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– No necesitas preocuparte por eso. Yo lo solucionaré.

Ella lo miró asombrada.

– ¿Y por qué ibas a hacerlo?

– Porque de todas formas, ya pensaba pagar a un ama de llaves para mí y para Natalie. Alguien tiene que vigilar que haga sus deberes.

Cal se preguntó cómo había llegado a la situación no sólo de ayudar a Juliet a salvar Wilparilla, sino hasta ayudar a pagar de su propio bolsillo. Al final, sería para su propio beneficio, se aseguró a sí mismo. Si ayudaba Juliet ahora, ella confiaría en él cuando le dijera que la única opción era vender.

– He estado hablando con mi tía -continuó-. Maggie se crió aquí en el campo pero se fue a Melbourne con su marido cuando se casó. Ahora está viuda y quiere volver. Ella sabía que yo también quería volver y me sugirió hace tiempo que podría venir a cuidar a Natalie mientras yo estuviera trabajando.

– Pero no le puedo pedir que aparte de Natalie cuide a dos niños de tres años -protestó Juliet.

– A Maggie no le importa. Siempre dice que sólo le interesa la gente por debajo de los seis años o por encima de los sesenta. Es una mujer que puede asustar, pero por alguna razón, los niños la adoran. Estarán completamente a salvo con Maggie.

– Suena maravilloso.

– Sólo hay una condición -prosiguió Cal-. Maggie dice que está demasiado vieja y es demasiado gruñona como para compartir casa con nadie. Estaría contenta de pasar el día aquí, pero quiere su casa propia para volver por las tardes -vaciló un momento-. Le dije que arreglaríamos la casa del capataz y que se podría quedar en ella.

– ¿Eso significaría que Natalie y tú os quedaríais aquí?

– Sí.

– ¿No te importa?

– No, si no te importa a ti.

La voz de Cal era muy impersonal. Juliet lo miró de soslayo y ya no pudo apartar la vista de él. Sus ojos grises la mantuvieron cautiva mientras se le secaba la garganta.

– No, no me importa.

– Entonces arreglado.

Cal tuvo que obligarse a sí mismo a respirar. Ella tenía unos ojos extraordinarios, tan profundos y azules que uno se podía perder con facilidad en ellos, unos ojos que invitaban a pensar en la suavidad de sus labios y en el aroma de su piel.

Se hizo un silencio que pareció envolverlos mientras permanecían allí de pie mirándose y el aire pareció cargarse de electricidad. Debería haber sido fácil romperlo, moverse o irse, pero de alguna manera, no pudieron.

– ¡Papá! ¡Juliet! ¡Venid a ver esto!

La risa de Natalie desde la terraza rompió la tensión y los dos dieron un respingo.

Muy agradecido por la distracción, Cal siguió a Juliet a la terraza. Al instante supieron de qué se estaba riendo Natalie. Los dos gemelos habían encontrado un par de cubos de plástico y se los habían puesto en la cabeza para desfilar delante de Natalie. Cuando aparecieron los padres en la terraza, en medio de las payasadas tropezaron y cayeron de trasero.

Estaban tan ridículos que Cal y Juliet no pudieron evitar reírse. Al ver que la audiencia había aumentado, los gemelos se sacaron los cubos de la cabeza al unísono y miraron tan encantados por el público que Cal sonrió y miró a Juliet.

La imagen de ella riéndose lo dejó sin aliento. Nunca la había visto sonreír así antes comprendió con intriga. La transformaba iluminando sus ojos profundos de amor, desvaneciendo las sombras y hechizándolo con su calidez y belleza.

Como si sintiera que la estaba mirando, Juliet volvió la cabeza todavía riéndose para encontrarlo con la mirada clavada en ella. Algo en su expresión la dejó sin aliento.

– ¿Qué pasa? -preguntó con inseguridad.

– Nada -Cal cambió la expresión-. Será mejor que me vaya a ver lo que están haciendo los hombres. Diseñaremos un plan de acción esta noche.

– De acuerdo -Juliet observó como se daba la vuelta hacia los escalones-. ¿Cal? -lo llamó por impulso.

Él volvió la cabeza con una ceja enarcada.

– Gracias -dijo ella simplemente.

No era mucho para expresar lo que significaba para ella que se hubiera puesto al mando y saber que a partir de ese momento las cosas cambiarían, pero esperaba que él lo entendiera.

Cal no respondió directamente. En vez de eso, se dio la vuelta hacia ella.

– Tienes harina en la mejilla -dijo con delicadeza para limpiarla con el dedo pulgar antes de darse la vuelta de nuevo.

Juliet se quedó allí de pie y se llevó la mano a donde la había tocado contemplando su imagen hasta que desapareció.

Esa noche acordaron que la primera prioridad era arreglar la casa del capataz para que Maggie pudiera incorporarse.

Juliet intentó mantener un control férreo de sí misma. Se había quedado conmocionada de lo que Cal le había hecho sentir esa mañana, del deseo que la había asaltado al recibir su caricia pero mucho más por los sentimientos que habían aflorado y que ella creía muy enterrados. El alivio fue intenso, pero también la había dejado muy inquieta lo fácil que era compartir sus preocupaciones. El matrimonio con Hugo le había enseñado que en la única persona que podía confiar era en sí misma.

Era sólo que Cal era un hombre en el que era muy fácil apoyarse.

– Si consigues a alguien para las reparaciones, yo limpiaré la casa entera y le daré una mano de pintura -le dijo a Cal con tono profesional-. Al menos eso lo puedo hacer con los niños.

Cal se alegró de que la conversación fuera impersonal. No podía explicarse a sí mismo por qué había actuado como lo había hecho para ayudar a Juliet a salvar Wilparilla. Lo único que sabía era que algo había cambiado la noche anterior y cuando la había mirado a los ojos esa mañana, todo había cambiado de nuevo. Hubiera deseado seguir odiándola, pero no podía y ahora no sabía lo que sentía por ella.

No tenía por qué sentir nada por ella, se dijo a sí mismo. De hecho, sería mejor no sentir nada. Era mucho más fácil hacer lo que estaba haciendo Juliet y aparentar que el aire no se había electrizado entre ellos, que no la había mirado a los ojos como un tonto y que no recordaba lo que había sentido cuando la había besado.

Juliet trabajó mucho en la casa. Por las mañanas, los niños montaban en sus triciclos en el jardín mientras Natalie estudiaba ante la radio. Tuvo que sacar bolsas y bolsas de basura antes de poder empezar a limpiar, pero para Juliet se convirtió en un reto dejar la casa inmaculada. Era la forma de demostrarle a Cal que ella podía trabajar tanto como él.

Cal la encontró allí una tarde, arrodillada en una de las habitaciones. Llevaba una camiseta floja y unos pantalones cortos desteñidos y tenía la cara sonrojada del calor y el esfuerzo. Cuando la llamó desde el recibidor, Juliet se sentó sobre los talones y se limpió la cara con el antebrazo dejando churretones de polvo.

Cal se detuvo en el umbral de la puerta recordando a la Juliet elegante y bien vestida de la primera noche. La Juliet que tenía delante ahora era una mujer diferente, con la cara manchada, el pelo húmedo del sudor y las manos arrugadas del agua.

Desde luego, era una mujer que le gustaba mucho más.

A pesar del esfuerzo, Juliet estaba más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. La expresión sombría había desaparecido de su cara.

Por las tardes, después de acostar a los niños, compartían una cerveza en al terraza y hablaban de los planes para el día siguiente. Y mientras cenaban discutían los planes de acción a largo plazo. El mecánico había llegado y estaba poniendo en funcionamiento la maquinaria. Sam era tan tímido que apenas había murmurado unas palabras al llegar y había desaparecido y Juliet no lo había vuelto a ver, pero Cal parecía pensar que era bastante normal. Cal le explicó lo que estaba haciendo y le enumeró la rutina anual del rancho y Juliet empezó a ordenar cuentas, pero era de lo único que hablaban y cuando la cena acababa, se despedían y se iban por pasillos distintos.

Como por acuerdo tácito, mantenían una conversación estrictamente profesional, aunque una parte de ella se moría por saber algo más de él. Deseaba preguntarle cómo era criarse en un rancho, que le hablara de su mujer y de lo que había sentido por aquellas amas de llaves que según su hija se enamoraban de él. Pero Cal no ofrecía ninguna información y Juliet no quería estropear lo que tenían. ¡Era tal bendición tener con quien hablar por las tardes y saber que ahora sí podía jugar un papel en Wilparilla por fin! Si pensaba demasiado en su cuerpo firme, o en el hoyuelo de su mejilla cuando sonreía, sabía que aquel ambiente impersonal que habían creado, se derrumbaría.