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Las puertas de pasaje del avión se fueron abriendo, las salidas de emergencia reventaron. La puerta delantera de estribor se abrió, pero por ese lado las llamas bloqueaban las salidas de la mitad del fuselaje. En el costado de babor, que no estaba incendiado, se abrieron una puerta delantera y otra central. Algunos pasajeros empezaron a deslizarse por las rampas.

Pero las cuatro salidas de emergencia de la cola todavía no se habían abierto.

Por las tres puertas abiertas se colaba el humo del interior del avión. Ya habían desembarcado algunos pasajeros. Los últimos emergían tosiendo, muchos de ellos vomitando, en busca de aire.

En esos momentos empezaban a remitir las llamas del exterior bajo una masa de espuma en uno de los costados del reactor.

Los bomberos procedentes de los coches ligeros, con sus trajes aislantes y máscaras para respirar, colocaron velozmente varias escalas junto a las puertas de cola, aún cerradas. Cuando lograron abrirlas manualmente, otra nube de humo emergió del interior del aparato. Los hombres se colaron dentro precipitadamente, para apagar lo que estuviera ardiendo todavía dentro del avión. Otros bomberos penetraron por las puertas delanteras y ayudaban a salir a los pasajeros, algunos muy débiles y aturdidos.

El flujo de pasajeros que iba saliendo aminoró a ojos vistas. Harry Partridge realizó una rápida evaluación, concluyendo que habrían emergido del aparato unas doscientas personas, aunque según las informaciones que tenía, eran 297, incluyendo a la tripulación. Los bomberos empezaron a sacar a algunos heridos con terribles quemaduras, entre ellos a dos mujeres con uniforme de azafata. Seguía saliendo humo por las puertas, aunque menos que al principio.

Minh Van Canh siguió filmando la actividad que le rodeaba, pensando como un profesional y excluyendo otras reflexiones; era consciente de ser el único cámara presente y de estar filmando unas escenas especiales y únicas. Probablemente, desde el desastre aéreo del Hindeburg no se había filmado ningún accidente aéreo de tanta importancia, con tanto detalle, y en pleno desarrollo.

Las ambulancias se reunieron en el puesto de socorro improvisado; ya habían llegado doce y otras venían de camino. Los servicios de socorro se ocupaban de los heridos y los instalaban en camillas numeradas. En pocos minutos, las víctimas del accidente estarían en camino hacia los hospitales de la zona, alertados para acogerlas. Llegó un helicóptero con personal médico y el terreno que rodeaba el Airbus se convirtió en un improvisado hospital de campaña, que puso en marcha un sistema de clasificación de prioridades.

Partridge pensó que la celeridad con que se desarrollaba todo dejaba en buen lugar al servicio de emergencia del aeropuerto. Oyó al capitán de bomberos informar que unos ciento noventa pasajeros habían salido con vida del Airbus. Al mismo tiempo, aquello significaba que faltaban otras cien personas.

Uno de los bomberos, que se quitó un momento la máscara para enjugarse el sudor de la cara, exclamó:

– ¡Dios Santo! Los asientos de la cola están llenos de cadáveres. Es donde se ha acumulado la mayor densidad de humo…

Aquello explicaba también por qué no se habían abierto las salidas de emergencia traseras desde dentro.

Como en todos los accidentes de aviación, los muertos se dejarían donde estaban hasta que un forense, que ya se dirigía hacia allá, diera permiso para moverlos y pusiera en marcha el proceso de identificación.

La tripulación de mando emergió del Airbus, rechazando con insistencia toda ayuda. El comandante, un veterano entrecano, mirando a su alrededor a todos los heridos y sabiendo ya el número de muertos, lloraba abiertamente. Deduciendo que, a pesar del número de víctimas, los pilotos serían aclamados por conseguir aterrizar, Minh enfocó la cara de dolor del comandante en un primer plano. Fue su última imagen, porque una voz les gritó:

– ¡Harry! ¡Minh! ¡Ken! Basta por ahora. Aprisa, traed todo lo que tengáis y seguidme. Tenemos satélite con Nueva York.

La voz pertenecía a Rita Abrams, que acababa de llegar en un microbús de Relaciones Públicas. A cierta distancia se veía la camioneta de telecomunicaciones. Estaban desplegando la pantalla de transmisiones, que se plegaba como un abanico durante los desplazamientos, y orientándola hacia el cielo.

Obedeciendo la orden, Minh bajó su cámara. Otros dos equipos de televisión -uno de ellos de la KDLS, la cadena filial de la CBA- habían llegado en el mismo microbús que Rita, con otros reporteros y fotógrafos de prensa. Minh sabía que aquéllos, y otros más, se harían cargo de la historia. Pero sólo él tenía las verdaderas imágenes, la exclusiva del aterrizaje, y le producía un enorme orgullo el hecho de que ese día y en los días venideros, sus imágenes se verían en el mundo entero y pasarían a formar parte de la historia.

Vernon les acompañó en la furgoneta de Relaciones Públicas hasta la camioneta de telecomunicaciones. Por el camino, Partridge redactó cuatro frases esquemáticas.

– Quiero una presentación de 1.45 minutos -le dijo Rita-. En cuanto estés listo, grabad un primer plano con sonido directo. Mientras, yo voy mandando esto a Nueva York sin desbrozar.

Partridge asintió con la cabeza y Rita consultó el reloj: las 17.43, una hora más en Nueva York. Quedaban apenas quince minutos de emisión del primer boletín nacional de noticias de la tarde.

Partridge seguía escribiendo, articulando sus frases en silencio, modificando algunas palabras. Minh entregó dos cintas valiosísimas a Rita, y puso una cinta virgen en la cámara, dispuesto a filmar un primer plano de Partridge con sonido directo. Vernon les dejó junto a la camioneta de transmisiones. Broderick, que les había acompañado, se dirigía a la terminal a dictar su crónica por teléfono.

– Gracias, chicos -se despidió-. Y ya sabéis: si mañana queréis una información tratada en profundidad, comprad el Times.

O'Hara, el joven técnico enamorado de la alta tecnología, admiró arrobado el equipo de la camioneta de telecomunicaciones.

– ¡Cuánto me gustan estos juguetes…!

El disco de cinco metros de diámetro del tejadillo de la camioneta estaba totalmente desplegado, y alimentado por un generador de 20 kilowatios. El interior del vehículo era una diminuta sala de control con un equipo de montaje y de transmisión ensamblados. Desde allí, uno de los técnicos estaba graduando el transmisor abatible, para conectar con el Spacenet 2, el satélite situado a 11.500 kilómetros por encima de sus cabezas. Todo lo que transmitieran pasaría al repetidor 21 del satélite que lo enviaría instantáneamente a Nueva York, donde sería reproducido.

Dentro de la camioneta, al lado del técnico de transmisiones, Rita introdujo con destreza las cintas de Minh en el aparato de montaje, y las visionó por un monitor de televisión. No le sorprendió que las imágenes fueran soberbias.

En las misiones normales, y cuando contaban con un montador en el equipo, el realizador y el montador seleccionaban juntos los fragmentos de película y luego, con la banda sonora de los comentarios del corresponsal, formaban un paquete acabado con todos los componentes. Pero eso requería cuarenta y cinco minutos, y a veces más tiempo, y ese día no lo tenían. Así que, tomando decisiones sin vacilar, Rita eligió las escenas más dramáticas, que el técnico fue transmitiendo tal y como estaban, en la jerga televisiva, «sin desbrozar".

Sentado en unos escalones del exterior de la camioneta, Partridge concluyó su resumen y tras conferenciar brevemente con Minh y el técnico de sonido, grabó la banda sonora.

Dejando que prepararan en Nueva York la introducción del presentador con los datos destacables, Partridge empezó:

Los pilotos de una antigua guerra nuestra lo llamaban aterrizar con un ala y una oración. Era el título de una canción… Es poco probable que nadie escriba una canción sobre los sucesos de hoy.