»La defensa se basa en que, debido a la provocación y al estrés extremo, el acusado fue incapaz de tener la intención necesaria para cometer el presunto crimen; incapaz de valorar lo erróneo de sus acciones o actuar de acuerdo con tal valoración, e incapaz de iniciar una conducta concreta encaminada a un fin.
Hay algo saludable, necesario, para Harald y Claudia, quizá incluso también para su propio hijo, en esa simple exposición de los hechos que, dentro de ellos, han quedado desbordados por la emoción y enmarañados por la angustia hasta resultar incomprensibles.
– Los principales hechos de la noche del jueves 18 de enero de 1996 han sido demostrados por pruebas que las partes no discuten. Se celebró una fiesta tras la llegada de unos amigos de los ocupantes de la casa principal de la finca, David Baker, Nkululeko Dladla, Cari Jespersen y los ocupantes de la casita de la finca, Natalie James y el acusado. El acusado y Natalie cohabitaban como pareja heterosexual, los tres hombres de la casa eran homosexuales, de entre los cuales Baker y Jespersen formaban pareja. Antes de la relación con Natalie, el acusado había mantenido una relación homosexual con Jespersen, pero eso no parece haber afectado la estrecha relación, el que los cinco compartieran lo que era prácticamente una sola vivienda.
Y, mientras pronuncia la frase siguiente, el juez levanta la vista, directamente hacia el público, alzando la cabeza por primera vez.
– Incluso poseían en común un arma y sabían utilizarla.
Es también el primer indicio de una actitud personal en relación con el caso. El contexto del caso. Se ha permitido hacer un breve comentario irónico para aquellos que, como el padre del acusado, son lo bastante sutiles para interpretarlo como un gesto de censura hacia aquella convivencia comunitaria que ha descrito desapasionadamente y sin prejuicios sobre sus costumbres sexuales.
El significado del arma que compartían («incluso») como símbolo de las relaciones intercambiables y compartidas entre los habitantes de la casa distrae a Harald y le hace pensar que tendría que haberlo analizado, habría deseado hacerlo antes, pero ahora no puede, no, no, porque cada frase que pronuncia ese hombre supone un avance selectivo en el discurso del juicio, hay que seguirlo de cerca, leer entre líneas (deducir su intención) al mismo tiempo que no hay que perderse ni una palabra. Harald quiere comunicar a Claudia y a Khulu la actitud que le parece que el juez ha dejado entrever deliberadamente, pero ni siquiera tiene tiempo de avisarlos con una mirada.
– Cuando la reunión se disolvió esa noche y los invitados se marcharon, acompañados por Nkululeko Dladla, David Baker se fue a la cama y el acusado se dirigió a la casita tras un altercado con Natalie, que se quedó en la casa, ayudando voluntariamente a Jespersen a recoger y lavar los platos.
Ha conseguido atrapar al público. Todos los que rodean a los padres y a su hijo sustituto, Khulu, presencian un drama dirigido directamente a ellos. Han visto en carne y hueso a algunos de los personajes; allá arriba, en el estrado de los testigos. Están invitados a compartir el derecho a la familiaridad que se ha arrogado el juez al referirse a uno de los principales personajes del asunto, no como hace con los hombres, por su apellido, sino simplemente como «Natalie», porque sólo es una mujer. Si Claudia escucha atentamente al hombre del estrado, hoy el tono condescendiente es, para ella, sólo una acotación sin importancia; o tal vez para ella esa putilla no merece más respeto.
– Unas dos horas más tarde, el acusado se despertó en la casita y se encontró con que Natalie no había vuelto. Preocupado por su seguridad, ya que ella tenía que cruzar el jardín tan tarde, se dirigió hacia la casa, donde encontró a Natalie y a Jespersen in flagrante delicto, en pleno acto sexual en el sofá del cuarto de estar. Advirtieron su presencia, pero él no se les enfrentó. Volvió a la casita. Natalie no regresó; cogió su propio coche y se marchó.
Con el audaz realismo de su relato, su atención se ha apartado de la audiencia. Tiene los ojos fijos en el texto; que contemplen la salaz escena que acaba de presentar.
– El acusado, arquitecto, no fue a trabajar el viernes 19 de enero. Permaneció en la casita, solo, durante todo el día. En algún momento comprendido entre las 18.30 y las 19.00 (no recuerda haber mirado el reloj, y el jardinero, el único testigo de su ida a la casa, puesto que lo vio regresar, no tiene reloj) el acusado salió de la casita, dio de comer a su perro y cruzó el jardín en dirección a la casa. Allí, con la puerta del jardín abierta, como la noche anterior, estaba Jespersen echado en el sofá tomando una copa. Comentó, restándole importancia, el incidente de la noche anterior, alegando el contexto de hermandad de las costumbres de la casa comunal, y sugirió al acusado que se sirviera también una bebida.
No, no dio de comer al perro de camino a la casa, tal como parece haber dicho, sino que salió de la casita para dar de comer al perro, no para ir a la casa. ¡No es un mero detalle! ¡Podría ser vital! El juez los ha defraudado, se ha apartado de la confianza que se le ha otorgado con cautela. Claudia y Khulu advierten la repentina agitación de Harald, pero ignoran su causa. Claudia se vuelve hacia Khulu, y él compone un gesto formado por planos de inquieta convicción: tal vez Harald se sienta momentáneamente desbordado por la totalidad del lugar donde están, por lo que está sucediendo en ese día. El arma, eso es lo que el juez está sacando ahora. Él, Khulu, ha sostenido esa arma, la ha examinado, una o dos veces, sí.
– El arma doméstica, que se había sacado para enseñarla a uno de los invitados de la noche anterior, quien tenía la intención de comprar una, había quedado sobre una mesa. Con ella, el acusado disparó a Jespersen en la cabeza en el lugar donde yacía. El disparo fue mortal. De regreso a la casita, el acusado dejó caer el arma en el jardín, donde fue observado por Petrus Ntuli, un ayudante de fontanero que trabajaba a tiempo parcial de jardinero en la finca a cambio de vivienda en una edificación anexa. David Baker y Nkululeko Dladla llegaron a casa después y encontraron el cadáver del fallecido. Corrieron a la casita para decírselo al acusado, pero no hubo respuesta a sus llamadas ni a los golpes en la puerta, de manera que dedujeron que no estaba allí. Llamaron a la policía, la cual, mientras registraba el jardín, encontró a Petrus Ntuli, quien les dijo que el acusado estaba en la casita y que él, Ntuli, había visto cómo tiraba algo de camino a ésta procedente de la casa. La policía encontró el arma, efectuó su entrada en la casita, detuvo al acusado y lo llevó a la comisaría para interrogarlo. Fue acusado de asesinato. El arma, prueba número uno, lleva sus huellas dactilares.
Éstos son los hechos, pero qué pasa con el motivo para que saliera de la casita, qué pasa con la intención. ¡El perro! ¡El perro!
– Ninguno de los hechos ha sido discutido por la defensa. Dado lo cual, lo que los asesores y yo tenemos que decidir al dictar sentencia es la validez de la declaración de inimputabilidad criminal temporal no patológica presentada por la defensa «en defensa» del acusado. Cito, de manera excepcional, «en defensa de» aunque resulta evidente que la defensa de todo abogado defensor se hace en favor del acusado, porque en este caso el acusado no ha aprovechado su derecho para defenderse ruidosamente.
»Niega que pasara el viernes dando vueltas a la idea de vengarse del fallecido. Dijo, en su testimonio: "Por qué venganza. No me pertenecen, son libres de hacer lo que quieran", defendiéndose así indirectamente de la premeditación de su crimen, aunque no pone énfasis en la responsabilidad de la pareja en la grave violación de sus sentimientos; describe sus reacciones esa noche como algo generado en su interior, por sí mismo, sin echarles la culpa. Como respuesta a si pensó en hacerles algún reproche vengativo, para no hablar de algún acto contra la pareja, dijo que: "Todo lo que podía recordar del momento en que los había visto así… era una desintegración de todo, asco de mí mismo, de todos…"