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Al principio sus pensamientos se habían centrado en Insen, pero luego decidió olvidarse del productor ejecutivo hasta el día siguiente. Sloane no tenía la menor duda sobre su capacidad para manejar a Insen y mandarle adonde le conviniera… tal vez a la vicepresidencia de alguna emisora, lo cual, pese a su sonoro título, era una degradación después de trabajar en el principal informativo nacional. A Sloane ni se le ocurrió que pudiera darse el proceso contrario. Si se lo hubieran sugerido, se habría echado a reír, sin lugar a dudas.

En cambio, se puso a pensar en Harry Partridge.

Sloane reconocía que para Partridge, el reportaje de Dallas, apresurado pero excelente, había sido una nueva medalla en una carrera profesional ya de por sí sobresaliente. Sloane había logrado ponerse en contacto por teléfono con Partridge en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth, le había felicitado y le había pedido que transmitiera su felicitación a Rita, Minh y O'Hara.

Era normal que el presentador de informativos felicitara a los corresponsales -noblesse oblige- aunque, en el caso de Partridge, Sloane lo hacía sin gran entusiasmo. Ese sentimiento subyacente había dado un tono de incomodidad a la intervención de Sloane, como solía sucederle en casi todas sus conversaciones con Partridge. Éste parecía relajado, aunque su voz denotaba cansancio.

Haciendo acopio de honestidad, en el silencio y el aislamiento de su coche que proseguía la marcha, Sloane se preguntó: «¿Qué siento respecto a Harry Partridge?». La respuesta brotó, con idéntica sinceridad: «Hace sentirme inseguro».

La pregunta y la respuesta tenían sus raíces en un pasado reciente.

Ambos se conocían desde hacía más de veinte años, el tiempo que llevaban en la CBA, pues se habían incorporado a la emisora casi simultáneamente. Desde el principio ambos tuvieron éxito en su profesión, aunque con caracteres opuestos.

Sloane era conciso, quisquilloso, impecable en su atuendo y su discurso; le gustaba mandar y manejaba la autoridad con naturalidad. Sus subordinados debían llamarle «señor» y cederle el paso. Podía ser frío, ligeramente distante con las personas que no conocía a fondo, aunque en el trato personal, a su aguda mente no se le escapaba lo más mínimo, ya fuera explícito o implícito.

El comportamiento de Partridge, por el contrario, era informal y su aspecto, desaliñado; le encantaban las viejas chaquetas de mezclilla y rara vez se ponía un traje. Tenía un trato fácil que hacía sentirse cómodos a sus interlocutores, y algunas veces daba la impresión de que todo le importaba un pimiento, lo cual era un truco. Partridge había aprendido desde muy joven que, como periodista, se descubrían más cosas fingiendo no tener autoridad y ocultando su aguda inteligencia.

También existían diferencias de extracción social entre ellos.

Crawford Sloane, de una familia de clase media de Cleveland, había empezado su carrera en la televisión en dicha ciudad. Harry Partridge realizó su aprendizaje televisivo en Toronto, en la CBC -Canadian Broadcasting Corporation- y antes había trabajado como hombre del tiempo en pequeñas emisoras locales de radio y televisión, en el Canadá occidental. Había nacido en Alberta, cerca de Calgary, en una aldea llamada De Winton, donde su padre era granjero.

Sloane se había licenciado en la Universidad de Columbia. Partridge no había terminado sus estudios universitarios, pero había enriquecido y ampliado su educación trabajando en los medios de comunicación.

Durante mucho tiempo, sus carreras en la CBA corrieron paralelas; y como consecuencia de ello, se les llegó a considerar competidores. El mismo Sloane consideraba a Partridge un rival, incluso una amenaza para su promoción. Sin embargo, no estaba seguro de si Partridge habría pensado lo mismo alguna vez.

La competencia entre los dos parecía mayor mientras fueron corresponsales de guerra en Vietnam. Fueron enviados allí por la emisora a finales de 1967, en principio para trabajar en equipo, y en cierto sentido eso hicieron. Sloane, empero, consideraba la guerra como una oportunidad de oro para progresar en su carrera; ya entonces tenía en mente la butaca de presentador del telediario nacional de la noche.

Sloane sabía que para medrar había una cosa esenciaclass="underline" aparecer en los noticiarios nacionales con la máxima frecuencia posible. Por lo tanto, en cuanto llegó a Saigón decidió que lo importante era no alejarse demasiado del «Pentágono Oriental», el cuartel general del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos en Vietnam (MACV), que estaba en la base aérea de Tan Son Nhut, a diez kilómetros de Saigón. Y cuando tenía que desplazarse, no demoraba demasiado su regreso.

Recordaba, a pesar de los años transcurridos, una conversación entre él y Partridge, que le había comentado:

– Crawf, nunca conseguirás entender esta guerra encerrado en el Saigon Follies o remoloneando por el Caravelle.

Las primeras eran las ruedas de prensa militares en la jerga periodística; y el último, el hotel más popular para tomar una copa entre la prensa internacional, los oficiales de graduación y los funcionarios de la embajada de los Estados Unidos.

– Si lo dices por los riesgos -le respondió Sloane de mal talante-, estoy dispuesto a correr tantos como tú.

– No se trata de peligros. Todos los corremos. Me refiero al tratamiento en profundidad. Yo quiero conocer a fondo este país y comprenderlo. Quiero dedicar algún tiempo a objetivos no militares, sin limitarme a seguir las batallas e informar de los tiroteos como quiere el ejército. Eso es demasiado fácil. Y cuando escribo sobre temas bélicos, quiero estar en primera línea, para averiguar si lo que nos cuentan los portavoces del USIS es cierto.

– Para hacer todo eso -advirtió Sloane-, tienes que pasarte fuera muchos días o incluso semanas…

Partridge pareció divertido.

– Pensaba que tú lo entenderías en seguida. Estoy seguro de que también te habrás dado cuenta que mis planes de trabajo te permitirán aparecer en pantalla casi todas las tardes.

A Sloane le había producido cierto desasosiego que adivinara sus pensamientos con tal facilidad, aunque a fin de cuentas eso fue lo que ocurrió.

Nadie podría decir que Sloane no trabajó duramente mientras estuvo en Vietnam. Lo hizo, y también corrió peligros. En algunas ocasiones realizó misiones en territorio del Vietcong, a veces en la misma línea de fuego, y en aquellas situaciones tan arriesgadas se preguntaba, con lógico temor, si lograría salir vivo de allí.

Finalmente, siempre lograba salirse con la suya y rara vez permanecía fuera más de veinticuatro horas. Además, cuando regresaba, traía invariablemente dramáticas imágenes bélicas e historias de gran interés humano sobre los jóvenes americanos en combate, la clase de material que deseaba Nueva York.

Siguiendo aplicadamente sus planes, Sloane no se excedía en hazañas arriesgadas y solía estar en Saigón a punto para las ruedas de prensa militares y diplomáticas que, en aquel momento, eran noticia. Hasta mucho más adelante no se tendría conciencia de la superficialidad del tratamiento informativo de Sloane ni de que las imágenes dramáticas -para la televisión- eran la más absoluta prioridad, muy por encima de todo análisis meditado y algunas veces incluso de la propia verdad. Pero cuando eso se hizo evidente, a Crawford Sloane ya no le importaba.

La táctica de conjunto de Sloane funcionó. Siempre había sido impresionante delante de una cámara y en Vietnam aún más. Se convirtió en uno de los favoritos de los productores de la Herradura de Nueva York y aparecía con frecuencia en el boletín de la tarde, algunas semanas hasta tres y cuatro veces, que era la manera en que un corresponsal se daba a conocer, no sólo entre los espectadores, sino entre los ejecutivos que tomaban las decisiones en el cuartel general de la CBA.