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– Cómo iba a saberlo. Había continuado tras muchas ocasiones que podían haber terminado con todo.

– ¿Permaneció en la casita durante todo ese día, acostado en la cama? ¿Solo?

– Sí. Con el perro.

– ¿Qué hizo que se levantara?

– El perro, tenía hambre, estaba inquieto. Me vestí y le di su plato de comida.

Motsamai respiró hondo, la toga negra se alzó sobre su pecho, y se tomó tiempo, tanto para él como para Duncan.

– ¿Y entonces?

– Fuera. Come fuera de la casa. De manera que yo estaba en el jardín.

– ¿Qué hora era?

– No había mirado ningún reloj, sería la hora en que acostumbramos a darle de comer, hacia las seis y media o las siete.

– Estaba en el jardín, ¿regresó a la casita?

– No.

– ¿Por qué?

– Me limité a ir -esbozó un gesto; era la primera vez que utilizaba las manos, atributos de defensa que había entregado junto con la admisión de culpabilidad- a la casa.

– ¿Con qué objetivo?

– Me encontré en el jardín. En lugar de volver a la casita, seguí andando.

– ¿Esperaba ver a alguien en la casa, hablar con alguien? ¿Con uno de esos otros amigos?

– No quería hablar con nadie.

– Entonces, ¿pretende decir al tribunal que no tenía motivo alguno para ir allí?

No se sabía cuál de los asesores cuidadosamente escogidos, uno de ellos blanco, otro lo bastante oscuro como para pasar por negro, había hablado: ambos permanecían sentados a cada lado del juez, silenciosos secuaces. La voz era lenta y poco fluida. Harald tuvo la extraña sensación de que procedía de un médium a través de cuya boca hablaba el público, la gente que llenaba la sala.

– Me encontré en el jardín, creo que necesitaba estar otra vez en el mismo lugar, en la puerta donde me había detenido.

Motsamai no permite ni un momento de silencio y afirma:

– De manera que usted cruzó el jardín en dirección a la casa para detenerse otra vez en el mismo lugar donde había visto a la pareja, a su antiguo amante y a la mujer, su amante actual, copulando en el sofá. ¿Y qué pasó cuando llegó a esa puerta?

Claudia sentía el olor de su sudor, no hay cosmético que pueda suprimir la angustia que sólo el cuerpo, mudo primitivo, puede expresar; la higiene es un convencionalismo cortés que disfraza el poder animal en la vida de la clase media. Se pregunta si Harald estará rezando, si es ése el otro tipo de emanación que surge de él; que se mezclen, lo animal y lo espiritual, si juntos pueden producir la solidaridad prometida hace tanto tiempo en el pacto con su hijo.

Duncan vuelve a hablar de memoria. Como si se le hubiera desconectado algo, un interruptor en alguna parte del cerebro.

– Jespersen estaba echado en el sofá.

– ¿Cuál fue la reacción de él cuando le vio?

– Sonrió.

– Sonrió. ¿Habló?

– Cari dijo: «Vaya, lo siento, bra.»

El juez formula la pregunta como si pudiera ser contestada tanto por el acusado como por su abogado.

– ¿Bra? ¿Qué significa bra?

– Es un diminutivo fraternal que utilizamos entre nosotros los negros, señoría, y se ha extendido también a los blancos con los que ahora los negros comparten lazos fraternales en un país unido. Significa que consideras que la persona a la que te diriges es como si fuera tu hermano.

Motsamai pasó con soltura del juez al acusado:

– Así pues, él consideraba que usted todavía era un hermano.

– Sí.

– ¿Qué contestó usted?

– Entonces pensé que había ido a verlo a él.

– ¿Le pidió una explicación por su actitud?¿Le pareció suficiente el intrascendente «lo siento», el tipo de excusa que dice un hombre cuando choca con alguien en la calle?

– Él empezó a hablar: no somos niños, acaso no pensamos lo mismo, no nos pertenecemos unos a otros, queremos vivir en libertad, ¿verdad? Se trate de sexo o de dar un largo paseo. Qué más da, dijo, el paseo ha terminado, el sexo ha terminado, lo hemos pasado bien, eso es todo. ¿No había estado siempre muy claro entre él y yo? Había sido una lástima que él y Natalie hubieran sido tan impulsivos, era una chica que normalmente hacía las cosas de modo más discreto. Se reía con su risa afable. Me dijo: todos lo sabíamos, dijo que yo también lo sabía, y eso no había cambiado las cosas entre Natalie y yo en ocasiones anteriores. Me dijo, me explicó que no debería seguir nunca a la gente, ir a buscarla cuando vive su vida, eso es para la gente que construye una cárcel con sus sentimientos y encierra a alguien dentro. Dijo que era una gran chica y que ella no volvería a pensar en lo sucedido. Y, en cuanto a él, yo conocía sus gustos: nada de reproches, claro que no, había sido como una última copa algo loca, así lo llamó, parte de la agradable noche que habíamos pasado todos juntos, las copas y lo mucho que se habían reído juntos mientras recogían.

– ¿Qué le dijo usted?

– No lo sé. Hablaba, hablaba, hablaba, reía, como cuando nos contábamos las aventuras que habíamos tenido, era igual. No podía parar. Yo no podía pararlo.

– Y entonces, ¿qué sucedió?

– Quiso que bebiera con él, como hacíamos antes.

– ¿Y después?

Necesidad de encontrar la fórmula precisa.

– «Por qué no te sirves una copa.» Oí esas palabras entre un balbuceo que ya no podía seguir. Fue lo último que le oí decir. De repente, cogí el arma de la mesa. Y él se calló. El ruido cesó. Le había disparado.

La cabeza de Duncan ha ido cayendo hacia atrás. Los ojos cerrados para no ver a nadie, Motsamai, el juez, asesores, fiscal, funcionarios, el público, donde una mujer sofoca un sollozo teatral, madre y padre. Harald y Claudia no pueden estar allí para él, donde está él, solo con el hombre que ha muerto de un tiro en la cabeza, disparado con un arma que estaba al alcance de la mano.

Harald no tiene miedo, sino certeza. Ese hombre, el fiscal, está dispuesto a atrapar a su hijo, hacer que confiese que deseaba hacer daño a Cari Jespersen y se dirigió a la casa con esa intención. Y quizá, para detener las preguntas, detener el ruido, la voz que se dirigía sólo a él entre todo el estruendo que llenaba aquel espacio cerrado, Duncan podría decir sí, sí; ha confesado que ha matado, ¿qué más quieren de él? Y ese hombre, el fiscal, está sólo haciendo su trabajo, a él qué más le da que Jespersen esté muerto, que Duncan se haya destrozado a sí mismo; es su actuación. Para hacer su trabajo, debe conseguir la condena que quiere, eso es todo, como medida de su competencia, uno de los pasos diarios en el progreso de su carrera. Como ascender por la escalera profesional.

– Ese viernes 19 de enero, ¿lo pasó entero acostado, dando vueltas a lo sucedido la noche anterior?

– Pensando.

– Es lo mismo, ¿no? Dando vueltas una y otra vez al daño que le habían hecho. A lo que usted deseaba hacer en relación con todo eso. ¿No es así?

– No. Porque no se podía hacer nada.

– Sin embargo, al final del día se dirigió a la casa. ¿No era eso hacer algo? Entre las seis y las siete de la tarde, era muy probable que Jespersen hubiera vuelto a casa de su trabajo. Lo sabía ¿no?

– Me encontré en el jardín. No pensé en quién podría estar en la casa.

– «Se encontró en el jardín», y creo que fue entonces cuando también se dio cuenta de que había llegado el momento de que hiciera lo que había estado pensando, planeando, durante todo el día: buscar a Jespersen, vengarse por el daño que usted sentía que le había hecho, aunque no era el primer hombre con el que la mujer con quien usted convivía le había sido infiel. Creo que lo que estuvo pensando, durante todo el día, no fue más que un dar vueltas y vueltas a los celos, y que se dirigió a la casa en el consiguiente estado de agresividad con la intención de enfrentarse a Jespersen con violencia.