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– Pensar en que me has amado durante todos estos años… me ha llegado al corazón. Me ha abierto el corazón. Me he dado cuenta, con dolorosa claridad, de que si hubieras sido mi esposo, mis sentimientos hacia el matrimonio habrían sido muy distintos. Me he dado cuenta de que deseaba que hubieras sido mi esposo. Mis temores han hecho que negara mis sentimientos por ti, pero ya no puedo seguir negándomelos. Te amo, Andrew.

Andrew cerró brevemente los ojos, apretándolos con fuerza. Cuando los abrió, Catherine se quedó sin aliento al percibir la cruda emoción que ardía en su mirada. Tendiéndole los brazos, la atrajo hacia él y se unieron en un largo y profundo beso que le dejó temblando las rodillas.

– Otra vez -dijo con voz ronca Andrew contra los labios de ella-. Dilo otra vez.

– Te amo, Andrew.

– Otra vez.

Catherine le empujó el pecho con las manos y le miró ceñuda.

– No hasta que respondas a mi pregunta.

Andrew le besuqueó el cuello, dando al traste con la capacidad de concentración de Catherine.

– ¿Pregunta?

Lo empujó aún más y lo miró airada.

– Sí. ¿Te casarás conmigo?

– Ah, esa pregunta. Antes de que te dé una respuesta, quiero asegurarme de que entiendas varias cosas.

– ¿Como por ejemplo?

– Me temo que ya no estoy yo solo. Ahora vengo con un perro.

Un extremo de la boca de Catherine se curvó.

– Entiendo. Acepto los términos. ¿Qué más?

– A pesar de que gozo de una buena posición económica, deberías saber que desgraciadamente seré quinientas libras más pobre de lo que tenía planeado puesto que no podré entregar a Charles Brightmore a lord Markingham y a sus amigos.

– Puesto que te estoy profundamente agradecida por ello, no puedo mostrarme quisquillosa con la cuestión del dinero.

– Excelente. A fin de que ni Markingham ni ningún otro instiguen otra investigación, les ofreceré pruebas irrefutables de que Brightmore ha huido a algún país remoto sin ninguna intención de regresar.

– ¿Y cómo obtendrás tal prueba?

– Soy un tipo muy listo.

– No encontrarás en mí la menor resistencia.

Andrew sonrió.

– Esta mañana pinta cada vez mejor.

– ¿Hay algo más que tenga que entender?

– Sí. Todavía me debes el pago de una deuda y te lo exigiré. -Sus ojos se oscurecieron y la atrajo más hacia él-. Al completo.

Un escalofrío de placer recorrió la columna de Catherine.

– Una exigencia ciertamente atroz, pero te será concedida. ¿Algo más?

– Una cosa más. Creo que me gustaría seguir tus pasos literarios e intentar escribir un libro. Se me ha ocurrido el título perfecto: Guía del caballero para la supervivencia masculina y la comprensión de las mujeres.

Catherine le miró fijamente, con expresión perpleja.

– Bromeas.

– No. Tras nuestro cortejo, me considero todo un experto.

Aunque quizá la idea no fuera del todo disparatada…

– Lo discutiremos -dijo por fin.

– Bien. Y quizá deberías plantearte escribir una segunda parte de la Guía. Estaría más que encantado de ayudarte con tus investigaciones. Ahora, en lo que concierne a tu propuesta… la respuesta es un sí rotundo. Para mí sería un honor casarme contigo.

Catherine soltó una bocanada de aire que no era consciente de estar conteniendo. Deslizó entonces la mano en el bolsillo de su vestido y sacó el anillo de esmeraldas.

– ¿Me lo pones? -preguntó.

– Será un placer. -Sujetándose las flores bajo el brazo, le deslizó el anillo en el dedo-. ¿Te gusta? Porque si no te gusta, puedo regalarte otro…

– Es perfecto -le tranquilizó Catherine, moviendo la mano adelante y atrás de modo que la luz quedara prendida en las distintas facetas de la gema-. Es mi tesoro más preciado.

Andrew capturó su mano y se la llevó a la boca, depositando un cálido beso en la palma. Una sonrisa lenta y devastadora asomó a sus labios.

– Nunca me habían regalado flores ni me habían hecho una propuesta de matrimonio.

El calor y la felicidad la inundaron y le devolvió la sonrisa.

– Sí, bueno, ya sabes cuánto me gusta ser la primera.

– Mi querida Catherine -dijo Andrew con los ojos colmados de amor y de pasión-, siempre lo has sido.

Jacquie D’Alesandro

***