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Hamilton respondía con brío a la nueva actitud que percibía en ellos. Como si hubiera estado trabajándola desde el principio, ejeee… ejeee…, la honrada y decente pareja blanca procedente de un mundo ideal. No veía, o fingía no ver, que creían estar pidiéndole disimuladamente que hiciera algo, cualquier cosa poco ética (desde el punto de vista de ellos) para defender a su hijo. La ignorancia de la gente educada, tanto blanca como negra, sobre las convenciones de la ley no dejaba de sorprenderlo; probablemente, ella diría lo mismo sobre la gente y la práctica de la medicina. Todavía no entendían el ámbito que podía abarcar un destacado abogado en cuestión de tácticas de defensa. ¿De qué otro modo se podía representar a un asesino confeso?

– ¿No podrías utilizar a… cómo se llama… Julian, el que habló con nosotros, al que Duncan llamó en cuanto pudo aquella tarde? Tengo la sensación de que no le gusta la chica, ha estado presente en algunas escenas suyas que le han desagradado, cuando ella se comportaba, no sé, como una loca, provocando a Duncan de la manera que has dicho que sería importante.

– Sí, en eso baso mi argumentación. -Anima a Claudia.

– Puedes sacarle algo. Aunque me parece que es un poco reacio a hablar porque tiene una idea especial sobre el carácter confidencial de la amistad y todo eso. Lealtad a lo que sucedía en esa casa, quizá tiene miedo de que los demás se lo reprochen…

– ¡Oh!, tienes razón. He estado trabajando con él. Es un individuo retraído. Pero la cuestión está en lo que has dicho sobre la casa, sobre los que la frecuentaban o vivían allí; es cierto, le gusta llevarse bien con ellos, aunque está más ligado a Duncan, es Duncan quien le importa. Pero dudo que valga la pena citarlo como testigo.

Harald sigue pensando en el otro, Khulu.

– ¿No causa mejor impresión? Si yo fuera juez, le daría más importancia a lo que estuviera dispuesto a decir. Y es miembro de aquella casa, no es uno que trabaja con Duncan, un colega de fuera, un amigo que no estaba siempre por ahí para observar lo que pasaba, como Khulu.

– Y Khulu es homosexual. Ejeee… Conoce ese tipo de moral o como quieras llamarlo, lo que se hace y lo que no se hace, cómo viven su vida y arreglan las cosas entre ellos.

Quiero decir

Podría ser

Eso no

E]eee…

Quiero decir

Un momento

Pero si

Dejadme explicar

Se animan, es una consulta y, al mismo tiempo, un debate. Afortunadamente para estos clientes que pasan por un momento difícil, Duncan se ha convertido en un tema de discusión, ausente, presente entre ellos en la celda de su cárcel, como acostumbra suceder cuando sus padres están en el bufete.

El ayudante de fontanero y jardinero: ¿vale la pena citarlo?

¿Para qué? Puede llamarlo la acusación…

De repente, Motsamai resulta muy atractivo cuando ríe, algún personaje que guarda para otras ocasiones se escapa del protocolo, tal vez procedente de su casa, distinguido por el modo en que se recorta la breve barba, en un círculo propio de la antigua aristocracia, o tal vez resida en su dominio del otro, en la cordialidad fraternal entre colegas.

No utilizan la expresión coloquiaclass="underline" que le den la bola. Pero lo entienden todos, dentro de sus límites. Lo que le piden sus clientes es otra cosa; ellos y su abogado saben que no pueden hacer que Duncan salga libre; libre de lo que dice que ha hecho, libre de lo que lo contiene, tal como estuvo una vez contenido en el útero de su madre, oculto. Debe ser castigado, sea por la voluntad del Dios de su padre o por las leyes humanas de acuerdo con las que vive su madre. El término puede servir sólo como medio, y cualquier medio es válido para hacer que escape de lo que todavía está en la legislación del país. Su vida a cambio de una vida.

– Y voy a necesitar que me digáis más cosas. Ya lo sabéis. Ejeee… mucho más. En este sentido -un gesto amplio de la mano alzada en el aire-, todavía no hemos hablado bastante. Ni con mucho. Cómo era, de muchacho. De verdad. Cualquier problema que vierais entonces. Cualquier cosa que pudiera afectar más tarde a sus reacciones, conflictos y demás. Algunas de las cosas que habéis olvidado, que dabais por concluidas y liquidadas.

Era como si el acuerdo al que habían llegado en aquella habitación hubiera subido las persianas con ruido y una claridad sin sombras cayera sobre ellos.

Nunca hubo problemas.

Era un niño feliz.

Pero eso no se dijo.

SEGUNDA PARTE

¿Por qué Duncan no aparece en la historia? Es un vórtice en torno al cual, despedidos, a su alrededor, se encuentran todos los demás: Harald, Claudia, Motsamai, Khulu, la chica y el hombre muerto.

Su acto lo ha convertido en un vacío; un vacío es la antítesis de la vida. Si ellos no pueden entender cómo llegó a hacer lo que hizo, él tampoco puede. Excepto la chica; ella podría, ella lo haría. Ella estaba dispuesta a matar; a matarse. Eso es lo más cerca que uno puede estar de ese acto hecho a otro. El acto mismo, no su significado. El no recuerda el acto mismo; el abogado le cree o quiere creerle, necesita creerle, pero el fiscal, el juez y los asesores del tribunal no le creerán, ninguno de ellos. En las palabras de la pregunta del abogado, él no «premeditó» lo que hizo. Fue hecho tan deprisa, como un clímax que, en cuanto te das cuenta, ya ha pasado, la insoportable emoción es inaprensible, desaparece de inmediato. Puede recordar que vio el arma, pero eso fue la noche anterior, algún idiota hablaba de comprar una y había pedido que le enseñaran a usarla. El arma doméstica. Estaba siempre por ahí, carecía de sentido tenerla para protegerse si, llegado el momento, nadie podía recordar dónde estaba escondida. La ve en la mesa, olvidada entre las botellas y los vasos, la noche antes. Y cuando ellos -Jespersen, Natalie, los dos- lavaron los platos, recogieron, hicieron el amor en el sofá, la dejaron allí. Llegó el momento. La dejaron allí para que la encontrara él.

Cuando repasa cómo los encontró, no ve el arma. Está claro en cada detalle cómo los encontró. Los dos están vestidos (así es como a ella le gusta), sólo se ofrecen entre sí sus genitales, su falda está fruncida, apartada, y el trasero de él está todavía medio cubierto por los pantalones, mientras él está dentro de ella. Se incitan con sonidos que, no puede evitar oírlos, le resultan familiares en ambos y, en el mismo momento en que se dan cuenta de que alguien los ha encontrado, se apodera de ellos aquello que no puede detenerse, sucede delante de él, le parece que así es siempre, si uno pudiera verse, una contorsión, un ataque epiléptico. Huyó de allí. Le pareció oírla reír y llorar. Se sentó en la oscuridad de la casita, esperando que ella entrara a tientas y dijera: ¡eso es todo! Pero, en esa ocasión, no era todo.

Cuántas noches, en las horas terribles que pasaban tras los buenos momentos, en medio de la noche, ella lo vigilaba mientras sacudía la cabeza de cabello ondeante, como una Furia (sí, claro, ponme sobre una columna o algo de tu arquitectura clásica griega y posposmoderna), riendo y llorando -para ella es lo mismo-, inclinándose sobre él como si fuera sordo: «¡Maricón!¡Por qué no vuelves con uno de tus chicos! Vamos, vete a la casa si no te sirvo, quieres cambiar mi manera de ser, señor Todopoderoso.» Ella, a quien todo le estaba permitido, no dudaba en insultarlo por lo que, en el fondo, no le parecía importante. Confiando en la libertad de experiencia, de emociones, que ella profesaba y practicaba, él hizo algo que nunca debiera haber hecho: contarle su incidente; no, para ser sincero, fue más que eso: el tiempo que pasó con Jespersen. Le dio un arma para que la blandiera sobre su cabeza, la apoyara contra su garganta y, cuando ella vio en él la reacción que quería ver, le quitó toda importancia, como si fuera todo una broma.

El terrible torrente de sus diatribas volvía para torturarlo en la celda donde ella lo había acorralado. Nunca había conocido a nadie que se expresara tan bien como ella, era una especie de maldición. Tiraste de mí me hiciste vomitar la muerte de los pulmones me hiciste revivir después del manicomio de médicos psicópatas planeas planeaste salvarme en la postura del misionero no sólo sobre mi espalda casasteis a vuestros hijos con buen gusto porque yo di el mío como la perra que se come al cachorro que ha parido desarrollas «carreras» que inventas para mí porque eso es lo que la mujer que has salvado debe tener me quitaste la muerte por eso porque tú decidiste que viviría dijiste que debía dejar de castigarme pero te diré que si me he quedado contigo es porque yo he escogido el peor castigo que puedo encontrar para mí misma me deleito en ello no sé si lo sabes