Ya era hora de que se volviese, y por lo tanto de que me viera el rostro. No sabía si me reconocería de algo, del Prado o de nuestro recorrido o de las posibles fotos que Luisa le hubiera mostrado, la gente es muy dada a enseñar viejas fotos, como si quisiera que se la conociera antes del tiempo en que se la ha conocido, sucede sobre todo entre los amantes, 'Así era yo', parecen decirse el uno al otro, '¿también entonces me habrías querido? Y si así es, ¿por qué no estabas? '. Antes de permitirle volverse y ordenarle que se sentara tuve un momento de desconcierto: 'Qué hago yo aquí con una pistola en la mano', pensé o me dije, y me respondí en seguida: 'No, en absoluto debo extrañarme. Esto tiene razón de ser y hasta necesidad puede que tenga: voy a salvar a Luisa de la zozobra y de la amenaza y de su mala vida futura, voy a hacer que respire tranquila y que pueda dormir por las noches sin miedo, voy a impedir que mis hijos padezcan y que a ella le hagan daño y heridas, o aún más daño o que le den la muerte'; y justamente al responderme eso me vino a la memoria otra cita, la del fantasma de una mujer, la Reina Ana que tanto sufrió entre las sábanas de su segundo marido porque 'el pesar rondó tu cama', el sanguinario Rey Ricardo que había apuñalado en Tewkesbury al primero, 'in my angry mood' según dijo para sus adentros una vez el asesino, esto es, 'en mi humor airado'; y así ella, una vez muerta, le deseó lo peor en el campo de Bosworth al alba, cuando ya era demasiado tarde para rehuir el combate, y en sueños le susurró esto: 'Tu mujer, esa desdichada Ana, tu mujer, Ricardo, que nunca durmió una hora tranquila contigo, llena ahora tu sueño de perturbaciones. Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere'. Yo no podía dejar que eso le sucediera a Luisa, que nunca durmiera una hora tranquila con Custardoy si un día él ocupaba mi almohada y el hueco en mi cama tibia o ya fría, yo era el primer marido pero nadie iba a apuñalarme en su humor airado ni a cavar mi tumba aún más hondo, en la que ya estaba sepultado, mi recuerdo suprimido con el primer terror y la primera súplica y la primera orden, todo yo convertido en una sombra envenenada que va diciendo adiós poco a poco mientras languidece y se transforma en Londres expulsado del tiempo de ella y del de los niños (y tonto yo, yo insustancial, tonto yo y frívolo y crédulo). 'No, ella no es aún una viuda ni yo soy un muerto merecedor de duelo', pensé, 'y como no lo soy no se me puede sustituir tan pronto, del mismo modo que las manchas de sangre no salen a la primera y hay que frotarlas y limpiarlas con ahínco y a conciencia, y aun así parece que nunca vaya a desaparecer el cerco, lo que más cuesta borrar o lo que más se resiste -un susurro, una fiebre, un rasguño-. Sin duda ella no tendrá deseo ni intención de hacerlo, pero se verá obligada a decirle a su amante presente o futuro, o a decirse: "Todavía no, amor mío, espera, espera, no es aún tu hora y no me la arruines, dame tiempo y dáselo a él, a este muerto vivo, su tiempo que ya no avanza, dáselo para difuminarse, deja que se convierta en fantasma antes de ocupar tú su sitio y ahuyentar su carne, déjalo convertirse en nada y aguarda a que no quede olor en las sábanas ni en mi cuerpo que el pesar ronda y ronda, deja que lo que fue no haya sido". Pero yo soy aún, luego es seguro que he sido, y de mí nadie puede decir todavía: "No, esto no ha sido, nunca lo hubo, no cruzó el mundo ni pisó la tierra, no existió y nunca ha ocurrido". Soy además el que puede matar a ese segundo marido ahora mismo, con mis guantes puestos y en mi humor airado. Llevo una pistola en la mano y está cargada, sólo tendría que montarla y apretar el gatillo, y a este hombre aún lo tengo de espaldas, ni siquiera vería mi rostro, hoy ni mañana ni nunca, o hasta el Juicio Final si es que lo hubiera'.
En verdad daba lo mismo que me viera la cara, al fin y al cabo iba a hablarle de Luisa y en cuanto lo hiciera sabría quién era yo sin asomo de duda, y además era probable que ella le hubiera contado de mi aparición repentina en la ciudad, después de tantísimos meses, lo más seguro era que a estas alturas ya se imaginara que era el maldito marido imbécil el que lo encañonaba, qué plasta de tío y qué cretino y qué loco, por qué no se había quedado en su sitio. 'A menos que sea a mí a quien no le convenga verle a él la cara y los ojos de frente, la mirada', pensé, 'ni cruzar palabra con él más allá de las ya pronunciadas en el portal, esas han sido indiferentes y no entre individuos, sino meras órdenes impersonales. Siempre se dice que los sicarios evitan mirar a sus víctimas a los ojos, que hacerlo es lo único que puede crearles dudas e impedirles el degüello o el disparo o retardárselos al menos y dar tiempo al otro para decir algo o intentar defenderse, lo único que puede malograr su misión y conducirlos a errar el blanco, tal vez lo mejor sea terminar ahora mismo según la consigna de Tupra, sin esperar ni entretenerme, sin dar explicaciones y sin curiosidad alguna, como no se las dio ni la tuvo Reresby por De la Garza, sin que ni siquiera llegue a volverse, un tiro en la nuca y se acabó, adiós Custardoy, fuera del cuadro, asegurado, sin vuelta de hoja como todo acto cometido y todo hecho hecho, si hablo con él y le miro el rostro se me hará más difícil y empezaré a conocerlo y también para mí será alguien como ya lo es para Luisa, para ella es alguien importante a quien tiene miedo y devoción a la vez seguramente, quizá debo verlo y oírlo para imaginármelo, es a lo más que puedo aspirar, porque cómo lo mira ella a él, eso yo nunca lo voy a saber, y esa es mi condena eterna…'
Pero en realidad ignoraba lo que me tocaba hacer, para asegurarme, to just deal with him y make sure he was out of the picture, como me había indicado desdeñoso Tupra con su risa paternalista, ojalá hubiera sido más explícito o yo hubiera sido bilingüe y le hubiera entendido con exactitud absoluta, o acaso hay en todas las lenguas ambigüedades irresolubles. 'Si de verdad no sabes cómo, Jack, entonces es que no puedes hacerlo', me había dicho. No sabía cómo, en efecto, pero ya estaba metido en faena. No podía pegarle así como así a Custardoy un tiro y dejarlo seco por la espalda, no sin adentrarme en mi humor más airado y sin tener más certeza, Luisa había negado que él le hubiera hecho daño, a mí y a su hermana, yo no había visto la acción sino sólo los resultados, algo que en un juicio no me habría valido para probar nada en su contra. 'Sin embargo no estoy en un juicio', pensé, 'no se trata de eso, los hombres como Tupra y como Incompara, como Manoia y como tantos otros y como los que vi en los vídeos, como la mujer que apareció en uno de ellos con las faldas remangadas y un martillo en la mano con el que machacaba un cráneo, quién sabe si como Pérez Nuix y como Wheeler y Rylands, todos esos no celebran juicios ni reúnen pruebas sino que resuelven problemas o los cortan de raíz o abortan su posibilidad o se los quitan de encima, les basta con saber lo que saben porque lo han visto con su don o su maldición desde muy pronto, han tenido el valor de mirar a fondo y de traducir y de seguir pensando más allá de lo necesario ("Y qué más. No has hecho más que empezar. Sigue. Vamos, corre, date prisa, sigue pensando", nos decía mi padre a mis hermanos y a mí de niños, de jóvenes), y de adivinar lo que sucederá si no intervienen; ellos no detestan el conocimiento como la mayoría de las personas tan pusilánimes de nuestro tiempo, sino que lo afrontan y lo anticipan y lo incorporan y son de los que no avisan por tanto, o no a veces, de los que toman resoluciones en la distancia y sin que sus motivos sean apenas identificables para el que padece las consecuencias o para el ocasional testigo, o sin que los actos establezcan con esos motivos un vínculo de causa a efecto, y todavía menos las pruebas de la comisión de tales actos. Esos hombres y esas mujeres no las necesitan, en esas arbitrarias o fundamentadas veces en que no mandan la menor advertencia ni aviso antes de soltar el sablazo, ni siquiera necesitan en ellas las acciones cumplidas, los acontecimientos, los hechos. Tal vez les basta con lo que saben que se daría si en el mundo no hubiera coacciones ni impedimentos, con lo que ellos ven como capacidades seguras de las personas, que si no llegan a desplegarse con toda su fuerza y su daño es sólo porque alguien -yo, por ejemplo- las disuade o se lo impide, pero no por falta de cuajo ni de ganas en ellas, se lo dan por descontado, todo eso. Quizá les basta convencerse de lo que en cada caso habría si no lo frenaran ellos u otros centinelas -la autoridad o las leyes, el instinto, el crimen, la luna, el miedo, los invisibles vigías-, para adoptar medidas escarmentadoras si esas son las recomendables, las que tocan según su criterio. Son los que conocen y asumen y hacen suya -una segunda piel- esa actitud irreflexiva, resuelta (o es de una reflexión tan sólo, la primera), que también forma parte del estilo del mundo, ese estilo inmutable a través de los tiempos y de cualquier espacio, y así no hay por qué cuestionarla, como tampoco hay que hacerlo con la vigilia y el sueño, o el oído y la vista, o la respiración y el habla, o con cuanto se sabe que "así es y así será siempre".