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Hablé por teléfono con mi padre, como siempre una conversación breve, aunque ahora él no tuviera el pretexto de que lo llamaba desde Inglaterra y supusiera eso muy caro (pertenecía a una generación ahorrativa que utilizaba ese aparato sólo para dar o recibir recados, si bien Wheeler no era así, quizá fuera una generación de España), quedé en ir a verlo al día siguiente. Le noté la voz normal, no distinta de las ocasiones últimas desde Londres, lo telefoneaba cada semana o aun con menos intervalo; algo cansada, no más de eso, y no le gustaba sostener el brazo en alto. Lo raro fue, sin embargo, que me hablara sin la menor alharaca ni tono celebratorio alguno, como si nos hubiéramos visto un par de días antes, si no la víspera. Era como si no tuviera de pronto mucho sentido del tiempo, o del transcurso, y lo que le era conocido o muy próximo lo tuviera presente siempre, tanto como para no echarlo de menos, quiero decir palpablemente, o no darse cuenta de que en realidad faltaba. Yo era yo, uno de sus hijos, y por lo tanto alguien invariable, estaba lo suficientemente asentado en su mente como para no reparar de veras en mi ausencia física ni en mi distancia ni en el es-paciamiento anómalo de mis visitas o más bien en su inexistencia. El no salía ya apenas. 'He venido de Londres, papá', le dije, 'estaré por aquí unos quince días.' ‘Ya. ¿Y qué te cuentas?', me preguntó sin énfasis. 'No demasiado. Pero ya hablaremos, iré a verte mañana. Hoy quiero ir a ver a los niños, casi no voy a reconocerlos.' 'Estuvieron aquí hace unos días, con su madre. Ella no viene mucho, pero sí cuando puede. Y llama.' Luisa no era tan fija y estable como yo, por eso se percataba de sus venidas o no venidas, hasta cierto punto aún le era nueva. 'Estará muy agobiada', contesté como si todavía fuera algo mío y debiera disculparla. Sabía que no hacía falta, ella le tenía mucho afecto a mi padre y además el suyo se le había muerto unos años antes, había sustituido en lo posible con él a esa figura perdida. Si no iba a verlo con más frecuencia sería porque en verdad no podía. '¿Estaba guapa?', le pregunté estúpidamente. 'Es guapa, Luisa. No sé por qué me preguntas, tú la verás más que yo.' Él sabía de nuestra separación, no se le había ocultado, como se hace a veces con los viejos con las noticias que les disgustan. 'Ahora vivo en Inglaterra, papá', le recordé, y hace tiempo que no la veo'. Se quedó callado un momento y contestó: 'Ya sé que vives en Inglaterra. Bueno, hijo, si eso quieres. Espero que esa estancia en Oxford te esté siendo fructífera'. No es que ignorara que ahora estaba en Londres, pero a ratos se le mezclaban los tiempos, lo cual no tiene en realidad nada de extraño, son un continuum y se está siempre en él, de todas formas, hasta que deja de estarse aparentemente.

Tenía que llamar a Luisa antes de presentarme en su casa, no sólo para cerciorarme de que los niños iban a estar, sino por respeto a ella. Aún guardaba las llaves del piso y quizá no se habían cambiado las cerraduras; a lo mejor podía entrar sin más y sin avisar a nadie, primero susto y sorpresa luego; pero la posibilidad me parecía abusiva, a ella eso no le habría hecho gracia, y además me arriesgaba a tropezarme con mi sustituto provisional, fuera quien fuese, si se le había concedido ya acceso habitual a la casa. No era probable, pero en la falta de certeza hay que abstenerse: habría resultado violento y a mí me habría hecho aún menos gracia. La sola idea de encontrarme a un tipo desconocido en el sofá, en mi sitio, o preparando algo de cena rápida en la cocina, o viendo la televisión con los niños para hacerse el paternal y el simpático, o corte Guillermo el camarada, me revolvía el estómago. Estaba preparado para el dato, no para la visión directa, que se me representaría más tarde en Londres y no olvidaría en la vida.

Marqué el número, era media tarde, los niños ya habrían vuelto del colegio. Me contestó ella misma, cuando le dije que estaba en Madrid se quedó muy cortada, tardó en reaccionar, como sí se estuviera haciendo su rauda composición de lugar ante el imprevisto, y luego: cómo no me has avisado, a quién se le ocurre, esto no se hace; quería daros una sorpresa, bueno, sobre todo a los críos, aún quisiera dársela a ellos, no les digas que estoy aquí, déjame aparecer por la puerta sin que sepan nada, ya no saldrán hoy, supongo, ¿puedo ir ahora?

'Ellos no, pero yo sí', me contestó con precipitación y algo turbada, hasta el punto de que me pregunté -fue involuntario- sí era cierto o si acababa de decidirlo, quiero decir salir de casa, largarse, quitarse de en medio cuando se produjera el encuentro, para ahorrarse verme y no coincidir conmigo.

'¿Tienes que salir ahora?' Había contado con su presencia, con su mirada benevolente ante la reunión de los cuatro, no tenía el mismo valor si ella no era testigo.

'Sí, dentro de un rato, estoy esperando a la canguro', dijo. 'Casi déjame que la llame en seguida, antes de que se ponga en camino, para advertirle de tu venida. Ella no te conoce, podría no querer dejarte entrar si no está enterada, le tengo ordenado no abrir a desconocidos bajo ningún concepto, y para ella lo serías, lo siento. Cuelga para que la avise y te llamo luego. ¿Dónde estás?'

Le di los números del hotel y de la habitación. Era como si tuviera una prisa excesiva, y hoy todas las canguros podrán ser localizadas en cualquier momento aunque no estén en casa, ninguna carecerá de móvil. Se me pasó por la cabeza que quizá iba a llamarla por vez primera, para que viniera volando ante la situación creada, de ahí la urgencia, y así le diera tiempo a llegar -y a ella a irse- antes de que yo me presentara. Si su salida era improvisada, no iba a dejar a los niños solos ni siquiera un rato, esperándome sin saberlo y si mi llave valía. Tuve la desoladora sensación de que quería evitarme. Pero no podía fiarme, tal vez me había acostumbrado demasiado a interpretar a la gente, a toda, a la del trabajo y a la de fuera, a analizar cada inflexión de voz y cada gesto y a percibir algo oculto tras cada aceleración o demora. Esa no era manera de andar por el mundo, sino la más indicada para las figuraciones.

Tardó de más en devolver la llamada, me dio tiempo a impacientarme, a recuperar mis sospechas, a desear que me comunicara la cancelación de su cita y así disiparlas. También a pensar que estaba ganando tiempo, quiero decir haciéndolo, dándoselo a la canguro para desplazarse y retrasando así de paso mi puesta en marcha en la misma dirección, hacia nuestra casa que ya no era mía. Aguardé sin moverme, sentado en la cama, así se hace cuando algo es cuestión de un momento a otro, maldita esa expresión que eterniza cada segundo y nos suspende. Había pasado más de un cuarto de hora cuando por fin sonó el teléfono.

'Hola, soy yo’ dijo Luisa como había dicho la joven Pérez Nuix al llamar a mi puerta en la noche de la lluvia sostenida y fuerte, en Luisa estaba más justificado, al fin y al cabo para mí había sido un 'yo' inequívoco durante muchos años -eso suele darse por descontado, que no hay más 'yo' en los matrimonios- y llevaba un buen rato ahora esperándola. También estaba en su derecho de no dudar que iba a reconocerla sin necesidad de más -quién si no, quién sino yo, sino ella-, desde la primera palabra y el primer instante, y podía estar casi segura de ocupar mucho o bastante mis pensamientos, aunque eso no debió de planteárselo en aquel momento, su cabeza se encontraba en otro sitio, o intentaba combinar ese sitio con mi indeseada presencia, no lograba sacudirme la impresión de que para ella era eso, un contratiempo. 'Perdona, la canguro ha estado comunicando hasta ahora mismo. Ya está avisada de que vendrás y de que no debe chafarte la sorpresa, no les dirá nada a los niños. ¿Cuánto tardarás?'

'No sé, desde aquí unos veinte minutos, calculo, cogeré un taxi.'

'Entonces haz el favor de no salir hasta dentro de otros quince o veinte, para darle tiempo a ella a instalarse y a poner a los niños en orden. Procura no alterarles demasiado el horario, por favor, o si no mañana estarán muertos de sueño y tienen colegio. A ver si puede ser que estén acostados no más tarde de las once, y eso ya es mucho para sus costumbres. Ya tendrás más ocasiones de verlos, ¿cuántos días te quedas?'