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– Casi se muere… -dijo histérica en brazos de Maxine mientras esta la sacaba delicadamente de la sala después de hacer una señal a la enfermera.

Jason dormía en la cama y parecía tranquilo. Seguía muy sedado por los restos de lo que había tomado, pero la dosis ya no era tan alta y su vida no corría peligro. Solo le mantenía dormido. Su madre no dejaba de repetir que había estado a punto de morir. Maxine se la llevó por el pasillo, por si su hijo se despertaba.

– Pero no ha muerto, Helen. Se va a poner bien -dijo Maxine con calma-. Por suerte le has encontrado a tiempo y se pondrá bien.

Hasta la próxima. Pero era misión de Maxine impedirlo, así que no habría tercera vez. Aunque cuando un paciente intentaba suicidarse, el riesgo estadístico de que lo repitiera era infinitamente más elevado, y la posibilidad de conseguirlo aumentaba. A Maxine no le hacía ninguna gracia que Jason lo hubiera intentado por segunda vez.

Maxine hizo que la madre de Jason se sentara en una silla y respirara hondo. Por fin consiguió hablar de ello con calma. Dijo que creía que Jason debía ser hospitalizado por más tiempo en esta ocasión. Propuso ingresarlo un mes, y después ya verían cómo estaba. Le recomendó un centro de Long Island con el que trabajaba a menudo. Aseguró a Helen Wexter que eran estupendos con los adolescentes. Helen la miró horrorizada.

– ¿Un mes? Eso significa que no estará en casa el día de Acción de Gracias. No puedes hacerlo -dijo, llorando otra vez-. No puedo estar sin él durante las fiestas. Su padre acaba de morir, y será nuestro primer día de Acción de Gracias sin él -insistió, como si eso tuviera alguna importancia en aquel momento, ante el riesgo de un tercer intento de suicidio de su hijo.

Era increíble lo que podía hacer la mente para negar la realidad y a lo que se aferraba cada uno para no tener que afrontar la dureza de la situación. Si Jason lo intentaba de nuevo y lo lograba, no volvería a pasar un día de Acción de Gracias con él. Merecía la pena sacrificar este. Pero la madre del chico no quería oír hablar de aquello, así que Maxine intentó mostrarse firme pero compasiva y amable al mismo tiempo, como siempre.

– Creo que ahora mismo Jason necesita protección y apoyo. No quiero mandarlo a casa demasiado pronto, y las vacaciones van a ser muy duras para él sin su padre. En serio, pienso que estará mejor en Silver Pines. Puedes celebrar Acción de Gracias allí con él.

Helen lloró más aún.

Maxine estaba impaciente por ver a Jason. Le dijo a Helen que hablarían de ello más tarde, pero las dos acordaron que el chico pasara la noche en Lenox Hill. No había alternativa; no se encontraba en condiciones de volver a casa. Helen estaba totalmente de acuerdo con esto, pero no con lo demás. Detestaba la idea de Silver Pines. Dijo que el nombre le recordaba al de un cementerio.

Maxine examinó a Jason en silencio mientras el chico dormía, leyó su historia clínica, y se alarmó al ver la cantidad de fármacos que había ingerido. Había tomado mucho más que una dosis letal, a diferencia de la otra vez. El último intento había sido mucho más serio, y Maxine se preguntó qué lo habría provocado. Al día siguiente, cuando Jason se despertara, pasaría a verle un rato. En aquel momento era imposible hablar con él.

Escribió algunas instrucciones en la historia de Jason. Lo trasladarían a una habitación privada aquella noche, y sus órdenes incluían que una enfermera estuviera con él, vigilándolo. Debía haber alguien allí observándolo incluso antes de que se despertara. Dijo a la enfermera que volvería a la mañana siguiente a las nueve, aunque si la necesitaban antes podían llamarla. Les dejó los números de teléfono de su casa y del móvil, y después volvió a sentarse con la madre de Jason. Helen parecía más hundida, ahora que empezaba a asumir la realidad. Había estado a punto de perder a su hijo aquella noche y quedarse sola en el mundo. Esa idea la sumía al borde de la desesperación. Maxine se ofreció a llamar a su médico, por si necesitaba somníferos, o un calmante suave, pues ella no quería recetárselos. Helen no era su paciente y Maxine no conocía su historia ni sabía si estaba tomando otros medicamentos.

Helen dijo que ya había llamado a su médico. Por lo visto había salido, pero esperaba su llamada. Le explicó que Jason había ingerido todos sus somníferos, y por lo tanto no le quedaba ninguno. Volvió a echarse a llorar; estaba claro que no deseaba volver sola a casa.

– Puedo pedir que pongan una cama auxiliar en la habitación de Jason, si lo prefieres -le ofreció Maxine cariñosamente-, a menos que resulte demasiado angustioso para ti.

En tal caso, tendría que regresar a su casa.

– Eso estaría bien -accedió Helen en voz baja, mirando a Maxine con los ojos muy abiertos-. ¿Va a morir? -susurró entonces, aterrorizada pero intentando prepararse para lo peor.

– ¿Esta vez? No -afirmó Maxine, negando solemnemente con la cabeza-, pero debemos asegurarnos, en la medida de lo posible, de que no haya una próxima vez. La situación es muy grave. Se ha tomado muchas pastillas. Por eso quiero que pase una temporada en Silver Pines.

Maxine no quiso decirle todavía a la madre del chico que pretendía que Jason se quedara allí bastante más que un mes. Ella pensaba en dos o tres meses, y tal vez después lo mandaría a una institución de apoyo si creía que el chico lo necesitaba. Por suerte, podían permitírselo, pero esta no era la cuestión. Podía ver en los ojos de Helen que quería que Jason volviera a casa y que se opondría a una estancia larga en el hospital. Era una estupidez por su parte, pero Maxine ya se había encontrado antes en situaciones de ese tipo. Si mandaban a Jason a un hospital psiquiátrico, tendrían que afrontar que aquello no era solo «un pequeño percance»: estaba realmente enfermo. Maxine no tenía ninguna duda de que el chico era un suicida y estaba peligrosamente deprimido desde la muerte de su padre. Aquello suponía más de lo que su madre era capaz de asumir, pero llegados a ese punto no tenía elección. Si se llevaba al chico a casa con ella al día siguiente sería en contra de la recomendación médica, así que tendría que firmar un alta voluntaria. Maxine esperaba que no llegaran tan lejos. Con suerte, Helen estaría más tranquila al día siguiente y haría lo más conveniente para su hijo. A Maxine tampoco le gustaba tener que ingresarlo, pero estaba convencida de que era lo mejor para él. Su vida estaba en juego.

Maxine pidió a las enfermeras que en cuanto el chico saliera de urgencias, pusieran en la habitación de Jason una cama para Helen. Se despidió de ella con un apretón cálido en el hombro y pasó a ver a Jason antes de marcharse. Parecía estar bien. Por el momento. Estaba con él la enfermera que lo acompañaría a la habitación. No volverían a dejarlo solo. En Lenox Hill no había un ala de seguridad, pero Maxine pensó que estaría mejor con una enfermera al lado, además de su madre. De todos modos, tardaría muchas horas en despertar.

Maxine volvió a su piso con aquel frío gélido. Era más de la una cuando llegó. Echó un vistazo en la habitación de Daphne; y todo parecía en calma. Las chicas estaban dormidas, dos de ellas en sacos de dormir y el resto en la cama de Daphne. La película no había terminado, y las chicas seguían vestidas. Mientras las miraba, Maxine notó un olor extraño. Nunca antes lo había olido en la habitación de Daphne. Sin saber por qué fue al armario y abrió la puerta. Se sobresaltó al ver una docena de botellas vacías de cerveza. Volvió a mirar a las chicas y se dio cuenta de que no estaban solo dormidas, sino también borrachas. Le pareció que eran demasiado jóvenes para tomar cerveza, pero tampoco era algo insólito a su edad. No sabía si llorar o reír. No sabía cuándo habían empezado a beber, pero habían aprovechado bien su ausencia.