Posó la taza en el suelo y se levantó. Hubiera deseado poder seguir enfadado con ella, no haber notado lo finas que eran sus piernas bajo el camisón medio transparente, o cómo la tela moldeaba sus senos.
Juliet asintió. La hamaca era profunda y no era fácil levantarse sin un esfuerzo. Cuando intentó incorporarse, sin pensarlo, Cal le tendió una mano y la ayudó a levantarse.
Sus dedos eran fuertes y cálidos y Juliet sintió el ridículo deseo de apretarlos y no soltarlos. Por primera vez se fijó en que estaba desnudo de la cintura para arriba y en ese mismo momento comprendió lo transparente que era su camisón. Cal estaba de pie muy cerca de ella sin soltarle la mano.
– ¿Bien? -preguntó él.
Ella asintió profundamente agradecida de que la oscuridad ocultara su sonrojo.
– Gracias -murmuró.
Después de una vacilación casi imperceptible, Cal bajó la mano y dio un paso atrás.
– No pienses en ello más por esta noche -dijo casi con aspereza-. Veremos como solucionar algo por la mañana.
Capítulo 4
NO había rastro de Cal a la mañana siguiente. Probablemente estaría evitándola, pensó avergonzada Juliet. ¡Debía pensar que era patética!
Pero si era así, no dio señales de ello cuando entró en la cocina a media mañana. Juliet había estado horneando y tenía la mejilla tiznada de harina. Se sonrojó al verlo y el corazón se le aceleró, dejándola jadeante de una forma ridícula.
– Quería darte las gracias por lo de anoche -dijo con timidez-. Estaba desbordada, pero no pretendía aburrirte con mis problemas en mitad de la noche. Lo siento.
– Me alegro de que me lo contaras. Soy yo el que debería disculparse. No sabía por lo que habías pasado y creo que fui un poco injusto contigo.
Juliet se quitó la harina de las manos.
– No importa. Sólo desearía que los problemas que me contaste ayer desaparecieran con la misma facilidad.
– No van a desaparecer -dijo él con franqueza-. Podemos empezar a solucionar alguno de ellos, sin embargo. He enviado a dos de los hombres a arreglar las tuberías a Okey Bore y los otros están arreglando las vallas, pero creo que nosotros dos deberíamos sentarnos a planificar cómo solucionar los problemas mayores. ¿Dispuesta a hacerlo?
– ¿Ahora mismo?
– Creo que sería lo mejor. Vas a tener que tomar algunas decisiones difíciles y cuanto antes mejor.
– De acuerdo.
Juliet se quitó el mandil y se sentó a la mesa de la cocina mientras Cal extendía algunos papeles delante de ella.
– He hecho una lista de los trabajos más urgentes. Éstos de esta hoja son esenciales, pero no inmediatos y esta tercera es de mejoras para el rancho a largo plazo.
Juliet agarró las hojas y las miró con desmayo. La lista de urgentes era más larga que la de esenciales.
– ¡Nunca conseguiremos hacer todo esto!
– Podemos intentarlo. Depende de cuánto dinero estés dispuesta a invertir en Wilparilla.
Juliet posó la última hoja.
– No tengo nada de dinero -dijo con el ceño fruncido.
– Debes tener algo. No se compran propiedades como ésta sin tener mucho capital por detrás.
– Ya lo sé. Había dinero de sobra cuando vinimos a Australia, pero todo se ha ido.
– ¿Ido? ¿En qué?
Ella se encogió de hombros.
– ¿Quién sabe? Esta casa costó una fortuna, pero era sólo uno más de los caprichos de Hugo. Se despertaba por la mañana con una idea y no le importaba lo que costara. Siempre tenía un plan que iba a cambiarlo todo, pero nunca le duraba lo suficiente la ilusión como para que funcionara.
Sonrió un poco penosamente pensando que era lo mismo que había pasado con su matrimonio.
– Hugo podía ser muy generoso cuando le apetecía. Compraba algo increíblemente caro y lo abandonaba en cuanto se cansaba de ello. Todo le había salido tan fácil. En su vida no tuvo que luchar por nada de lo que deseaba, así que no valoraba lo que tenía. Tendrías que haberlo conocido para entenderlo – prosiguió al ver el gesto de incredulidad en la cara de Cal-. Podía ser cruel e irresponsable, pero nadie podía ser más encantador o mejor compañero cuando le apetecía. Tenía cierto tipo de magnetismo. ¡Y era tal, atractivo! Tenía elegancia también con el punto justo de imprevisibilidad como para hacerlo irresistible. Incluso las mujeres que desaprobaban todo lo que hacía, caían a sus pies.
En otro tiempo, le había dolido mucho pronunciar siquiera su nombre. Ahora podía hablar de él de forma desapasionada, como si fuera el personaje de un libro que hubiera leído.
– Hugo era famoso por no comprometerse nunca a nada. Siempre tenía a tres mujeres bonitas a la cola: una con la que estaba terminando una aventura, otra con la que la estaba empezando y a la vez tenía el ojo puesto en la que sería su tercera aventura.
– ¿Y quién querría estar con una persona así? – dijo Cal antes de pensar.
Pero Juliet esbozó una débil sonrisa. Sabía que Cal nunca podría entender a Hugo. Era como describirle a un marciano.
– Los hombres con reputaciones peligrosas son muy seductores para las mujeres -intentó explicarle aunque sabía que era inútil-. Todos pensábamos en secreto que lo único que Hugo necesitaba era el amor de una mujer adecuada. Y cada mujer que lo conoció, creyó en lo más hondo que ella sería capaz de cambiarlo.
– ¿Y entre todas esas mujeres que querían salvarlo te eligió a ti?
– Ya sé que es difícil de creer. Yo era igual que las demás, me enamoré de él a primera vista. Estaba trabajando en Londres entonces y lo había visto en algunas fiestas, pero principalmente lo conocía por los artículos de las revistas del corazón.
– ¿Cómo lo conociste?
– En un partido de polo. Yo estaba pasando el fin de semana con unos amigos y él resultó ser el amigo de un amigo de ellos. Yo era muy joven entonces. Tenía apenas veintiuno y me enamoré nada más verlo. No me importó su reputación. Realmente creía que había cambiado por mí.
Juliet suspiró medio entristecida por aquella inocencia juvenil.
– Cuando me pidió que me casara con él, creí que eso lo demostraba. Todo el mundo me aconsejó que no lo hiciera. Mi familia y mis amigos me dijeron que estaba cometiendo el mayor error de mi vida, pero no los hice caso. Tuvimos una boda de ensueño y yo estaba tan segura de poderles demostrar que se habían equivocado…
Sacudió la cabeza para sí misma y se levantó inquieta a preparar un café.
– ¿Fue tan grande el error? -Cal se imaginó a Juliet de novia, joven y enamorada y al observar el dolor en su gesto, se preguntó qué tipo de hombre podría haberla hecho aquello-. No se habría casado contigo si no hubiera estado enamorado, ¿no crees?
– Bueno, eso es lo que yo pensé, por supuesto. Tenía a todas las que hubiera querido y me había escogido a mí.
– ¿Y por qué si no iba a casarse?
Juliet se quedó mirando a la cafetera de espaldas.
– Se casó conmigo porque era muy joven y estaba tan patéticamente agradecida de que me hubiera elegido que creyó que no le causaría problemas. No me enteré hasta después de la boda de que sus padres le habían puesto como condición que se casara si quería que le pagaran todas sus deudas. Cuando Hugo se quedaba sin dinero, que era muy a menudo, les pedía a sus padres que lo avalaran, pero había contraído unas deudas tan enormes, que decidieron hacer algo al respecto. Supongo que creyeron que una esposa lo estabilizaría -continuó Juliet-, pero por supuesto, no sirvió absolutamente de nada. En cuanto tuvo otra vez dinero, empezó a derrochar sin tino en aventuras, esquí, yates, coches rápidos y aeroplanos hasta que se aburría de todo.
– ¿Y por qué no le dejaste entonces? -preguntó Cal pensando que si hubiera conocido a Hugo Laing en persona le habría encantado echarlo a patadas de su propiedad.
Juliet llevó las dos tazas a la mesa.