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'Las ha juntado', pensé; 'tal vez se está profesionalizando y quiere ensayar con ellas lo que llaman una "routine" en América, es decir, los movimientos y pasos ya no improvisados sino acordados y coordinados, qué manía de arruinar vocablos la de ese país y esta época, todo es cada vez más usurpado, impreciso, más oblicuo e impostado y con frecuencia incomprensible, las palabras como los usos y como las reacciones; pero puede que sólo una de ellas sea amante suya y no tenga nada de raro que se reúnan para bailar a trío, o incluso que ninguna lo sea, y en cambio si ambas lo fueran sí sería algo extraño, supongo, pese a la artificial lenidad de estos tiempos en los que según muchas personas nada tiene nunca demasiada importancia, ni siquiera las acciones violentas, que se perdonan tan fácilmente o ante las que jamás faltan imbéciles con autoridad moral imbécil -o es frailuna-, dispuestos a indagar con infinita paciencia en sus nada misteriosas causas y que en todo caso las comprenden, como si estuvieran por encima de ellas (en la punta de la lengua les baila, los tienta permanentemente la vieja frase de los curas, por laicos que se pretendan: "Pero, ¿por qué eres así, hijo mío?"), hasta que los baja de la atalaya alguien que les da de hostias a ellos y entonces ya no comprenden, yo mismo, yo podría ser violento en algunas circunstancias aparte de por defenderme, pero sé que por causas ruines y siempre sin ningún misterio, por frustración o por envidia o revancha o por el trastorno del mezquino miedo, así que es preferible evitarlas, sin más, las circunstancias: yo no podría reunirme con un novio o amante de Luisa para una impensable actividad de los tres juntos, no de momento, quién sabe si dentro de varios años, cuando ya ni un centímetro de piel me escociera y si él además fuera un gran tipo, lo cual dudo; ni ella tampoco, yo creo, con una novia o amante mía que alguna vez existirá sin remedio, y eso que ella y yo no somos eso ni actualmente somos nada, qué seremos o ya vamos siendo, quizá tan sólo pasado, el uno del otro un pasado tan extenso y duradero que nos pareció no ir nunca a serlo. Ella no debe de estar muy distraída estos días, aunque se la oyera contenta al principio y también al final de la charla, si puede preocuparla un poco su edad futura inmediata', pensé. '"Si no me hacen falta hoy, será mañana, ni siquiera pasado mañana", ha dicho de los venenosos mejunjes y de los plásticos sanguinolentos, y eso no es muy distinto de lo que pensará Flavia Manoia al despertar cada mañana del último sueño angustioso, ya diurno, según Reresby o Tupra, que me la describió de antemano, como al marido, condicionando ya así hábilmente mi posterior percepción de ambos: "Anoche todavía sí, pero, ¿y hoy? Soy una jornada más vieja", piensa la señora Manoia al abrir los desmaquillados ojos, y entonces, durante unos minutos, le da pereza someterse a otra prueba y quiere volver a cerrarlos. Cómo me cuesta imaginarme a Luisa con semejantes aprensiones, estoy acostumbrado a que sea joven. O en realidad no me cuesta tanto, si no me engaño: tampoco a mí me son desconocidas, supongo. Esa clase de temor no es sólo de las mujeres, sino probablemente de todos después de un revés tardío o a partir del primer fuerte cansancio, yo mismo creo sentirlo a diario, ese temor o su aviso, más aún en este tiempo extranjero en el que ando desparejado y un poco solo aquí en Londres, no mucho como cree Wheeler, sólo un poco y sólo a ratos; pero ellas se lo reconocen, lo afrontan sin ennoblecerlo ni buscarle trascendencia, mientras que los hombres, la mayoría, nos lo formulamos con deliberada crudeza que por lo tanto es algo falsa, nuestro pensamiento más definitivo y más triste, pero a cambio logramos no vernos frívolos ni asustados por la soledad -que es lo accesorio- ni por la pérdida del enamoramiento -que es lo sustancial, pero también lo insignificante-. Así que más bien nos preguntamos, para no ruborizarnos: "Y para mi muerte, ¿cuánto aún falta?".'

Agucé el oído porque me pareció que la música llegaba ahora más clara, habrían subido el volumen, y al mirar de nuevo mirando -ya no absorto-, vi que habían dado por fin comienzo los tres a su discutido baile. Era elegante, no brincaban ni correteaban sino que avanzaban a pasos cortos y no sé si decir sinuosos y en efecto sincronizados, los mismos al mismo tiempo, el movimiento era de pies y caderas, y de la cabeza que afirmaba el ritmo, los brazos acompañando sólo leve y escasamente, un poco doblados y un poco extendidos a la altura de los costados, como si cada par de sus manos sostuviera un periódico abierto. Iban desplazándose por la tarima, y con celeridad, el trío, pero la impresión que daban con sus pasos ceñidos era de mantener su posición cada uno, como si sus respectivas porciones o adjudicados tramos de suelo se movieran con ellos, y cada uno pisara siempre las mismas tablas; me dije -o es que lo oía ya más, en la distancia- que tenían que estar bailando a algún son de Henry Mancini, podía ser el célebre Peter Gunn, nadie se acuerda ya de que ese tema nació para una serie de televisión antigua de detectives, no sé si se vio nunca en España, creo que era aún de los cincuenta (es decir, casi prehistórica) y desde luego en blanco y negro, pero en todo caso su música no ha envejecido y ha pasado a convertirse en un clásico del baile moderno elegante, si se tiene noción del elegante modo de interpretarlo, y aquellos tres sí la tenían. O podía ser, si no, el arranque de la banda sonora de Sed de mal, o Touch of Evil en inglés, una película de Orson Welles de esos mismos años en la que hacía de mexicano nada menos que Charlton Heston, era asombroso que se lo creyera uno por mucho bigote que luciera del primer plano al último, y se lo creía. Pero esa música es menos famosa, así que me decidí por Gunn. Hay piezas fundamentales que viajan conmigo si soy previsor (no lo fui al irme de Madrid, salí con poco) o que no tardo en volver a comprarme si me quedo en un país cierto tiempo, y entre ellas son fijas tres o cuatro de Mancini porque alegran cualquier día tétrico casi infaliblemente, de modo que busqué y saqué el disco, programé en repetición el primer corte como debían de haber hecho los tres de enfrente (dura apenas dos minutos y ellos lo bailaban largo), y lo puse a sonar en mi casa, al igual que otras melodías otras veces cuando creía adivinar lo que mi bailarín danzaba, en parte por mi diversión, en parte por evitarle el ridículo asegurado de agitarse y moverse y dar saltos absurdos ante un espectador que no oye lo que los provoca, no oye nada, aunque a él sin duda le diera lo mismo o ignorara que lo tenía. Pero uno debe mostrar aún más respeto del convencional, hacia quien no puede solicitarlo.

'Esa preocupación de Luisa tal vez signifique', pensé, 'que no ha salido mucho últimamente ni ha recibido visitas estimulantes; que no está entretenida, y eso a su vez -puede ser-, que no me ha sustituido aún del todo, de lo contrario contaría con alguna distracción o pequeña ilusión más o menos cotidiana, aunque sólo consistiese en un rato de conversación telefónica con alguien concreto al término de la jornada, si verse no les fuera fácil por cualquier motivo, qué sé yo, la mujer o los niños de él, los niños nuestros. Ya me doy cuenta de que esta es una deducción sin base, infundada. Pero tal vez sí signifique, eso al menos, que aún nadie ha entrado en su vida hasta el punto de introducirse también en la casa, quiero decir no a diario o no con la suficiente frecuencia como para que ella ya lo espere, o para que no se sorprenda si él se presenta sin más aviso que llamar desde abajo y decir "Luisa, soy yo, estoy aquí, ábreme", como si "yo" fuera su inequívoco nombre, y para que además ella se alegre si él decide aparecer así, al llegar la noche o al caer la tarde. No, no debe de haber entrado todavía el hombre adulador, sibilino, aplicado y aun esforzado al principio, el que quiere ayudar con la cena y bajar la basura y acostar a los niños para tornarse -cómo decir- doméstico, y así irse instalando y quedarse, limitándose a ocupar un hueco y procurando no alterar nada de lo que allí ha encontrado dispuesto. Ni el irresponsable y festivo, el inquieto al que en cambio aterra pasar y abandonar el rellano, adentrarse y conocer a mis hijos y aun verlos atravesar fugazmente en pijama desde el quicio de la puerta en el que se apoya mientras espera a que Luisa acabe con sus instrucciones a la canguro y salga de una vez para la farra, el que más bien aspira a sacarla de allí poco a poco, noche a noche a desgajarla o por la costumbre a arrancarla, para que así pueda seguirlo a él sin ataduras y en todo, y a todas partes. Ni ha entrado tampoco el apasionado falso, el oculto tirano débil que irá más bien a separarla de todo lo externo con sus dramatizaciones y sus malas artes, a encerrarla y a confinarla a él, sólo a él como final horizonte, el que juega a la baja para poseer y dominar luego a la alta, el que se justifica siempre en su sentimiento tan fuerte o en su sufrimiento intenso y en eso es como casi todo el mundo, creen tantas personas que sentir muy vivamente y no digamos padecer, y atormentarse, las hace ya buenas y merecedoras y les otorga derechos, y que han de ser compensadas por ello incesante e indefinidamente, hasta por quienes no inspiraron su sentimiento ni causaron su sufrimiento ni tuvieron que ver en uno ni en otro, para esas personas la tierra entera les está siempre en deuda, y nunca se paran a pensar que el sentimiento se elige o que en él se consiente, eso como mínimo, y que casi nunca viene impuesto, o el destino no se mezcla; que uno es tan responsable de él como lo es de sus enamoramientos, en contra de la general creencia que declara y repite la vieja falacia a través de los siglos incansablemente: "Es más fuerte que yo, no está en mi mano evitarlo"; y que exclamar "Es que yo te quiero tanto" como explicación de los actos, como coartada o disculpa, debería ser contestado sin falta con la frase que pocos se atreven a soltar aunque sea la justa cuando el querer no es correspondido y quizá también cuando lo es, "Y a mí qué me cuentas, eso es sólo asunto tuyo". Y que además a veces -sí, eso es cierto- hasta la desdicha se inventa. No, nadie está obligado a ocuparse del amor que otro le tiene ni aún menos de su abatimiento o despecho, y sin embargo reclamamos atención, comprensión, piedad y aun impunidad por algo que sólo incumbe al que lo experimenta, "Hay que entenderlo", decimos, "lo está pasando muy mal y por eso maltrata a todos"; o también "Le han hecho daño, está en guerra con la vida porque está destrozado, y en verdad él no podía vivir sin ella", como si no querer a alguien o dejar de hacerlo fuera algo contra ese alguien, contra el que sí quiere o continúa haciéndolo, una maquinación o una represalia, una decisión para perjudicarlo, cuando justamente jamás es eso. Así que yo no puedo quejarme, y aún menos debo: cuando Luisa me quiso a su lado me beneficié de una gracia que se me renovaba a diario, lo mismo que yo le renovaba a ella otra de valor parecido; y si una mañana no me fue más confirmada, no era cuestión de echarlo en cara ni de verlo como hostilidad voluntaria ni como malquerencia, nada de eso estaba en el ánimo, era espíritu de rendición más bien, y una gran pesadumbre. Ni tampoco de apelar a esas despreciables figuras contemporáneas con las que las entrometidas leyes amparan a los millones de aprovechados que hoy recorren y pueblan todos los senderos y campos: los derechos adquiridos, el tiempo empleado, los acariciados proyectos, la fuerza de la instalación o costumbre, el nivel de vida alcanzado, el futuro con que contábamos y el amor invertido, todo se hace mensurable. Y desde luego los hijos habidos y los contratos firmados. O los no firmados, sino sólo verbales. O los ni siquiera verbales, sino sólo implícitos, los abusivos contratos implícitos que según nuestro pusilánime mundo prepara y redacta a nuestras espaldas el mero paso del tiempo y además los rubrica por su cuenta y arbitrio, como si el tiempo pudiera ser nunca acumulativo y no empezara a contar desde cero con cada amanecer, y aun a cada instante…'