Выбрать главу

– Ha sido fantástico -dijo Maxine, girando con su vestido dorado. Cayó en brazos de Blake-. Eres el rey de las fiestas. Ha sido muy glamuroso, ¿no te parece?

– Me parece que deberías sentarte o te caerás, borrachina -bromeó él.

– No estoy borracha -insistió Maxine, lo que delataba que sí lo estaba.

A Blake siempre le había gustado cuando Maxine estaba algo achispada. Se ponía divertida y sexy, y sucedía tan raramente que lo hacía muy especial.

– ¿Crees que seré feliz con Charles? -preguntó con expresión seria.

De repente, le costaba más de lo normal concentrarse en él.

– Espero que sí, Max -dijo Blake con sinceridad.

Podría haber dicho que no, pero no lo hizo.

– Es muy serio, ¿verdad? Un poco como mi padre -comentó Maxine, mirando a Blake con los ojos entornados.

Estaba más guapa que nunca y Blake tuvo que hacer un esfuerzo para no aprovecharse de ella. No habría sido justo. Nunca haría nada que le hiciera daño y menos esa noche. Había perdido el tren y lo sabía. Cambió el champán por vodka, para servirle a ella la última copa de champán que quedaba en la casa.

– Sí, es un poco como tu padre -contestó Blake-. Los dos son médicos.

Empezaba a sentirse agradablemente ebrio, y no le importaba lo más mínimo. Si tenía que emborracharse, esta era la noche perfecta.

– Yo también soy médico -informó ella con un hipo sonoro-. Psiquiatra, trabajo con traumas. ¿No nos conocimos hace poco en Marruecos?

Se rió como una niña de su pregunta, y él también.

– Estás muy diferente con botas de montaña. Creo que me gustas más con tacones.

Maxine estiró una pierna bien torneada y se miró las delicadas sandalias doradas. Asintió.

– A mí también. Con las botas me salen ampollas.

– La próxima vez ponte tacones -aconsejó él, tomando un sorbo de su vodka.

– Lo haré. Lo prometo. ¿Sabes qué? -dijo, sorbiendo el champán-. Tenemos unos hijos maravillosos. Los quiero muchísimo.

– Yo también.

– Creo que a Charles no le gustan -dijo, frunciendo el ceño.

– El sentimiento es mutuo -confirmó Blake.

Los dos rieron como unos críos. Maxine lo miró con los ojos entornados, como si estuviera muy lejos.

– ¿Por qué nos divorciamos? ¿Tú te acuerdas? Yo no. ¿Me hiciste alguna mala pasada?

Ya estaba totalmente borracha, y Blake también.

– Se me olvidaba volver a casa. -Sonrió tristemente.

– Ah, es verdad. Ahora me acuerdo. Qué lástima. Me gustabas mucho… De hecho, aún te quiero -dijo, sonriendo con ternura.

Le dio hipo otra vez.

– Yo también te quiero -dijo Blake cariñosamente. Entonces le entró mala conciencia-. Deberías irte a la cama, Max. Mañana tendrás una resaca espantosa para la boda.

El champán era terrible al día siguiente.

– ¿Me estás pidiendo que vaya a la cama contigo? -preguntó Maxine, un poco asustada.

– No. Si lo hiciera, Charles estaría muy cabreado mañana y tú te sentirías muy culpable. De todos modos, creo que deberías acostarte.

Maxine terminó su champán mientras él hablaba, y entonces Blake vio que no se tenía en pie. La última copa había sido definitiva. El también estaba bastante ebrio. El vodka le había afectado después de una larga noche y mucha bebida, o tal vez había sido verla así, con ese vestido dorado. Estaba embriagadora. Siempre lo había sido para él. Se acordó de repente y no entendió cómo podía haberlo olvidado.

– ¿Por qué tengo que acostarme tan temprano? -preguntó Maxine, haciendo pucheros.

– Porque, Cenicienta -dijo Blake amablemente levantándola en brazos del sofá-, te convertirás en calabaza si no lo haces. Mañana vas a casarte con el príncipe azul.

Se encaminó hacia el dormitorio de ella.

– No. Me caso con Charles. De eso me acuerdo. No es el príncipe azul. Lo eres tú. ¿Por qué me caso con él?

De repente parecía molesta y Blake se rió, tropezó y casi la dejó caer. La cogió más fuerte. Era ligera como una pluma.

– Creo que te casas con él porque le quieres -dijo.

Entraron en el dormitorio y la dejó sobre la cama. Después la miró, tambaleándose ligeramente. Los dos habían bebido más de la cuenta.

– Eso está bien -dijo Maxine alegremente-. Le quiero. Y debería casarme con él. Es médico. -Miró a Blake-. Creo que estás demasiado borracho para volver a casa. Y yo para acompañarte. -Era una evaluación precisa de la situación-. Más vale que te quedes.

Mientras lo decía, la habitación les daba vueltas a los dos.

– Me echaré un momento hasta que se me pase. Si no te molesta. Luego me marcharé. No te importa, ¿verdad? -preguntó, tumbándose al lado de Maxine con el esmoquin y los zapatos puestos.

– No me importa en absoluto -dijo Maxine, volviéndose hacia él y apoyando la cabeza en su hombro. Todavía llevaba el vestido y las sandalias doradas-. Dulces sueños -susurró.

Cerró los ojos y se abandonó al sueño.

– Así se llama nuestro barco -dijo Blake con los ojos cerrados, y se quedó dormido.

Capítulo 24

Al día siguiente el teléfono sonó insistentemente en casa de Maxine. Eran las diez, y sonaba y sonaba sin que nadie lo descolgara. Todos dormían. Por fin Sam lo oyó y saltó de la cama para cogerlo. No se oía ni un solo ruido en la casa.

– ¿Diga? -contestó Sam, bostezando y todavía en pijama.

Todos se habían acostado tarde, v el niño aún estaba cansado. No sabía dónde estaban los demás, solo que Daphne había bebido demasiado champán la noche anterior, pero había prometido no decírselo a nadie cuando la vio vomitar al llegar a casa.

– Hola, Sam. -Era Charles y parecía muy despierto-. ¿Puedo hablar con tu madre, por favor? Solo quiero saludarla. Sé que estará muy ocupada. -Le había dicho que iría alguien a peinarla y a maquillarla y estaba convencido de que la casa debía de ser un caos-. ¿Puedes avisarla? Solo será un minuto.

Sam dejó el teléfono y fue descalzo a la habitación de su madre. Miró desde la puerta y vio a sus padres durmiendo profundamente con la ropa puesta. Su padre roncaba. No quería despertarlos, así que volvió al teléfono.

– Todavía duermen -dijo.

– ¿Duermen?

Charles sabía que no podía ser Sam porque estaba hablando con él. ¿Con quién estaba durmiendo a aquellas horas el día de su boda? No tenía ni pies ni cabeza.

– Mi padre también está durmiendo. Y ronca -explicó Sam-. Le diré que has llamado cuando se despierte.

La línea se cortó antes de que Sam pudiera colgar. Volvió a subir a su habitación, pero en vista de que no se había levantado nadie, no vio la necesidad de vestirse. Encendió el televisor y, por una vez, no se oía al bebé de Zellie. Era como si estuvieran todos muertos.

La peluquera y la maquilladora llegaron puntualmente a las diez y media. Zelda les abrió la puerta, se dio cuenta de la hora que era y fue a despertar a Maxine. Se sorprendió al ver a Blake durmiendo a su lado, pero se imaginó lo que había pasado. Los dos estaban vestidos; habrían bebido demasiado la noche anterior. Sacudió a Max suavemente y, doce intentos después, por fin esta se movió. Miró a Zelda y gimió. Cerró los ojos al instante y se cogió la cabeza con ambas manos. Blake seguía durmiendo profundamente a su lado, y roncaba como un bulldog.

– Madre mía -dijo Maxine, con los ojos cerrados con fuerza para protegerse de la luz-. ¡Madre mía! No sé si tengo un tumor cerebral o me estoy muriendo.

– Creo que ha sido el champán -dijo Zelda con suavidad, intentando no reírse.