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– Así pues, usted confirma que el acusado tuvo una larga experiencia de estrés emocional con Natalie James.

– Sí. Él lo provocaba.

– ¿Es cierto que tanto usted como su distinguido colega, el doctor Basil Reed, psiquiatra con veintitrés años de experiencia en su campo, han tenido la oportunidad de valorar la personalidad y el estado mental del acusado durante un período de veintiocho días?

– Sí.

– ¿Cuántos años hace que se dedica usted a la psiquiatría, doctora Albrecht?

– Siete años.

– La opinión de su veterano colega, el doctor Reed, tal como la establece en su informe al tribunal, es que el largo período de estrés emocional sufrido por el acusado, que usted misma confirma, es de naturaleza tal que, en lugar de resolverse en pensamiento e intención racionales, culminó en un estrés emocional insoportable en el cual el acusado se vio precipitado a un estado de disociación entre la razón y la realidad. ¿Es cierto que semejante estado, como resultado de un estrés prologado sumado a un shock profundo, es un estado reconocido por su profesión?

– Sí. Como una de las posibles reacciones ante un trauma.

– Así pues, es un estado reconocido. -Las palmas de Motsamai se unen lenta, mesuradamente-. No hay más preguntas, señoría.

Su gesto indica que el caso de la acusación está terminado, aunque todavía debe declararlo el fiscal. Harald y Claudia miran fijamente al fiscal y oyen sus palabras sin interpretar su significado; dónde está su hijo, qué le ha sucedido, en esas declaraciones que lo tratan como si fuera un pelele: es esto; no, eso otro. Motsamai poseerá la hermenéutica necesaria para el clima moral legal; él se lo explicará.

El fiscal ha adoptado la boca de samurai, con las comisuras hacia abajo, y sus cejas están plegadas y juntas; no necesita más vehemencia y no tiene el registro de Motsamai; un fiscal sabe que no es la estrella que la constelación de la abogacía necesitaba, su diamante negro.

– La suma de las pruebas indica que el acusado es un hombre muy inteligente, en plena posesión de la facultad de la conciencia, que asesinó de un disparo, a sangre fría, a un hombre indefenso tendido en un sofá. La cuestión que se expone ante el tribunal está clara: es la de la capacidad del acusado; si el acusado tenía o no capacidad para cometer un delito conscientemente. Aunque los expertos puedan discrepar en algunas opiniones, queda claro que no actuó cuando podría ser natural, incluso excusable, que lo hiciera. No se enfrentó al fallecido de inmediato, cuando encontró a aquel hombre ocupando su lugar, teniendo relaciones íntimas con la persona que él creía poseer en cuerpo y alma. Si lo hubiera hecho entonces, no habría sido necesario consultar a los expertos para saber que pudo haber realizado ese ataque cuando estaba fuera de sí, por así decir, vencido por la emoción. Pero no; dio la espalda a la escena, se marchó para pasar un día entero examinando sus sentimientos y las opciones que se le ofrecían para satisfacerlos; su derrota sexual, su orgullo masculino, el orgullo de un macho totalmente dominante (puesto que, tal como hemos oído en el testimonio, así era su lamentable naturaleza). Podría haber echado a la chica de la casita, haber cortado su relación con ella como ingrata creación suya, no olvidemos que había hecho que volviera a la vida. Pudo decidir no volver a tener ningún trato con ella, con Jespersen y con la casa donde semejantes cosas podían suceder. Había varias opciones. Pero, en plena posesión de sus facultades mentales, tras tiempo más que suficiente para considerar qué rumbo tomar, se dirigió a la casa, sabiendo que Jespersen estaría allí a esa hora de la tarde, y utilizó el arma que sabía que se guardaba en la casa, para matar a Jespersen. Éstos son hechos irrefutables. El acusado era capaz de cometer conscientemente el delito de asesinato que cometió, y sugiero, señoría, que el tribunal actúe teniendo en cuenta estos datos, si queremos hacer justicia a su víctima y al código moral de nuestra sociedad, que dicta: No matarás.

Por algún motivo que no se explica, durante la que tendría que haber sido la pausa de la comida se anuncia que el tribunal no se reunirá por la tarde; el caso continuará a la mañana siguiente a las nueve.

El juez no está obligado a rendir cuentas de lo que puede ser algún compromiso urgente en otro lugar; o tal vez le duele una muela, de modo que la visita al dentista se convierte en algo prioritario para él. La gente alega estas enfermedades comunes ante asuntos de vida o muerte. Que se vayan al infierno. Pero uno no puede pensar que un juez actúe así, ni Harald ni ninguna otra persona.

La tensión que Hamilton Motsamai encuentra en sus rostros, concentrada en él, seguramente debe de irritarlo. No, es impermeable pero no indiferente; tiene ya preparada su interpretación sobre lo que ha transcurrido del proceso. Todo va según lo previsto, dice. No hay sorpresas. No hay que preocuparse.

¿Y mañana?

No se le puede preguntar sobre mañana. Mañana tendrá a Duncan en el estrado de los testigos.

No va a revelar su estrategia ni siquiera a Harald y a Claudia; para saber cómo llevará su caso mañana, uno sólo puede intentar deducir alguna idea a partir de la línea que ha seguido hoy con los testigos de la acusación; Duncan está en esas manos.

Tienen razón. Todos. Así es: él y ella no pueden distinguir qué Duncan se ajusta más a la verdad, el descrito por el fiscal, la psiquiatra, Motsamai. Quizás él, de regreso a su celda, lo sepa. Quizá lo sepan ellos, mañana.

– Aunque Natalie James, con la cual usted cohabitaba, trabajaba en la misma agencia de publicidad que Cari Jespersen, donde él había encontrado un puesto para ella, e iba y volvía del trabajo con él, pasaba con él las horas de la comida a diario, ¿no le inquietó la idea de que pudiera estar formándose un vínculo entre ellos?

Por fin Duncan va a hablar. A hablar por sí mismo.

– No.

– ¿Por qué?

La pregunta de Motsamai es el pie de un diálogo que, como todo el mundo sabe, ha escrito él mismo y está ensayado. Pero las respuestas de Duncan no son líneas aprendidas. Harald y Claudia oyen su voz, que les llega como si hablara consigo mismo. Para ellos, es como si oyeran hablar a su hijo sin que él se diera cuenta.

– Porque a Cari no le interesaban las mujeres, sólo como amigas.

– ¿Por qué estaba usted seguro?

– Él era gay. Homosexual.

– ¿Cómo lo sabía usted?

Ah, pero la pregunta banal tiene un objetivo concreto, Motsamai sabe construir cuidadosamente la escena para su cliente.

– Vivía como homosexual. Todos los que compartían la casa eran homosexuales.

– Usted vivía en la misma finca. ¿Compartía usted esta inclinación?

– Tiempo atrás, tuve una relación… con un hombre.

– ¿Uno de los hombres de la casa?

– Sí.

– ¿Con cuál?

– Con Cari.

– Con Cari Jespersen. Así que fue esta experiencia lo que le llevó a creer que no podía haber nada entre Natalie James y Jespersen. ¿Estaba usted enamorado de Natalie James?

La pregunta incide sobre las terminaciones nerviosas de Duncan, y Harald y Claudia se encogen, junto con él.

– Estábamos muy unidos.

– ¿Era una relación amorosa, una relación sexual entre un hombre y una mujer?

– Sí.

– Ejeee… Si usted pudo tener una relación homosexual y después enamorarse de una mujer y tener una relación heterosexual, ¿cómo podía estar seguro de que Cari Jespersen no tendría propósitos sexuales con su amante, Natalie?

Resulta difícil confiar en Hamilton tal como se muestra ahora. Harald ve que Motsamai está disfrutando, la vida de Duncan es el material de una actuación profesional. El hombre que trae del Otro Lado la comprensión hacia las personas que pasan por un momento difícil, el hombre en cuyas manos se encuentra la auxiliadora copa de coñac, ha quedado atrás, en el bufete.