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Y ya era bastante difícil mantener la situación como estaba. Todas las noches Cal le ayudaba a fregar después de la cena y los dos evitaban hablar de aquel beso, pero flotaba entre ellos de forma peligrosa, listo para aflorar cada vez que el brazo de Cal rozaba el de ella.

Cada vez que él extendía el paño, a Juliet se le desbocaba el corazón al recordar cómo se había acercado a ella y le había descruzado los brazos para poder tomarla por la cintura. Y cada vez se preguntaba si haría otra vez lo mismo, pero nunca lo hizo y Juliet le daba las buenas noches y se iba a la cama disgustada consigo misma por la decepción que sentía.

Capítulo 5

ERA mucho más fácil cuando se pasaban el día trabajando, pero a la semana siguiente, Juliet comprendió con culpabilidad que Cal no se había tomado ni un solo día libre.

– Mañana es domingo -le recordó el sábado por la tarde-. Creo que nos vendría bien a todos un día libre.

– Pensaba atrapar a algunos de esos toros salvajes -protestó Cal.

– Los toros pueden esperar. ¡Y esto es una orden! -le pasó el plato de calabaza asada para evitar que protestara más-. Natalie necesita pasar algo de tiempo sola contigo.

– Tienes razón -aceptó él despacio-. Gracias… jefa.

Había estado tan ocupado recientemente que apenas se había dado cuenta de que no había dedicado mucho tiempo a su hija. Y hasta algunos días, sólo le daba tiempo a darle el beso de buenas noches.

Y no era que a Natalie pareciera importarle y hasta parecía haber florecido desde que había vuelto a Wilparilla. Y aunque Cal se repetía que era la vida al aire libre lo que la estaba haciendo más feliz, en lo más hondo sabía que mucha de la felicidad de su hija tenía que ver con Juliet y los gemelos.

Natalie se puso loca de contenta cuando a la mañana siguiente Cal le preguntó que si quería montar a caballo.

– Hay un ponie en el corral que parece perfecto para ti -le dijo cuando su hija le echó los brazos al cuello.

Mientras Natalie salió corriendo a ponerse los vaqueros más viejos, Cal miró a Juliet a través de la mesa.

– Espero que tú también te tomes el día libre -dijo con un poco de timidez.

No tenía nada que ver con él lo que ella hiciera con su tiempo, pero disfrutaría más sabiendo que ella estaba descansando.

– Voy a sentarme en el porche con un libro a ver si Kit y Andrew me dejan leer un poco.

La idea de pasar un día sola con sus hijos debería haberla seducido, pero de alguna manera, Juliet no pudo dejar de sentirse abandonada cuando vio a Cal alejarse hacia el corral con aquellas zancadas fuertes y gráciles suyas mientras su hija saltaba feliz a su lado. Los dos llevaban el sombrero ladeado de la misma manera y a pesar de la diferencia de alturas, parecían idénticos.

Mientras Juliet miraba, Natalie le dio a su padre la mano con confianza y se dio la vuelta para sonreírle. Juliet había estado preocupada de que Cal no pasara suficiente tiempo con su hija, pero el lazo entre ellos era evidentemente tan amoroso, que sintió que unas lágrimas absurdas le asomaron a los ojos.

La casa pareció muy vacía cuando se fueron. Kit, que había querido ir con Cal y Natalie estaba enfadado y Andrew enseguida se puso del mismo humor. Juliet suspiró y estaba abandonando la idea de abrir el libro cuando Andrew gritó deleitado.

– ¡Caballos!

Montando en dirección a ellos, aparecieron Natalie y Cal con una yegua de aspecto sólido atada a la silla. Se detuvieron al pie de los escalones.

– Natalie me ha dicho que los niños nunca han visto un caballo.

Juliet se levantó con los gemelos de la mano. Sentía el pecho atenazado, pero sonrió feliz al pensar que no se habían olvidado de ellos después de todo.

– No, nunca he podido sujetarlos a los dos al mismo tiempo.

Cal deseó que no le hubiera sonreído de aquella manera. No era bueno para su respiración.

– Si crees que puedes sujetar a uno delante de ti, yo llevaré al otro y podrán montar por primera vez. ¿Os apetece, chicos?

– ¡Sí! ¡Sí! ¡A montar! -gritaron mientras Cal desmontaba con facilidad y Juliet les soltaba las manos para dejarlos saltar locos de excitación. Si Kit y Andrew pudieran tener un padre como Cal…

– Voy a buscar sus sombreros -murmuró antes de entrar para que Cal no notara las lágrimas en sus ojos.

– ¿Has montado tú alguna vez? -le preguntó Cal en cuanto volvió.

– Una o dos veces -contestó Juliet que en otro tiempo se había planteado en serio hacerse jinete profesional de saltos.

Cal tomó las riendas de la yegua y la hizo avanzar.

– Nos lo tomaremos con calma. Esta yegua es una vieja perezosa, o sea que no hará nada alarmante.

– Bien -dio Juliet pensando que era más sensato montar a los niños en una yegua tranquila.

Se reservaría el placer de enseñarle a Cal lo bien que montaba para otra ocasión.

Sujetando la rienda de la yegua con una mano, Cal se adelantó para ayudarle con la pierna, pero para su sorpresa, ya había montado.

– De acuerdo. ¿Quién va a ir con mamá?

Sin esperar la respuesta, agarró y levantó a Andrew que empezó a gritar de alegría por estar tan alto.

– ¡Yo! ¡Yo! -gritó Kit.

– ¡Ven tú conmigo! -dijo Cal sentándole en la silla para montar él con facilidad.

Completamente tranquila en su ponie, Natalie circulaba alrededor de ellos mientras trotaban despacio hacia el arroyo. Sobre ellos, los pájaros trinaban y volaban entre las ramas y los caballos resoplaban y sacudían la cabeza para librarse de las moscas. Kit y Andrew estaban locos de contento. Juliet podía sentir el cuerpo de Andrew rígido de excitación y cuando miró a Kit, éste tenía los ojos como platos y una amplia sonrisa de felicidad.

– ¿Parece Andrew tan feliz como Kit? -le preguntó a Cal, que sonrió y asintió.

– Como un cerdo en un patatal.

Juliet lanzó una carcajada y sus miradas se prendieron un momento más de lo necesario. Cal apartó la mirada hacia el horizonte y recordó todas las razones por las que no debería pensar nunca en besarla de nuevo. Juliet se concentró en mirar a los pájaros mientras la sonrisa de Cal todavía danzaba ante sus ojos.

Qué suerte tenía Kit, pensó sin poder remediarlo. Se detuvieron al lado de una poza bajo la sombra de un árbol del caucho. Los caballos esperaron con paciencia agitando las colas mientras los niños se quitaban los pantalones para chapotear felices. Juliet y Cal se sentaron en una roca mirando a los niños para no tener que mirarse ellos.

El agua era cristalina y en la orilla opuesta del arroyo, los árboles se reflejaban en el agua bajo el cielo inmaculado.

– Es precioso, -suspiró Juliet.

– ¿No habías estado aquí antes?

– No -sacudió la cabeza apenada-. Tú sólo llevas un par de semanas aquí y ya conoces Wilparilla mucho mejor que yo.

Cal no contestó en el acto. Saber que la estaba engañando le hacía sentirse cada vez más incómodo, pero todavía no estaba preparado para abandonar su sueño de recuperar Wilparilla.

– Quería darte las gracias por lo que has hecho por Natalie -dijo cambiando de tema.

Juliet lo miró con sorpresa.

– No he hecho nada por Natalie. En todo caso es lo contrario. Es una niña feliz, encantadora y me ayuda mucho.

– Ahora lo es -dijo Cal mirando a su hija que gritaba en el agua-. No hace mucho, tenía una batalla cada mañana con ella para conseguir que fuera a la escuela. No hablaba con nadie ni quería hacer nada.