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Así que aún mantuve el dedo sobre el gatillo, bajo el guardamonte, aunque ya no estaba en modo alguno seguro de dispararle, y eso fueron más segundos. Y a medida que pasaban y me arriesgaba a un accidente, vi a Custardoy más pálido y desaseado, era como si su atildamiento indumentario se hubiera descompuesto de pronto, la corbata se le había torcido y se atrevió a hacer otro gesto maquinal para centrársela, me recordó al de la coleta -sí, algo femenino por fuerza-, luego volvió la mano a la mesa obedientemente; la gabardina le lucía arrugada y parecía de peor tela, lo que se le veía de la camisa tenía aspecto de sudada. En cuanto al pelo, dio la impresión de aplastársele, y de tornársele más lisa la parte de las patillas; intentaba conservar la sonrisa -sabría de su rasgo afable-, pero ya no lo iluminaba; la nariz se le afiló, o acaso es que al acomodar mi postura me varió un poco la perspectiva; sus ojos se me aparecieron nublados y más juntos, como si todo él aspirara a estrecharse y a ofrecer así menos blanco, sería una cosa inconsciente, carecía de todo sentido a tan escasa distancia como nos separaba, yo no podía fallar ningún tiro, en ningún caso.

– ¿Conoces a mis hijos? -le pregunté de pronto.

– No. No los he visto nunca. No me gusta mezclar críos.

– ¿Desde cuándo sales con ella? ¿Hace cuánto que os conocéis? No me cuentes historias, yo la conozco mejor que tú.

Que le hablara, que le preguntara algo civilizado y sin ningún insulto por medio, lo tranquilizó un poco, aunque no dejaba de lanzar miradas al cañón de la pistola acerrojada, así me han dicho que también se dice, con sus ojos grandes y negros, fríos y obscenos aun en el miedo, el aire bronco se lo daba más bien el bigote, en colaboración con la nariz.

– Unos seis meses. -Y se permitió añadir-: Más tiempo no es siempre mejor. Por qué no nos dejas en paz. Nunca me ha gustado tanto una mujer como ella. Tú estás ya fuera de escena, creíamos que eso estaba claro. -'Ah, soy yo el que está out of the picture ahora mismo', pensé. 'Tiene razón. Pero eso va a cambiar. También él habla de "nosotros", Luisa y él'-". Lo está para Luisa, y ella creía que para ti también.

– No sé por qué hablas en pasado. Lo va a seguir creyendo porque tú no le vas a contar nada de esto.

Con una pistola en la mano, aquella frase sonaba a amenaza seria, aunque de hecho no lo fuera, o yo no la hubiera dicho con ese propósito, sino sólo porque estaba seguro de que a partir de aquel día no se volverían a ver. Custardoy ya no estaba tan chulo, noté cómo le crecía la aprensión. Y entonces me vino otro pensamiento o recuerdo, que debió condenarlo más y extrañamente ayudó a salvarlo: 'Este hombre es un "guebrídguma" mío, santo cielo, Luisa nos ha convertido a él y a mí en "con-yacentes" o "cofolladores" a nuestro pesar, del mismo modo que probablemente lo somos Tupra y yo por la intermediación o el vínculo de Pérez Nuix y que lo seré de tantos sin tener ni idea a través de otras mujeres, eso nunca lo tenemos presente al fornicar con alguien por primera vez, a quiénes juntamos y a quién nos unimos, y hoy en día esas relaciones fantasmagóricas, indeseadas o no buscadas, serían el cuento de nunca acabar. Pero según aquella lengua muerta este hombre y yo guardamos un parentesco, y en cualquier idioma una afinidad, eso es seguro, y tal vez por eso yo no deba matarlo, por eso también, tenemos algo fuerte en común, tampoco a mí me ha gustado nunca tanto una mujer como Luisa, al fin y al cabo queremos a la misma persona y ahí no lo puedo culpar, o quizá él tan sólo se la folla, sus sentimientos no los puedo saber'. Podía intentar averiguarlos, preguntarle si la quería, pero esa pregunta me pareció ridícula, y además, con una pistola amartillada apuntándole, ya sabía lo que me contestaría, y en cambio no si sería verdad. La verdad sería lo último que me dijese en aquel instante, si creyera que la verdad lo podía matar.