– ¿Y no te importa saber que ahora lo tiene otra persona?
– Sí. A veces -Cal miró a Juliet casi con asombro. ¿Cuándo había pasado su obsesión por recuperar Wilparilla en algo que ya no era tan esencial?-. Pero no siempre.
– Hubiera creído que no podrías ser capataz después de haber tenido tu propio rancho -dijo ella despacio-, ¿por qué no te volviste a comprar otra tierra?
Aquél era un terreno peligroso y Cal se encogió de hombros.
– Los ranchos de ganado no salen al mercado tan a menudo.
– ¿Pero estás buscando?
– Por el sitio adecuado. -Y… si lo encuentras, ¿te irás?
Juliet se sintió desolada al pensar en lo vacío que podía quedar Wilparilla sin Cal allí. No debía apoyarse en él tanto.
– Sí -dijo Cal aunque pensaba que no sería él el que se iría. Sería Juliet. La idea le inquietó ahora-. De todas maneras, no hay perspectivas inmediatas. Sé lo que quiero y no creo que esté a la venta todavía. No me iré sin cumplir mi período de prueba de todas formas.
Juliet se había olvidado ya del período de prueba. Le parecía que había pasado mucho tiempo desde que ella había insistido tanto en que Cal la tomara como a su jefa. Ya había llegado a considerarlo como un socio y sus palabras fueron como una jarra de agua fría que le recordaron la realidad. Cal era su empleado, no su socio. Él no lo había olvidado y lo mismo debía hacer ella.
– Me alegro de oírlo aunque espero que encuentres lo que buscas. Aunque entiendo que no será fácil. En cuanto Hugo murió, empezaron a acosarme los buitres haciendo ofertas para comprar Wilparilla -se sonrojó de disgusto al recordarlo-. Se mató en un accidente de coche en Sydney y apenas acababa de llegar de allí cuando me llamó mi abogado para hacerme la primera oferta y he tenido varias desde entonces.
Cal parpadeó para sus adentros.
– ¿Y nunca te sentiste tentada de aceptar ninguna?
– ¡Nunca! Sé lo que pensaban. Creían que era una patética mujer sola que nunca sobreviviría aquí por mi cuenta. Esperaban que aceptara el dinero y saliera corriendo y sin duda pensaban que sólo esperaba una oferta mejor.
Eso era lo que él había pensado. Cal recordó su rabia cada vez que su abogado lo había llamado para decirle que su oferta había sido rechazada sin condiciones.
– ¡No iba a dejar que me acosaran en mi propia tierra!
– Está claro que quien quiera que te hiciera esas ofertas no te conocía. Si no, no se habría molestado.
– Sí, bueno… Si alguien te pregunta que si estoy interesada en vender Wilparilla, ya le puedes decir que no tengo intención de irme a ninguna parte.
– Lo haré -dijo Cal.
Por suerte Juliet había desviado la mirada ante el grito de uno de los niños y no vio su expresión de ironía.
– ¡Papá! ¡Mira esta piedra!
Natalie llegó corriendo para enseñarle lo que había encontrado en el arroyo. Kit y Andrew, ansiosos por compartir la gloria, rodearon también a Cal.
Juliet observó la forma en que Andrew se apoyaba en él confiado y Kit danzaba como un loco para llamarle la atención. Después alzó la mirada hacia la cara de Cal. Estaba admirando su descubrimiento y cuando lo vio sonreír se sintió sacudida por una punzada de deseo tan desnudo que se sobresaltó.
Quería que se fueran los niños para poder deslizar la mano por su muslo con la misma naturalidad que Andrew. Deseaba apoyarse contra él y besarle el cuello. Quería que se diera la vuelta y le sonriera, saber que le devolvería el beso y que más tarde, cuando los niños estuvieran en la cama, la desnudara, la tendiera en el suelo bajo la luz de la luna y le hiciera el amor hasta que llorara de felicidad.
Se levantó antes de que su imaginación volara más.
– Creo que será mejor que volvamos ya -dijo con voz quebrada.
Juliet permaneció en silencio todo el camino de vuelta. Su alegría anterior se había evaporado dejándola insegura acerca de sus sentimientos. No quería volver a sufrir el daño que le había hecho Hugo. Había sobrevivido enterrando una parte de sí misma y tenía miedo de que si dejaba a alguien intimar demasiado, romperían el sello que la mantenía fuerte.
Cuando Juliet pensaba en su mano en la de Cal sabía lo fácil que era bajar sus defensas y se encogía ante la idea.
Cal sintió el distanciamiento de Juliet y se dijo a sí mismo que se alegraba. Se arrepentía de haberle contado tanto como había hecho. Ella había dejado bien claro que no pensaba vender Wilparilla y ¿qué sentido tenía quedarse allí si no tenía la oportunidad de recuperar el rancho?
Si tuviera sentido común, abandonaría la idea de quedarse allí como capataz. Cuanto más se quedara, más duro sería recordar que recuperar Wilparilla significaría que Juliet se fuera de allí. En su momento le había parecido una buena idea, pero cada vez que miraba la cara feliz de Natalie hablando con los gemelos, más tenía la sensación de que le rompería el corazón si la hacía abandonar de nuevo el rancho.
Capítulo 6
ERA muy fácil decidir mantener la relación impersonal y fría, pero muy difícil ponerlo en práctica, comprendió Juliet esa tarde. Estaban todos en la cocina cenando y los gemelos, haciendo muecas para hacer reír a Natalie.
– Ya es suficiente -dijo Juliet con firmeza-. Dejad de hacer el tonto y comed o no habrá regalos de cumpleaños.
Natalie se puso alerta al instante.
– ¿Cuándo es?
– Dentro de tres semanas.
– ¿Habrá fiesta con tarta y velas?
– Si son buenos, sí.
Pero Cal y Natalie seguían riéndoles las gracias y al final ella también tuvo que reírse.
Parecían una familia, comprendió con una repentina punzada de añoranza. Una familia feliz. Aunque por supuesto, no lo eran. Si fueran una familia, ella sería la mujer de Cal en vez de su jefa y no tendría que recordar mantener las distancias. No era justo que Cal se riera así. ¿Cómo iba a considerarlo como un empleado teniéndolo allí sentado relajado como si estuviera en su casa divirtiéndose con los niños con aquella sonrisa tan devastadora?
Juliet esperaba que las cosas fueran más fáciles en cuanto los niños se fueran a la cama, pero no lo fue. Fue peor porque ya no estaba Natalie para distraerlos con su charla. Por primera vez desde que había ido a vivir a Wilparilla, deseó haber tenido una televisión o lo que fuera para romper el silencio.
Le había parecido descortés no reunirse con él en la terraza después de haberse duchado, pero ahora deseó no haberlo hecho. Cal estaba sentado en una de las sillas de caña con las manos apoyadas en las rodillas y una botella de cerveza entre ellas.
Juliet no podía apartar los ojos de aquellos dedos morenos, largos y competentes. Los había sentido tan fuertes entre los de ella al lado del arroyo. Los recordaba sobre su brazo deslizándose hacia su cuello para besarla y no pudo dejar de pensar cómo sería si la besara otra vez.
Ante la idea sintió un escalofrío involuntario y dio un sorbo a su copa de vino mientras el silencio entre ellos se prolongaba y tensaba.
Cal era también muy consciente del silencio. Había sido muy consciente de todo desde que Juliet se había sentado allí con el pelo mojado y del olor del champú que usaba. Llevaba algo parecido a una falda ligera y una camiseta. No se había fijado en el color, pero sí en la forma en que se había deslizado por sus piernas cuando se había sentado.
Para no mirarla había estado intentando concentrarse en su cerveza. Su presencia era inquietante y seductora y Cal no sabía por qué le alteraba tanto. Lo único que sabía era que algo en la forma en que estaba sentada le hacía pensar en la tela sedosa contra su piel desnuda.
Y sabía que si pensaba mucho más en ello, haría algo de lo que se arrepentiría como levantarla y atraerla a sus brazos, o como deslizar la mano con insistencia sobre la seda, bajo la seda, apartándola hasta sentir su piel donde la seda la había acariciado.