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»-¿El deseo más profundo?

»-El deseo más profundo.

»-Es absurdo que el asesino sobreviva al asesinado. Los dos, juntos y solos, juntos como sólo lo están en otra relación humana mientras uno actúa y el otro lo sufre, comparten un secreto que los une para siempre. Se pertenecen.»

El Naphta de Thomas Mann hablaba con Harald en los silencios que lo acompañaban a todas partes: los silencios acusatorios, protectoramente hostiles, entre él y su esposa; los silencios que él ocupaba, incluso cuando Harald llamaba la atención sobre anomalías en decisiones examinadas en reuniones de negocios o comentaba el efecto de las nuevas políticas fiscales en la financiación de los títulos hipotecarios; susurros en el cerebro como si tuviera un zumbido en el oído. Los bruscos modales de la chica, en el bufete del abogado, cuando Harald dijo: Tenías miedo de él, y después -en lo que era casi una fanfarronada-, ella contestó: Él me tenía miedo. ¿Miedo uno del otro? En una situación que da miedo, sin duda siempre hay alguien que amenaza y alguien que tiene miedo. ¿Cómo puede igualarse una amenaza? Con el empate; y así será, a muerte; de manera que, si su hijo hubiera matado a Natalie/Nastasia, habría habido una respuesta: se pertenecen. El lado opuesto de la concepción del amor sexual definido románticamente como el gozoso estado de unión al que la hermosa y anticuada ceremonia del matrimonio da la bendición de Dios como una sola carne. Pero él no le había hecho daño a ella; fue el hombre quien quedó tendido, con un tiro en la cabeza, en el sofá, y los amigos, el abogado, aparentemente todo el mudo sabía que no era el primer hombre ni el único por el que ella se había acostado en el sofá, cualquiera de ellos podría haber servido de víctima al amante al que ella pertenecía en la intimidad de la amenaza. En algunas ocasiones, Harald sentía el impulso de buscar otra vez a la chica, pero Motsamai, que sabía dónde encontrarla, le quitó la idea.

– No puedo permitir que se mosquee, Harald, ya me entiendes; ella piensa que tú y tu mujer le echáis la culpa.

– Cómo podríamos echarle la culpa a ella. Él hizo lo que hizo.

– Porque a alguien hay que echársela. Tu hijo está en una situación difícil. Así es la naturaleza humana, ¿neee…? ¡Porque también yo tengo que echar la culpa a alguien! El abogado de Duncan tiene que demostrar circunstancias causales que repartan la culpa para que la carga recaiga sobre otros que nunca comparecerán ante el juez.

En la oleada de silencio que lo acompaña, allí, en la habitación familiar donde la inocencia y la culpa aparecen anotadas en tiritas de papel dentro de los tomos -ese despacho y la sala de visitas de la cárcel son ahora extensiones de su adosado-, Harald lo sabe: nosotros. Sobre nosotros. Harald y Claudia, que lo hicieron: los pájaros y las abejas no roban juguetes de otro, no leen nunca las cartas de los demás, no matarás.

– Tengo una política muy especial para con ella, por supuesto. Ejeee… -Los labios de Motsamai combaten contra algo parecido a la diversión y la satisfacción-. Con las mujeres, ya sabes lo que pasa: son muy astutas. Y ella empieza a chorrear encanto como si fuera un grifo cuando se siente acorralada. Tengo que dirigirla con paciencia, sin que se dé cuenta, para que se condene mientras cree que está hablándome de él. Hay que saber tratar a estas mujeres. Tan pronto son pobrecitas víctimas como se ponen a presumir de cómo pueden dominar a cualquiera en cualquier situación. El sexo débil nos da muchos problemas a los abogados, te lo aseguro.

Harald debe rechazar el desagrado que le produce el que suponga que, como si fuera un aparte confidencial entre varones, va a compartir una generalización condescendiente sobre las mujeres. Ahora no importa lo que ese hombre piense sobre cualquier cosa que no sea el caso que dice defender. Los prejuicios parecen carecer de importancia. A Duncan le enseñaron a no tener prejuicios contra los negros, judíos, indios, afrikáners, creyentes, no creyentes, todos los pecados fáciles presentes en el país donde nació.

– Qué te ha dicho.

– No te tomes muy en serio lo que dice. Dice que es un crío mimado. Ésas son sus palabras: un crío mimado. También utiliza palabras grandilocuentes, neee: «sobreprotegido», así que no está acostumbrado a ningún tipo de oposición, a nada que amenace su voluntad, el modo en que piensa que deberían ser las cosas. Sus normas son las válidas. Lo puse en duda: sugerí que el tipo de esquema que tiene esta gente joven es que no hay normas excepto las más básicas, ya sabes, quién tiene derecho a coger la cerveza de la nevera… y, naturalmente, tenían a aquel hombre negro, Petrus Ntuh, para que les hiciera el trabajo sucio. No, dice ella, sus normas eran para sí mismo, eso no quiere decir que fueran la clase de normas convencionales que podría pensar alguien como yo, un abogado. Entonces, ¿en qué consistían? Bien, pues eran sobre quién iba con quién y así. Relaciones sexuales, deduzco; pero ella insistió en que también hacían referencia a la amistad, el grupo que vivía en esa finca parecía tener amistades, lo que llamaríamos lealtades, complicadas. Él «estaba de acuerdo» con el modo en que todos vivían en la finca, pensaba que coincidía con sus ideas, sus normas, si prefieres, pero, al mismo tiempo, él era el «niño mimado» que no podía consentir que este estilo, inventado por él mismo, claro, entrara en conflicto con las otras normas de las que él se había liberado. Procedentes de la generación anterior. La vuestra. Ella dice que estas normas seguían vigentes en él, aunque él creía que no. Dijo algo más: ahora él está en la cárcel, pero nunca ha sido libre. Y, naturalmente, implica que ella sí es libre, claro.

– Eso no nos dice mucho sobre lo que sucedió entre ellos. De lo que me dices, se deduciría que ella no tiene nada que ver con la pareja que estaba en el sofá.

– ¡Eso es! ¡Eso es! De un modo u otro, se distancia. Ejeec.Y no parece sentir nada, por así decirlo, por el hombre que murió como consecuencia de su acto con él esa noche. No da muestra de sentir ninguna pena… por algo tan terrible. Lo que, naturalmente, es muy bueno para mi caso, excelente.

Cuando me toque a mí hacerle preguntas. Pudo haber muerto ella, ¿por qué no? Ni siquiera se lo plantea ¿Por qué no? Si no quieren dos… Sin embargo, no siente remordimientos por haber sido, por lo menos, la mitad de la causa de la muerte del hombre, si damos por hecho que él era consciente de que estaba con la novia de su amigo. Es difícil entender su distanciamiento. Como si estuviera convencida de que no habría podido ser ella la víctima. Me doy cuenta de que hay cosas que no le podré sacar, seguramente, ni siquiera con mis medios.

Suelta una breve carcajada, como un fogonazo, celebrando su habilidad y de inmediato regresa a la seriedad en la que el rostro del padre, clavado en el suyo, puede confiar.

Contar lo sucedido en una reunión como ésa con el abogado significa que Harald, que informa, y Claudia, que escucha, deben empezar diciéndose de nuevo, como muchas otras veces, cada día, que Duncan ha matado a alguien. Aceptarlo. El hombre estuvo en el depósito de cadáveres, se realizó una autopsia que confirmó que la muerte la provocó una bala en la cabeza y fue enterrado en un funeral dispuesto por los amigos con los que compartía la casa. Su cadáver no se ha enviado de regreso a Noruega; el hombre al que Duncan ha matado todavía está allí, bajo la tierra natal de Duncan.

Harald encontró a Claudia hablando por teléfono, haciendo preguntas y comentarios preocupados sobre la vida de otra persona; uno de los amigos cariñosos que se dedicaban a llamar regularmente a los Lindgard para demostrarles que seguían formando parte de la sociedad, aunque algo terrible los hubiera colocado fuera de sus límites. Ella lo mira fijamente mientras sigue hablando y sonriendo como si el amigo pudiera verla, sin ser consciente de lo que dice; quiere algo que él no tiene, que no puede dar. La contradicción entre la sonrisa y la mirada refleja una angustia tal que Harald debe endurecerse para observarla. Va a la cocina y mira cómo el agua desborda el vaso que sostiene como medida del tiempo. Cuando regresa, ella está en la terracita, esperándolo.