– Mira, Jaime. -Y me molestó indeciblemente que me llamara por mi nombre de pila, esto es, en la forma que empleaba Luisa y que sin duda le habría oído a ella (qué vergüenza me daba esa idea) al hablarle ella de mí-. Todo esto es una gran gilipollez, y de aquí a un rato, cuando hayas salido de aquí, tú serás el primero en verlo así. ¿Qué es lo que te molesta tanto? No será que me la tire de vez en cuando, a buenas horas. Tú harás lo mismo en Londres con quien te dé la gana, y a eso te tienes que acostumbrar, no me creo que no estés ya hecho a la idea, qué cojones, entre vosotros hubo lo que hubo y ya no lo hay. Pasa todos los días. Es que esto no me lo creo. -Se detuvo y se rió un poco, aún no veía del todo el peligro, mi peligro, con su risa que lo hacía casi agradable y más atractivo-. Es que de verdad, tiene gracia, es que esta escena es lo último que me podía esperar, la verdad. ¡Una escena de ópera, joder! -Esto volvió a decirlo como si le hablara a un tercero, a un fantasma presente en la habitación y no a mí, y eso me ponía negro. A lo mejor estaba ya relamiéndose al pensar en contárselo más tarde a un amigo ('¿Sabes lo que me ha pasado hoy? Tiene cojones, no te lo vas a creer'), o quién sabía si a la propia Luisa ('¿A que no sabes quién me ha visitado hoy, y además pistola en mano? Con vaya elemento te fuiste a casar, joder, no lo conoces, nada que ver con lo que me habías contado de él, está grillado de verdad'). Pero a Luisa no iba a volverla a ver, él no lo sabía, yo sí. Dudaba que fuera tan malhablado con ella; sin ella desde luego lo era, los tacos le salían naturales, a buen seguro mucho más que a mí, que no debía forzarlos cuando tocaban pero sí instalarme en su registro, para mí bien conocido como para casi todo el mundo, pero que no solía frecuentar.
– Tú sabes lo que me molesta. Tú sabes lo que no te consiento, cabrón. A partir de hoy, ya te lo he dicho, tú no la vuelves a tocar.
Todavía tuvo arrestos. Jugaba fuerte. Se arriesgaba a encender mi tibieza, me la debía de notar, y a que se me fueran la mano y el dedo. Quizá le valía la pena: quizá intentaba no sólo tener razón sino privarme a mí de ella, abrirme bien los ojos, quitarse de encima el estúpido e inesperado problema y seguir con su vida, hacerme así desistir.
– Ya. Qué. Los golpes -dijo, y cada palabra se arrastraba como la música en la caja de música, le salían todas lentamente y como enganchadas, raspadas, había algo de chulería madrileña antigua, quizá, también, en aquella manera suya de hablar. Luego añadió una trivialidad, que sin embargo me dolió cuando entendí lo que me estaba diciendo, tardé unos segundos porque me costó entenderlo o no quise, o lo tuve que encajar-. Mira, chaval -otra vez la palabra odiosa que me disminuía-, cada sexualidad es cada sexualidad, con unas personas sale entera y con otras no. ¿Contigo no pasó? Vale, qué quieres que te diga, chaval, no lo sabía. Conmigo ha podido pasar y a cada uno hay que darle lo que le gusta. ¿O no? Yo no le he hecho nada que ella no haya querido, ojo. ¿Nos entendemos? Vamos a ver si no me culpas de lo que no tengo culpa, vamos a ver si nos entendemos, joder.
Sí, tardé unos segundos. 'Qué me está contando este tío', pensé. 'Me está contando que a Luisa le va que le casquen, me lo está contando a mí. No puede ser. Es mentira', pensé, 'la he conocido íntimamente durante años aunque ahora haga algún tiempo que no, y nunca le he visto el menor rasgo de eso, lo habría percibido aunque fuera mínimamente, algún indicio, un interrogante, un atisbo, este tío intenta escaquearse, intenta justificarse, librarse, ha comprendido por qué estoy aquí y que ese motivo sí es grave y lleva ya un rato preparando su explicación falaz, él sabe que lo que no voy a hacer es ir a preguntarle a Luisa y aprovecha para decirme que él sólo hace daño a quien se lo pide, algo así, pero Cristina me habló del espanto de las mujeres que se acostaban con él, de algunas, también de su silencio posterior o su ocultación de las prácticas, por qué callarán, si fuera una mala bestia lo contarían, se pondrían sobre aviso unas a otras, se prevendrían, por ejemplo esas putas con las que va, a veces hasta de dos en dos. Pero no, esto no puede ser y no es', me lo sacudí. Qué malo es que le cuenten a uno, de todas formas, qué malo es que nos metan ideas en la cabeza, aunque sean insólitas y descabelladas y aunque no se sostengan y resulten inverosímiles (pero todo tiene su tiempo para ser creído), cualquier dato que registra la mente se queda en ella hasta que lo alcanza el olvido y el olvido siempre es tuerto, cualquier relato o información y también hasta la posibilidad más remota se graba, y por mucho que uno limpie y restriegue y borre, ese cerco es de los que no salen jamás; cómo se entiende que la gente deteste el conocimiento y niegue lo que está ante sus ojos y no quiera enterarse de nada y repudie saber, que evite la inoculación y el veneno y lo aparte nada más vislumbrarlo o sentir su proximidad, lo mejor es no exponerse, qué comprensible es que casi todos hagamos caso omiso de lo que vemos y adivinamos y anticipamos y olemos, y que arrojemos a la bolsa de las figuraciones lo que se nos aparece claro durante un instante, antes de que se nos pueda asentar en el ánimo y nos lo deje turbado para siempre jamás, y así nada tiene de particular que no estemos dispuestos a conocer ningún rostro, ni hoy ni mañana ni ayer. 'Cuál es el mío ahora', me pregunté. 'Cuál es el de Luisa, que yo creía tener descifrado a todos los efectos y de arriba abajo, del pasado al futuro y del mañana al ayer, y viene este hijo de puta a hablarme de su sexualidad y a decirme que a él le pide caña en la cama, es de chiste, no debo creerle ni preguntarme siquiera al respecto, pero las personas cambian y sobre todo descubren cosas, los malditos descubrimientos que nos las quitan y se las llevan lejos, con la joven Pérez Nuix yo descubrí el placer de fingir que no se hace lo que se hace o de simular que no ocurre lo que está ocurriendo, no es lo mismo, creo yo, aquello fue algo político, un juego tácito, pero eso es lo que me diría este cabrón, que es todo un juego, un juego erótico, maldita sea la puta que lo parió, todo es posible pero no puede ser. El ojo morado de Luisa no era un juego, y una mierda era un juego, y sin embargo Custardoy ha dicho "Ya. Qué. Los golpes", por qué ha utilizado el plural si yo sólo he podido ver uno, quién sabe si bajo su vestido tendrá más, en su cuerpo, en este viaje yo no he visto a Luisa desnuda ni la voy a ver, seguramente no la veré nunca más y este hijo de puta sí, a menos que yo se lo impida y lo saque del cuadro ahora mismo y para siempre, sin vuelta de hoja y sin más espera, don't ever linger or delay, volver a montar el arma y apretar el disparador, es correr la mano sobre el cerrojo y mover un dedo, esto y esto, adelante y atrás y una bala en la frente y se acabó, llevo mis guantes, para siempre fuera del cuadro y se acabaron los golpes, se acabó la cama y las gracias y los donaires, está todo en mi mano y ni siquiera tengo por qué oírle ni hablarle más.'
Y sí, amartillé, monté el arma, y por primera vez pasé el índice del guardamonte al gatillo, acordándome de que era esa la advertencia de Miquelín y creyendo que cumplía el precepto, 'Nunca el dedo sobre el gatillo hasta que estés bien seguro de que vas a disparar'. Y lo estuve, lo estuve, lo estuve durante unos segundos -uno, dos, tres, cuatro, cinco; y seis-, y después ya no. No sé lo que lo salvó aquella vez, no fue callar, o es que fueron varias las cosas -pensamientos, recuerdos, y un reconocimiento-, agolpadas todas en seis segundos o tal vez fueron siete, o acaso algunas me vinieron más tarde y así tuvieron más tiempo para ser pensadas o recordadas, ya de vuelta en el hotel. 'Cuál es mi rostro ahora', volví a pensar. 'Se une al de tantos hombres y no tantas mujeres que han tenido la vida de otro en sus manos, y en seguida puede unirse al de los que se la quitaron. No al de Reresby, que al final no se la arrebató a De la Garza, y si ha acabado con otras no fue en mi presencia, lo mismo que Wheeler con sus brotes de cólera y de malaria y peste. Pero sí al del malagueño atravesado de Ronda que toreó y entró a matar a Mares, y al de la madrileña que se jactó en un tranvía de haber estampado a un niño contra una pared, y al de los milicianos que se cargaron en una cuneta a mi tío Alfonso cuando era muy joven, e incluso a los de Orlov y Bielov y Carlos Contreras, que torturaron y tal vez desollaron vivo a Andreu Nin en Alcalá; al del Vizconde de La Barthe, que mandó fusilar en las playas a Torrijos y a otros diecisiete según el cuadro, nada más desembarcar, pero en la realidad o en la historia le cupieron muchos más; al de los resistentes o estudiantes checos que cometieron el atentado contra el Protector nazi Heydrich con envenenadas balas de bottox, y al del jefe Spooner que lo planeó todo desde el Special Operations Executive inglés, el SOE; al de los ocupantes alemanes que arrasaron el pueblo de Lidice con su odio al lugar y mataron rápido o lento a ciento noventa y nueve varones y ciento ochenta y cuatro mujeres en represalia, el 10 de junio de 1942; al de los sicarios que ametrallaron a cuatro desgraciados en otra playa escondida, esta de Calabria, no lejos de Crotone, en el Golfo de Taranto, tres hombres y una mujer, y además esto lo he visto yo; y al del individuo que le chilló a otro en un garaje, tan cerca que le salpicaría saliva, y a continuación le disparó bajo el lóbulo de la oreja a quemarropa, como puedo hacer yo en este instante con Custardoy sin que nadie me grite "Don't" como le grité yo a Reresby y a lo mejor sirvió, le puedo poner el cañón ahí mismo y ya está, saltaron sangre y pequeños huesos; al de la mujer de verde con tacones y la falda subida y un jersey y un collar de perlas, que le machacó el cráneo a un hombre con un martillo y se le montó encima a horcajadas, sin medias, para golpearlo en la frente una y otra y otra vez; al del oficial o mercenario europeo que dirigió la matanza de veinte africanos que cayeron a cámara rápida como fichas de dominó; al de Manoia, también a ese, que le sacó los ojos a su prisionero como si fueran huesos de melocotón y después me dijo Tupra que lo degolló; y al de Ingram Frizer, el apuñalador del poeta Marlowe en una taberna de Deptford, aunque ese rostro suyo no se conozca ni tan siquiera con certeza su nombre, de tantos siglos atrás; y al del Rey Ricardo, claro está, que mandó asfixiar a los niños, a sus sobrinos en la Torre, y matar a tantos otros en su humor airado o no, incluido el pobre Clarence, ahogado por dos esbirros en una tinaja de nauseabundo vino mientras agitaba las piernas que se le quedaron fuera, en el aire que no volvió a respirar… Puede unirse y asimilarse mi rostro al de tantos hombres y no tantas mujeres que han sido dueños del tiempo y han sostenido en su mano el reloj -en forma de arma, en forma de orden-, y que decidieron pararlo de pronto sin esperar ni entretenerse, obligando así a otros a no desear más los deseos y a desprenderse aun del propio nombre. No me gusta esa unión. Pero también he de evitarle a Luisa todo peligro y todo sufrimiento y tormento, para que su fantasma no deba decirle un día a este sujeto lo que el espectro de la Reina Ana le reprochó a su marido la víspera de la batalla, ni deba lanzarle luego la maldición que yo no cumplo cuando estoy en disposición de cumplirla: "Tu mujer, esa desdichada Luisa, tu mujer, Esteban, que nunca durmió una hora tranquila contigo… Caiga yo ahora como plomo sobre tu alma, y siente la punzada del alfiler en tu pecho: desespera y muere". Sí, más me vale matarlo cuando aún estoy a tiempo', pensé, 'quizá no tenga otra oportunidad en el futuro, quizá no haya otro modo de borrarlo para siempre del cuadro y este sea el único de asegurarnos.' El plural me sorprendió a mí mismo. Y me dio fuerza o aliento descubrir que aún pensaba en nosotros como en 'nosotros'.