hablar contigo, cuando tú apenas le dirigías la palabra. Nos regala la fiesta, así que al menos podrías ser educado y hacer un esfuerzo. Y te recuerdo que acabamos de pasar dos semanas en su barco.

– ¡No fue idea mía! -gritó Charles-. Me obligaste. Y ya sabes lo que pienso de la fiesta. Tampoco la quería.

– Lo pasaste de maravilla en el barco -le recordó Maxine.

– Es verdad -concedió él-, pero ¿no se te ha ocurrido pensar que no es agradable hacer el amor con tu prometida en la cama en la que dormía con su marido? Tu vida es demasiado caótica para mí, Maxine.

– Por el amor de Dios, no seas tan estirado. Solo es una cama. No duerme en ella con nosotros.

– ¡Para el caso es lo mismo! -soltó Charles y salió de la habitación hecho una furia.

Aquella noche hizo las maletas y se fue a Vermont. Dijo que volvería a tiempo para la boda. Era un comienzo magnífico. Estuvo dos días sin contestar al móvil, lo que hirió los sentimientos de Maxine. Cuando por fin hablaron, no se disculpó por su abrupta escapada. Su tono era cortante y frío. A Maxine no le habían gustado sus acusaciones y a Charles no le gustaba tener cerca a Blake, entrando y saliendo constantemente de la casa. Charles dijo que Blake se comportaba como si fuera suya. Esto también indignó a Maxine y le dijo que no era cierto.

– ¿Dónde está el novio? -preguntó Blake, cuando pasó por la casa al día siguiente.

– Se ha marchado a Vermont -respondió ella apretando los dientes.

– Ay, ay, ay. ¿Huelo a nervios prenupciales? -bromeó.

Maxine gimió.

– No, lo que hueles es que estoy cabreada porque se comporta como un imbécil.

Con Blake no disimulaba nunca. Podía ser sincera con él, aunque tuviera que poner buena cara delante de los niños. Cuando les había dicho que Charles necesitaba tranquilidad y paz antes de la boda, Daphne puso los ojos en blanco. Estaba encantada de que se hubiera ido.

– ¿Por qué estás tan cabreada, Max? Parece un buen hombre.

– No sé por qué lo dices. Ayer apenas te dirigió la palabra. Me pareció grosero y se lo dije. Lo menos que podía hacer era hablar contigo. Y te contestó de mala manera cuando lo invitaste a jugar al tenis.

– Seguramente se siente incómodo al tener a tu ex marido dando vueltas por aquí. No todo el mundo es tan liberal como nosotros -dijo riendo-, o está tan chalado.

– Es lo que dice él. -Sonrió a Blake-. Cree que estamos locos. Y el bebé de Zellie lo saca de quicio.