Выбрать главу

Pasó la hoja a Sloane, que la leyó en voz alta.

RETEL. RECIBIDO TELEGRAMA. TAMBIÉN LEÍ DETALLES EN PRENSA SOBRE TU AMIGUITO. NO RECOMIENDO PRÓTESIS. SUPONIENDO LA TOLERE, NO SIRVE PARA TOCAR PIANO. EN CAMBIO DEBE APRENDER A GIRAR LA MUÑECA HACIA ABAJO PARA QUE LOS MUÑONES DEL ÍNDICE Y EL DEDO MEÑIQUE LLEGUEN A LAS TECLAS. PARADÓJICAMENTE TIENE SUERTE PORQUE ES IMPOSIBLE CON LOS DEMÁS DEDOS, SÓLO VALE CON ESOS DOS.

APRENDER A GIRAR LA MUÑECA REQUIERE PACIENCIA, PERSEVERANCIA. PERO CON ENTUSIASMO PUEDE LOGRARSE. LA EDAD AYUDA. UNA PACIENTE MÍA HA PERDIDO ESOS DEDOS Y TOCA EL PIANO. ME ENCANTARÍA PONERLES EN CONTACTO SI QUIERES.

CUÍDATE HARRY. MUCHOS ABRAZOS

JACK TUPPER

Se produjo un silencio, roto por Nicky:

– ¿Me lo enseñas, papá?

Sloane le tendió el papel.

– ¡No lo pierdas! -le advirtió Jessica-. Guárdalo como recuerdo de Harry.

La amistad instintiva entre Harry y Nicky había sido breve pero muy bonita mientras duró, pensó Jessica.

Recordó las primeras palabras de desaliento de Nicky, cuando Harry llegó a Nueva Esperanza: «Han matado a mi abuelo y me han cortado dos dedos. Ahora ya no podré volver a tocar el piano». Evidentemente, Nicky ya no podría ser concertista de piano, pero podría tocarlo y satisfacer por otros medios su afición a la música.

Mientras Nicky releía el texto del mensaje, sosteniéndolo con la mano izquierda, se le fue dibujando una sonrisa en la cara. Iba intentando unos movimientos de rotación con la muñeca derecha.

– Creo que nunca dejaremos de estar agradecidos a Harry Partridge -dijo Sloane.

– Y a Fernández -le recordó Jessica.

Ya les había contado el sacrificio del colaborador y su muerte. Entonces relató a Crawford y Rita la promesa que Harry había hecho antes de abandonar a Fernández en la senda de la jungla.

Fernández había mencionado a su mujer y sus cuatro hijos, pidiéndole que velara por que alguien se ocupara de ellos, y Harry se había comprometido: «Trabajas para la CBA, la compañía se encargará de ellos. Te doy mi palabra de honor, es una promesa solemne. La educación de los niños y todo lo demás».

– Si Harry dijo eso -afirmó Sloane-, hablaba en nombre de la CBA y es tan formal como un documento legal. Cuando volvamos me ocuparé de que se lleve a efecto.

– Hay una pega -señaló Rita-, y es que eso ocurrió cuando Harry ya estaba despedido, aunque él no lo sabía.

Minh, al oírla, se quedó pasmado: la carta de despido de Chippingham no estaba en conocimiento de casi nadie.

– Da lo mismo -dijo Sloane-. Hay que honrar la promesa de Harry.

– Esto plantea otro problema que hemos de resolver -añadió Rita-. ¿Comunicamos el despido de Harry en nuestro reportaje de hoy?

– Ni hablar -dictaminó Sloane-. Ésos son nuestros trapos sucios internos y no vamos a airearlos en público.

Pero acabarán saliendo, pensó Rita, como siempre.

Crawf todavía no sabía que ella había mandado un fax a Les Chippingham -«¡eres un hijo de puta!»- a través de la Herradura. Probablemente lo publicarían el Times o el Washington Post la semana siguiente. Y si no, algo más tarde en el Columbia Journalism Review o el Washington Journalism Review. ¡Bueno, pues tanto mejor!

Rita recordó que se había despedido. Entre otras cosas, había firmado el fax como «ex realizadora». Bueno, fuera como fuera, pensaba terminar su misión actual.

– Me gustaría comentaros una cosa que no para de darme vueltas en la cabeza -dijo Jessica-. Se trata de la pista de aviación…

– Sión -le apuntó Rita.

– He tenido una sensación, en el camino por la selva y luego en la misma pista de aterrizaje, de haber estado antes. Creo que pasamos por allí al llegar, cuando recobramos el conocimiento. Aunque entonces no sabía que fuera una pista de aterrizaje. Y otra cosa…

– Di -instó Rita, que había abierto una libreta y estaba tomando notas.

– En la choza donde nos metieron había un hombre. No sé quién era, pero estoy segura de que era americano. Le supliqué que nos ayudara, pero no lo hizo. Y después hice esto…

El día anterior, Jessica había sacado de debajo de su colchón el dibujo. Lo llevaba desde entonces metido en el sujetador. Se lo mostró a Rita.

Era el retrato del piloto del Learjet, Denis Underhill.

– Esta noche -propuso Rita- lo daremos en el boletín nacional, por si alguien lo identifica. Entre veinte millones de espectadores, alguien habrá…

El Cheyenne II zumbaba, ganando altitud, para superar las cimas de la cordillera de los Andes. Luego bajaría hasta Lima, junto al nivel del mar. Eran las nueve de la mañana. Tardarían unos cuarenta minutos más.

Lo más importante en ese momento, pensó Rita, era planear con Crawf todos los pasos que efectuarían a lo largo de la jornada. Ella ya había bosquejado unos planes en previsión de una parte, aunque no la totalidad, de lo que había ocurrido.

La dramática historia del rescate, de momento, era una exclusiva de la CBA. Por tanto, hasta la emisión del telediario nacional desde Nueva York, que era a las 17.30, hora de Perú, Jessica y Nicky debían permanecer escondidos del resto de los periodistas. Estaba segura de que Crawf comprendería la necesidad de tal medida.

Eso significaba que no podían llevarlos al hotel César ni a Entel-Perú, que estaban plagados de periodistas y equipos de televisión. Y lo mismo los demás hoteles de Lima.

Así que Rita había convenido en llevarles a casa del dueño de AeroLibertad, su piloto Oswaldo Zileri, que vivía en Miraflores, a las afueras. Podrían permanecer allí hasta las 17.30, y luego ya no importaría que les viesen. De hecho, acabarían teniendo que recibir a los medios de comunicación.

Entretanto, en comunicación con Bob Watson, el montador de vídeo, Rita realizaría un reportaje para la edición nacional de noticias de esa noche. Sería largo y utilizarían la mayor parte de las imágenes de Minh: el rescate, la muerte de Harry Partridge y la triste despedida de Fernández en la selva.

No se molestaría en pedir a Nueva York un espacio específico de tiempo. En ocasiones como aquélla se podía utilizar todo el tiempo que hiciera falta.

Rita estaba segura de que la emisora le pediría un programa informativo especial de sesenta minutos para esa misma noche. Bueno, no le faltaba material. Tenía la grabación sobre Dolores, la compañera alcohólica del ex médico norteamericano, Hartley Gossage, alias Baudelio, que había puesto sus conocimientos al servicio de una misión despreciable: trasladar a las víctimas del secuestro a Perú. Harry lo tenía todo preparado, con comentarios incluidos; podían transmitirlo tal cual.

Respecto a todo lo demás, el telediario y el especial, Crawf haría la narración y los primeros planos. Tal vez le resultara difícil. Tendría que hablar de la muerte de su padre, de Harry Partridge y de Fernández y de la mutilación de la mano de su hijo. A veces Crawf se emocionaba mucho y podía desmoronarse. Pero daba igual, pensó Rita, daría mayor convicción a la historia. Y Crawf siempre podía sobreponerse y seguir adelante. Era un excelente profesional, como Rita y los demás.

Rita comprendió que no se podía ocultar durante todo el día la noticia principaclass="underline" el rescate y la liberación de Nicky y Jessica, y que estaban sanos y salvos.

Emitirían un avance. Cuando la CBA-News lo recibiera en Nueva York, interrumpiría al instante la programación. Una vez más, la CBA llevaría la delantera a la competencia.

Rita consultó su reloj: las 9.23. Les quedarían unos veinte minutos de vuelo. Descontando el traslado desde el aeropuerto a la ciudad, podían tenerlo listo a las diez y media. Mandarían unas primeras imágenes «sin desbrozar», como las del aterrizaje forzoso del Airbus en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth, que habían cubierto ella misma, Harry, Minh y Ken O'Hara hacía menos de un mes.