– Mira, joven De la Garza -le dijo Rico con insultante paternalismo en el tono-, resulta meridiano que Dios no te ha llamado por este camino de los versos simplones y sin sentido. Estás a leguas del Struwwelpeter, y Edward Lear te da cien vueltas. -El Profesor era pedante a sabiendas, esto es, por gusto, ya que sin duda Rafita no había oído jamás esos nombres, yo conocía por casualidad el de Lear, de mis pedantes años de Oxford, el otro ni me sonaba entonces, después he averiguado algo-. Bien, no creo que debas contravenir sus designios, derr, más que nada por que no pierdas el tiempo. Claro que tampoco te habrá llamado por el de los refinados, a tu alcance no estaría ni 'Una alta ricca rocca…’ y eso que le llevarías seis siglos largos de progreso. -Esta cita o lo que fuera la pronunció con un cuidadoso acento italiano, luego supuse que no era en español sino en italiano, pese a la coincidencia de las palabras; tal vez era de Petrarca, en quien estaba especializado, como en tantos otros autores mundiales y hasta en el Struwwelpeter seguramente, su saber era inmensurable-. Hay cosas, ets, que no pueden ser. Así que no insistas, pf. -Me llamó la atención que, siendo miembro de la Real Academia Española, recurriera a tantas onomatopeyas desacostumbradas en nuestro idioma y en principio indescifrables, aunque a la vez me resultaban todas perfectamente comprensibles y nítidas, quizá poseía un talento especial, era un maestro de la onomatopeya, un inventor, un creador, eso además. 'Derr' designaba prohibición a buen seguro. 'Ets' me pareció una advertencia muy seria. 'Pf' me sonó a caso perdido.
Pero Rafita pertenecía a su época y no quería enterarse o en verdad no se enteraba, no sé si viene a ser lo mismo en demasiados casos actuales. Así que prosiguió con lo suyo:
– Ya verá como este le gusta, Profesor, lo va a dejar flaseado. Ahí va. -Entonces lo vi mover manos y brazos ridiculamente como un rapero (no que él fuera ridículo, que lo era, sino que lo son cuantos se dedican a canturrear con gesticulaciones esas monsergas sin gracia ni mérito, el triunfo del recitativo en aleluyas, santo cielo, a estas alturas), daba unos braceos más o menos ondulantes que intentaba hacer pasar por ademanes airados de negro barriobajero, aunque de vez en cuando le salía la cruel vena española y se le quedaban unos dedos como de folklórica en pleno desplante. Era todo patético, en consonancia con sus terribles versillos, una cantilena insoportable que largó flexionando sin parar las piernas al supuesto ritmo de una musiquera imaginaria y rala-: Te convierto en un pelele que me rasca el ukelele -así empezaba, con semejante rima-, soy el pasto de las cobras, se alimentan de mis sobras, te inoculo mi veneno, contra él no tienes freno, no me piques las espuelas si no quieres perder muelas, juu-yu, yu-jú. -Y en seguida, sin apenas tomar aliento, acometió otra estrofa o bloque o lo que fuera-: Que mis balas tienen hambre y están llenas de cochambre, y te buscan el cerebro pa dejártelo bien cerdo, chamusquina entre las cejas, la sesera en las orejas, vomitando por los poros y eres mierda de inodoro, juu-yu, yu-jú.
– ¡Basta! -El muy notable Profesor Rico lo había mirado de hito en hito, otra cosa que casi nadie sabe ya lo que significa pero que todo el mundo entiende; y supongo que lo había escuchado de igual modo, si ello es posible, lo cual dudo pero al fin ignoro. Había palidecido, en todo caso, al oír estos octosílabos chafarrinosos, como yo mismo, imagino, por allí no había espejos para comprobarlo. Pero a continuación sentí calor en la cara y debí de sonrojarme, por una mezcla de enfurecimiento y de vergüenza ajena: ¿cómo era posible que aquel espectacular majadero entretuviera y molestara al admirable Francisco Rico con tal sandez y patochada? ¿Cómo podía creer que aquello (además, grosero) tuviera valor poético alguno, ni siquiera como falso Limerick, y esperar un veredicto aprobatorio de una de nuestras máximas autoridades literarias, de visita en Londres, gran lumbrera, quizá aún cansado de su viaje, quizá necesitado de tiempo para, dar los últimos retoques a su magistral lección de aquella tarde? Me entró una indignación parecida a la que me invadió al descubrirlo en la pista rápida de la discoteca, latigando con su redecilla insensata a la imprudente Flavia. Entonces me había venido un pensamiento único, breve y simple, y eso que aún desconocía las inminentes consecuencias traumáticas de aquel incidente: 'Es que le daría de tortas y no acabaría'. Me había acordado de ello más tarde, con pesar, con una especie de arrepentimiento vicario (sobre todo mío, pero también en nombre de Tupra vagamente, él no parecía arrepentirse de nada, como era natural al soler obrar con determinación y conciencia; al menos no se lamentaba de lo relacionado con el trabajo), durante y después de la tunda y desde luego antes, cada vez que la lansquenete de Reresby subía y bajaba. ¿Cómo no había escarmentado De la Garza, cómo no se había hecho más discreto? ¿Cómo podía componer ninguna pieza, por incoherente y grotesca que fuera, con elementos de violencia, tras haberla él sufrido a lo bestia, a manos nuestras? ¿Cómo podía mencionar siquiera la palabra 'inodoro', después de haber estado a punto de morir ahogado en el agua azul de uno de ellos? 'Quizá por eso', pensé, me dije en aquel pasillo, todavía inadvertido, invisible, un voyeur y un eaves-dropper. 'Quizá anda obsesionado con lo que le ocurrió, y esta es su única forma (idiota) de resarcirse o de superarlo, creer que él podría ser Reresby (creerlo a su manera pueril y torpe) y meterle a alguien unos balazos, o por lo menos miedo, o envenenarlo, o saltarle las muelas a golpes, o bien hacerle todo eso al propio Tupra, a quien tendrá absoluto pánico y rogará todos los chas no volver a encontrarse, en esta ciudad que: comparten. Fantasear es gratis, lo sabemos desde muy niños; luego seguimos sabiéndolo, pero aprendemos a hacerlo ya poco, cada vez menos con los años, al darnos cuenta de que no nos sirve.' Me dio algo de pena, al instante volvió a darme algo de pena y ésta atemperó mi indignación, no así la del Profesor egregio, claro está, que ni tenía mis pensamientos ni con él deudas pendientes-: ¡Basta! -gritó sin alzar la voz, la sensación de grito la transmitió su tono impostado, semejante al que emplean los camareros de los bares madrileños para vocear pedidos a los de la cocina o la barra, por encima o por debajo del estruendo de los clientes-. ¿Es que no estás en tus cabales o qué ventolera te ha dado, De la Garza? ¿Tú crees que a mí puede interesarme oír esa sarta de necedades -dudó- tam-támicas que me estás largando? Vaya inmundicia. Reg. Menuda tabarra. -Eran palabras antiguas o es que el léxico general de los españoles se ha reducido hoy a tal mínimo que casi todas lo parecen, antiguas: 'ventolera', 'sarta', 'necedades', 'tabarra', también la expresión 'no estar en sus cabales', me gustó ver que yo no era el único en emplearlas, durante un segundo me sentí identificado con Rico, lo cual me resultó lisonjero, inopinadamente o no tanto (es un hombre eximio). Su nueva onomatopeya, 'Reg', me pareció tan transparente y lograda como las anteriores, equivalía a asco, moral y estético.
El Profesor no se movió, no se levantó, sin duda era capaz de controlar el cuerpo, le bastaba con desatar la lengua, brevemente. Tan sólo arrojó su colilla a un cubículo con lapiceros que le pillaba a mano y se tocó el puente de las gafas, primero con el dedo índice y luego con el corazón, dos veces, como si quisiera asegurarse de que no le habían salido disparadas junto con su irritación. De la Garza se quedó paralizado, con las piernas momentáneamente flexionadas, una postura poco airosa, cercana a la de quedarse en cuclillas. Pero se irguió en seguida. Y como no habría bebido, se pudo sentir alarmado.