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– ¡Quita eso de mi suelo! ¡Sácatelas ahora mismo! -ordenó, y él se sentó en el suelo y se descalzó, sonriendo.

Zelda se hacía obedecer, no había que preocuparse por eso.

– Hoy no has jugado, ¿verdad? -preguntó Maxine, mientras se agachaba para besar a su hijo. Siempre estaba practicando algún deporte o pegado al ordenador. Era el experto en informática de la familia, y siempre ayudaba a Maxine y a su hermana con sus ordenadores. No había problema que lo asustara y los resolvía todos con facilidad.

– Lo han suspendido por la lluvia.

– Me lo imaginaba. -Ya que los tenía a todos juntos, les habló de los planes de Blake para Acción de Gracias-. Vuestro padre quiere que vayáis todos a cenar la noche de Acción de Gracias. Creo que estará aquí el fin de semana. Os podéis quedar en su casa si os apetece -dijo sin darle importancia.

Blake había preparado unas habitaciones fabulosas para ellos en su ático del piso quince, llenas de obras de arte contemporáneo impresionantes, y un equipo de vídeo y estéreo de última generación. Los niños tenían una vista increíble de la ciudad desde sus habitaciones, un cine donde podían ver películas, una sala de juegos con mesa de billar y todos los juegos electrónicos habidos y por haber. Les encantaba quedarse en casa de su padre.

– ¿Tú también vendrás? -preguntó Sam, levantando la cabeza del dibujo. Prefería que estuviera su madre. En cierto modo, su padre era un desconocido para él y estaba más contento si tenía a su madre cerca. Pocas veces pasaba la noche allí, aunque Jack y Daphne sí lo hicieran.

– Puede que vaya a cenar, si queréis. Iremos a almorzar a casa de los abuelos, así que estaré saturada de pavo. Lo pasaréis bien con vuestro padre.

– ¿Llevará a una amiga? -preguntó Sam, y Maxine se dio cuenta de que no tenía ni idea.

A menudo, cuando invitaba a sus hijos, Blake estaba saliendo con alguna mujer. Siempre eran jóvenes, y a veces los niños lo pasaban bien con ellas, aunque, en general, Maxine sabía que consideraban una intrusión su carrusel de mujeres, sobre todo Daphne, que prefería ser la mujer protagonista en la vida de su padre. Para ella, era un hombre fantástico. Y últimamente su madre lo era cada día menos, algo normal a su edad. Maxine veía constantemente a niñas adolescentes que odiaban a sus madres. Se les pasaba con el tiempo, y todavía no le preocupaba.

– No sé si va a llevar a alguien o no -dijo Maxine, mientras Zelda hacía un ruidito burlón de desaprobación desde la cocina.

– La última era una tonta del bote -comentó Daphne, y salió de la cocina para registrar el armario de su madre.

Los dormitorios estaban uno al lado del otro a lo largo del pasillo y a Maxine le gustaba así. Prefería estar cerca de ellos, y Sam a menudo se metía en su cama por la noche con la excusa de que tenía pesadillas. La mayoría de las veces simplemente deseaba acurrucarse contra ella.

Aparte de esto, tenían un salón espacioso, un comedor lo bastante grande para ellos y un pequeño estudio donde Maxine solía quedarse a trabajar, escribiendo artículos, preparando conferencias o investigando. Su piso no se podía comparar con el lujo opulento del de Blake, que parecía una nave espacial posada en la cima del mundo, pero era acogedor y cálido, y desprendía el ambiente de un verdadero hogar.

Cuando Maxine entró en su habitación para secarse el pelo, encontró a Daphne repasando metódicamente su armario. Había encontrado un jersey blanco de cachemira y unos zapatos de tacón, unos Manolo Blahnik negros de piel, en punta y con tacón de aguja, que su madre no se ponía casi nunca. Maxine ya era bastante alta, y solo había podido ponerse tacones así cuando estaba casada con Blake.

– Son demasiado altos para ti -advirtió Maxine-. Casi me maté la última vez que me los puse. Busca otros.

– Mammmmá… -gimió Daphne-. Estos me quedarán fantásticos.

En opinión de Maxine, eran demasiado sofisticados para una niña de trece años, pero Daphne aparentaba quince o dieciséis, así que podía permitírselo. Era una chica preciosa, con los rasgos de su madre, la piel clara y los cabellos color azabache de su padre.

– Debe de ser una fiesta por todo lo alto la de esta noche en casa de Emma. -Maxine sonrió-. Chicos guapos, ¿eh?

Daphne puso cara de exasperación y salió de la habitación, con lo que no hizo más que confirmar lo que había dicho su madre. A Maxine le daba un poco de miedo pensar en cómo sería su vida cuando los chicos entraran en escena. Hasta ese momento los niños habían sido fáciles, pero ella sabía mejor que nadie que eso no duraría eternamente. Y si la cosa se ponía fea, tendría que solucionarlo sola. Como siempre.

Maxine se duchó y se puso una bata de franela. Media hora después, ella y sus hijos estaban sentados a la mesa de la cocina, mientras Zelda les servía una cena de pollo asado, patatas al horno y ensalada. Cocinaba comidas sabrosas y nutritivas, y todos estaban de acuerdo en que sus brownies, sus galletas de canela y sus panqueques eran los mejores del mundo. Maxine pensaba a veces con tristeza que Zelda habría sido una gran madre, pero no había ningún hombre en su vida ni lo había habido en mucho tiempo. A los cuarenta y dos años lo más probable era que esa oportunidad hubiera pasado de largo. Al menos podía querer a los hijos de Maxine.

Mientras cenaban, Jack comunicó que iba al cine con un amigo. Ponían una nueva película de terror que quería ver, una que prometía ser especialmente gore. Necesitaba que ella lo acompañara y lo recogiera. Sam iría a dormir a casa de un compañero de clase al día siguiente y esa noche tenía pensado ver una película en la habitación de su madre, en su cama y con palomitas. Maxine acompañaría a Daphne a casa de Emma antes de dejar a Jack en el cine. Al día siguiente tenía que hacer algunos recados y el fin de semana tomaría forma, como siempre, sin planificación, conforme al ritmo y las necesidades de los niños.

Aquella noche estaba hojeando la revista People mientras esperaba que la llamara Daphne para ir a recogerla, cuando vio una foto de Blake en una fiesta que los Rolling Stones habían dado en Londres. Iba acompañado de una famosa estrella del rock, una chica espectacularmente guapa que casi no llevaba nada encima. Blake aparecía a su lado, sonriendo. Maxine miró la fotografía un minuto intentando decidir si la fastidiaba, y se confirmó a sí misma que no. Sam respiraba profundamente a su lado, con la cabeza en su almohada, el cuenco de palomitas vacío, abrazado a su amado osito.

Mientras contemplaba la fotografía de la revista trató de recordar cómo había sido estar casada con él. Los días maravillosos del comienzo habían dado paso a los días solitarios, llenos de irritación y frustración del final. Nada de eso importaba ya. Concluyó que verle con actrices, modelos, estrellas del rock y princesas no le molestaba en absoluto. Blake representaba una cara de su pasado lejano, y al final, por muy adorable que fuera, su padre tenía razón. No era un marido, era un truhán. Cuando besó a Sam con dulzura en su sedosa mejilla, pensó de nuevo que le gustaba su vida tal como era.

Capítulo 2

Durante la noche, la intensa lluvia se convirtió en nieve. La temperatura descendió considerablemente y, cuando despertaron, todo estaba cubierto por un manto blanco. Era la primera nevada fuerte del año. Sam echó un vistazo y aplaudió encantado.

– ¿Podemos ir al parque y llevarnos el trineo, mamá?

La nieve seguía cayendo y el paisaje recordaba una postal de Navidad, pero Maxine sabía que al día siguiente estaría todo hecho un asco.

– Claro, cariño.

Pensando en ello se dio cuenta, como siempre, de que Blake se estaba perdiendo lo mejor. Lo había cambiado todo por sus fiestas de la jet set y por conocer personas de todo el mundo. Pero para Maxine, lo mejor de la vida estaba allí mismo.