Ahora fui yo quien se quedó pensando, pero no por duda. No, en verdad no tenía nada ni remotamente parecido a una novia; tan sólo había habido encuentros fugaces, sin continuidad ni entusiasmo, sobre todo en los iniciales meses de asentamiento y reconocimiento y tanteo: de las tres mujeres que habían dormido en mi casa en aquel periodo, sólo una había vuelto con mi consentimiento (otra lo había intentado sin éxito), y éste se había terminado pronto, a la tercera ocasión o a la cuarta. Con posterioridad había pasado por allí una mujer más, sin consecuencias. Después, la joven Pérez Nuix se había paseado un poco por mi imaginación, no podía negarlo, y tras nuestra noche juntos aún lo hacía de vez en cuando, pero aquel raro engarce había quedado teñido por las ideas vagas de favor y pago, que apagan la imaginación muy fácilmente; y aunque las de secreto y taciturnidad la enciendan, quizá no bastan para contrarrestar aquéllas, de mayor gravedad o más fuertes.
– No -contesté-. Sólo hay lances sueltos, y a mi edad ya no estimulan ní casi divierten. O sólo a los que se engríen muy simplemente. No es mi caso.
Mi padre sonrió, a veces le hacían gracia las cosas que yo decía.
– No, puede que ya no. Lo fue en el pasado, no obstante, cuando eras más joven, así que no te pongas tan por encima. Tampoco es el caso de Luisa, de eso estoy seguro. Yo no sé si ve a alguien. Como es natural, no me habla de esas cosas, aunque acabará por hacerlo, si duro lo bastante. Me tiene confianza, y yo creo que me lo contará, si le surge algo serio. Lo que sí percibo es que eso justamente no lo descarta, y aun que tiene prisa por que aparezca. Tiene prisa por recomponerse, o por rehacer su vida, o como se diga vulgarmente, tú lo sabes. Quiero decir que aún no la veo insegura de su atractivo, no es eso, aunque ninguno de los dos seáis ya muy jóvenes. Sino más bien temerosa de ir a empezar 'lo definitivo' demasiado tarde. Ella te tuvo evidentemente por eso, por lo definitivo, durante muchos años, y darse cuenta de que no lo eras no la ha llevado a pensar que eso no existe, sino que os habíais equivocado y que ella había perdido un precioso y larguísimo tiempo. Tanto que ahora debe apresurarse a encontrar eso definitivo, a lo que no ha renunciado de momento, aún no le ha dado tiempo a corregir sus expectativas, o sus ilusiones, todavía debe de estar en el absoluto desconcierto. -Ahora sé le acentuó en la cara una expresión de lástima, parecida a la de muchas madres cuando observan a sus niños chicos y los ven aún tan ignorantes y tan lentos en su aprendizaje (tan desprotegidos por tanto). La ingenuidad da lástima las más de las veces. Mi padre parecía estarla viendo en Luisa, de quien hablaba, pero posiblemente la estaba viendo también en mí, que le preguntaba por ella cuando él no podía ayudarme. Sólo, a lo sumo, distraerme y hacerme caso, en eso consiste asumir las preocupaciones de otro-. Es algo un poco pueril, seguramente. Como si siempre hubiera tenido un modelo en la cabeza y el enorme revés contigo no la hubiera hecho abandonarlo, no todavía, y pensara: 'Si no era quien yo creía, habrá de ser otro. Y dónde está entonces, he de dar con él, tengo que verlo'. Eso es lo más que puedo decirte. No está necesitada de halagos, ni por supuesto de conquistas efímeras para reafirmarse. Cada vez que salga con alguien, si lo hace, será mirándolo como al definitivo, como a un futuro marido, y pondrá todo su empeño en que no se tuerza, lo tratará con infinitas buena voluntad y paciencia, queriendo quererlo, deseándolo a ultranza. -Hizo una pausa y alzó la vista hacia el techo, como para mejor imaginársela al lado de un imbécil permanente, ejerciendo con él esa paciencia. Después añadió con pesar-: Mal asunto para ella. Yo diría que eso espanta a los hombres, o sólo atrae a los pusilánimes. A ti, desde luego, te espantaría, Jacobo. No eres de los que se casan. Aunque hayas estado casado bastantes años y ahora lo eches de menos. En realidad sólo la echas de menos a ella, no el matrimonio. Siempre me sorprendió que te prestaras. También me ha sorprendido que no se te acabara antes, jamás creí que algo así fuera a durarte.
No quise adentrarme por aquel camino, seguramente no sentía curiosidad por mí mismo, o, como decía aquel informe anónimo de los ficheros de la oficina, me daba por descontado o me tenía sabido; o quizá, por el contrario, me consideraba un caso perdido con el que no había de malgastar reflexiones. Así que insistí en hablar de quien conocía mucho más o bien no conocía tanto, quién sabía: