Wheeler se paró y bebió agua con avidez, se acabó el vaso entero de un solo trago o más bien de varios lentos y prolongados, como beben los niños cuando tienen mucha sed pero no les cabe tanto líquido de una vez y han de hacer altos para recuperar el aliento, sin apartar los labios del borde en ningún instante, como si temieran que de otro modo alguien fuera a arrebatarles el vaso. Luego llamó a la señora Berry, le pidió mas agua y que me trajera a mí unas aceitunas para acompañar mi cerveza. 'Así bebéis aún en España, ¿no?, picando algo para que no se os suba a la cabeza', dijo. 'Tengo unas de allí, de tu país, machacadas al limón, creo que son andaluzas. Muy buenas. Se pueden comprar en Taylor's, casi enfrente de donde tú viviste, tengo entendido.' Sí, me acordaba bien de aquella tienda de comestibles. Aunque era bastante cara, me había alimentado de sus productos frivolos en gran medida, durante mis años de Oxford (nunca fui cocinero). Le dije a la señora Berry que por mí no se molestara, que no hacía falta, pero Wheeler ya se las había pedido y ella lo complacía. Cuando ya se hubo marchado y yo tuve mis aceitunas delante -pero nunca se iba del todo, seguía entrando y saliendo cada poco rato, silenciosa y atareada-, le pregunté a Wheeler: