Así que me alejé dos pasos y decidí no preguntarle más, ya preguntaría en alguna otra parte, disponía de dos semanas, debían serme suficiente para indagar o para convencerla, y quizá otro día ella recibiera otro golpe, durante mi estancia, y entonces ya no quisiera callar y cerrarse ('Calla, calla y no digas nada, ni siquiera para salvarte. Guarda la lengua, escóndela, trágala aunque te ahogue, como si te la hubiera comido el gato. Calla, y entonces sálvate.' Pero quizá no sea así siempre, por mucho que en los momentos más graves se nos aconseje y senos inste a ello).
– Está bien, me voy ya -le dije-. No te entretengo más, es verdad que es tarde, ya hablaremos, te llamo mañana o pasado y quedamos cuando te convenga. El cerdito, no es por nada, lo estaba mirando tu canguro polaca. Todo sea dicho, actúa de maravilla, a la altura de los más grandes. -Y ya en la puerta hasta la que me acompañó más sonriente y luminosa, como si ya empezara a aliviarla el inminente cese de mi mirada, añadí-: Pero ti conosco, mascherina. -Era una expresión aprendida hacía mucho, de mi remota novia italiana que me había enseñado su lengua más o menos; y esa expresión carnavalesca, que también Luisa conocía, era como decirle: 'Pero no me engañas'.
No perdí tiempo. Al día siguiente fui a visitar a mi padre, como le había anunciado; me quedé a almorzar con él, y a los postres apareció mi hermana, que solía pasar a verlo casi a diario y nada sabía aún de mi llegada (mi padre había olvidado mencionárselo, 'Ah, creía que lo sabríais todos'), le fue motivo de sorpresa y contento. Y cuando él fue a echarse un rato a instancias de su cuidadora y nos dejó a los dos solos, Cecilia me puso al tanto de la situación médica con más detalle (no eran optimistas las previsiones, a medio o más bien corto plazo), y una vez que también me hubo contado acerca de ella y de su marido, y que yo hice lo posible por no contarle de mí más que inocuas imprecisiones, me atreví a preguntarle si sabía algo de Luisa: qué vida hacía, si se veían, si estaba enterada de si salía con alguien o no todavía. Lo ignoraba casi todo, me dijo: hablaban por teléfono de vez en cuando, sobre todo para cuestiones prácticas relacionadas con los respectivos hijos, y en alguna ocasión coincidían allí, en la casa de nuestro padre, pero por lo general pocos minutos, Luisa solía ir con prisa, saludaba cariñosamente y dejaba a los niños para que pasaran un rato con su abuelo o con sus primos, los hijos de mi hermana o los de mis hermanos, se cruzaban con unos u otros si era sábado o domingo; luego, al cabo de un par de horas, pasaba de nuevo a recoger a Guillermo y Marina, apurada también de tiempo. Tenía entendido que se presentaba ella sola de tarde en tarde, entre semana, a hacerle compañía y darle charla a su suegro, siempre habían tenido buena relación propia. Así que quizá hablaría más con él, o de asuntos más personales, que con ningún otro miembro de la familia, aunque fuera de Pascuas a Ramos. No, no tenía idea de la vida que hacía en sus horas libres, no podrían ser muchas en ningún caso. Tampoco le había comunicado que viera a nadie, pero eso no significaba ni que sí ni que no, Luisa no iba a tenerla a ella al corriente de sus progresos o pasos, o no de los de esa clase. Su marido se la había encontrado una tarde, haría dos o tres meses, saliendo de una galería de pintura o de una exposición, no recordaba, en compañía de un hombre que él no conocía, lo cual no tema nada de particular, obviamente, lo contrario habría sido lo raro; la actitud en que iban le pareció normal, de compañeros o amigos, quería decir que ni siquiera los había visto cogidos del brazo, nada. Lo único que pensó fue que sería un artístico. En aquel momento la interrumpí (empezaban a faltarme reflejos en mi propia lengua).
– ¿Quieres decir un artista? ¿Por qué? ¿Te dijo qué aspecto tenía?
– No, llamamos artísticos a los que van así, de artísticos, de originales. Pueden o no ser artistas, es lo de menos. Pero llevan algo que les da ese sello, es una cosa voluntariosa, para que se les note la intensidad, o eso, la artistería, no sé, puede ser un jersey negro de cuello alto, o un bastón de adorno con asquerosa cabeza de galgo en el puño, o un sombrero anacrónico que nunca se quitan, o un pelo de músico, con oleaje, ya sabes. -E hizo el gesto correspondiente con las manos por encima de la cabeza, más o menos como si se la lavara a distancia, sin rascarse. 'O una redecilla goyesca ridicula', me dio tiempo a pensar fugazmente. 'O tatuajes en cualquier sitio, pero no digamos en los talones'-. O en mujeres un bonete, o medias de esas flojas que sólo llegan a cubrir la rodilla, o una gorra marinera o de negra chula y creída, o un horrendo trenzadillo rasta.
Me hizo gracia comprobar que detestaba esas medias. No tenía ni idea, en cambio, de a qué se refería con 'una gorra de negra chula y creída', y me dio curiosidad, por cierto. Pero no podía entretenerme, mi otra curiosidad ya era una urgencia.