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Cal apuró su cerveza y se levantó de forma brusca.

– Me voy a dar un paseo -dijo con voz tan cortante que Juliet lo miró sorprendida.

Pero antes de poder preguntarle qué pasaba, ya se había ido dejándola sola para decirse que se alegraba y que intentaría olvidarse de una vez de cómo la había besado.

Maggie llegó al final de esa semana. Era una mujer alta y fuerte de unos sesenta años y con una actitud tan firme que al principio intimidó a Juliet. Cal la recogió en el aeropuerto y la llevó directamente a la casa en la que Juliet había trabajado tanto pintando y limpiando.

– Espero que te guste -dijo un poco nerviosa mientras Maggie inspeccionaba las habitaciones con cara de águila.

– Está bien.

¿Bien? ¿Eso era todo lo que podía decir después de un trabajo tan duro? La indignación le hizo mirar a Cal.

– Eso quiere decir que realmente le gusta -susurró él mientras su tía inspeccionaba la cocina.

Estaba claro que la efusividad no era el estilo de Maggie, pero Juliet le perdonó todo en cuanto la vio con los gemelos. Había esperado que los intimidara tanto como a ella, pero la adoraron desde el principio.

– Ya lo sé -dijo Cal interpretando la expresión de su cara sin tener que decir nada. Sonrió y sin pensarlo, Juliet le devolvió la sonrisa-. Yo tampoco lo entiendo. Es un tipo de magia que tiene con los niños.

Entonces se dieron cuenta de que estaban sonriéndose allí de pie y borraron el gesto los dos al mismo tiempo. Cal fue a reunirse con su tía y Juliet se puso a preparar un té.

Estaba dividida entre el alivio de tener a alguien a quien dejar a los gemelos y el nerviosismo al comprender que ahora pasaría mucho más tiempo con Cal.

Aunque era ridículo. Era para lo que le había contratado, ¿no? Pero lo que le preocupaba era aquella extraña sensación que cosquilleaba de forma alarmante en su piel cada vez que sus ojos se clavaban en su boca, sus manos o las arrugas que le rodeaban los ojos.

Cal estaba encontrando la perspectiva de pasar todo su tiempo con Juliet igualmente inquietante. Se había sentido horrorizado de lo mucho que la había deseado aquella tarde en el porche y había tenido que caminar durante horas antes de poder confiar en sí mismo lo suficiente como para volver. No sabía lo que habría hecho sí Juliet no se hubiera ido a la cama y hubiera seguido allí sentada envuelta en aquella maldita seda.

Había querido pensar que era el vestido lo que le había incitado, pero cuando la vio con vaqueros y camisa a la mañana siguiente, comprendió que era más que eso. Había tenido que alejarse lo más posible donde no pudiera fijarse en la forma en que aleteaban sus pestañas cuando sonreía a alguno de los niños o en la fragancia que flotaba en el aire mucho tiempo después de que se hubiera ido.

Por las tardes, cenaban en silencio y al acabar, él ponía la excusa del papeleo y desaparecía en la oficina. Sería más fácil cuando estuviera Maggie, se había dicho a sí mismo. Su tía podía no ser una mujer muy habladora, pero al menos estaría allí y evitaría que se pusiera por completo en ridículo delante de Juliet.

Pero ahora que estaba allí, comprendía que aunque las noches podrían ser más fáciles, pasar el día sería mucho más duro.

Pero ninguna de esas dudas asomaban a su cara esa mañana. Para Juliet parecía intimidante e inaccesible mientras la llevaba en coche hacia la pista de aterrizaje.

– Si quieres aprender a dirigir Wilparilla, será mejor que sepas exactamente lo que tienes -dijo con brusquedad para ocultar el desconcertante vuelco que le dio el corazón cuando se reunió con él.

Cal la llevó al aeroplano de un motor que había sido de Hugo. Juliet había montado con Hugo un par de veces para ir a la ciudad más próxima, pero nunca se había sentido a salvo con él mientras que con Cal se sintió a salvo al instante. Le enseñó Wilparilla como nunca la había visto antes mientras volaban sobre los vastos pastos llenos de cactus y termiteros, a lo largo de los arroyos bordeados de árboles y los inaccesibles precipicios.

Juliet era intensamente consciente de la presencia de Cal tan cerca de ella, de sus manos en el mando, de su brazo cuando le señalaba algo. Todo era tan gigantesco y salvaje, tan increíblemente bello que exclamó deleitada cuando el aeroplano se elevó hacia la luz una vez más.

– Parece como si ya te hubieras enamorado de Wilparilla -comentó por impulso-. ¿Cómo conoces la zona tan bien?

No había sospecha en su voz, pero la inocente pregunta de Juliet le cortó en seco.

– Ya te dije que me crié por aquí cerca y he volado sobre Wilparilla muchas veces.

Era una mentira a medias, pero no le quedaba otro remedio. Estaba furioso consigo mismo por haberse olvidado de todo ante la excitación y el placer de Juliet de haber visto Wilparilla por primera vez. Él sólo estaba allí porque quería arrebatarle el rancho a aquella mujer sentada a su lado con la piel resplandeciente y los azules ojos brillantes. Debería recordarlo, no enseñarle la tierra como él la conocía ni esperar que entendiera lo que significaba para él.

Y debería recordar que la había mentido y que seguiría mintiendo hasta que se fuera.

– Será mejor que volvamos -dijo casi con sequedad.

Juliet no quería volver. Quería seguir volando con él, subir alto, donde todas sus dudas y preocupaciones se evaporaran en una cosquilleante sensación de felicidad, pero cuando miró a Cal para decirle cómo se sentía, vio su cara sombría y las palabras quedaron ahogadas en sus labios.

Asombrada y dolida por su distanciamiento, Juliet quedó en silencio. Cal siguió señalándole arroyos y pastos al volar sobre ellos, pero la calidez había desaparecido de su voz y con ella, todo el placer del vuelo.

Cal tenía que recordarse todos los motivos por los que debía convencer a Juliet de que se fuera. De acuerdo, ella lo había pasado mal y sí, era una madre amorosa y muy buena con Natalie. También era cierto que había trabajado duro en la casa de Maggie y quizá no fuera tan egoísta como había creído al principio, pero… seguía sin pertenecer a Wilparilla.

Cal se aferró a aquella idea mientras aterrizaba en la pequeña pista llena de baches. Juliet estaría mucho mejor en Londres. No era como si la quisiera estafar. Le había hecho una oferta por mucho más dinero de lo que valía el rancho y si la aceptaba, podría vivir con comodidad y olvidarse de aquella tierra que no perdonaba. Le haría un favor si la convencía de que se fuera.

Cal decidió que le enseñaría la parte más dura de un rancho de ganado. Una semana trabajando con los hombres sería suficiente para que abandonara la perversa idea de quedarse con Wilparilla.

Pero una semana más tarde, tuvo que reconocer que Juliet no había mostrado señales de ceder. Había ayudado a marcar y descornar, había sido introducida a atrapar toros por un rudo vaquero llamado Bill, había aprendido a conducir un tractor y dar marcha atrás con el remolque y se había esforzado por intentar arreglar una valla. Cal la había dejado tambalearse bajo el peso del alambre y arañarse los dedos con las púas hasta que las manos le sangraron, pero Juliet no se había quejado ni una sola vez.

Había aparecido una mirada tormentosa a veces en sus ojos, pero sabía que Cal la estaba probando y justo cuando él estaba seguro de que abandonaría, ella apretaba los labios y seguía adelante. Cal no sabía si admirar su espíritu o frustrarse por su tozudez. Lo único que sabía era que demasiado a menudo, ella estaba demasiado cerca de él como para distraerlo con el aroma de su jabón, el pulso palpitándole en la base del cuello y que Wilparilla cada vez le parecía más lejos de su alcance.

Aquel domingo, Cal se llevó a Natalie a montar, pero Juliet y los niños se quedaron en casa.

– Quiero estar a solas con mi hija -había dicho cuando Natalie había querido que fueran todos.

Mientras avanzaba con su hija al lado, pensó en lo mucho que había cambiado ésta desde su llegada a Wilparilla. En Brisbane había sido silenciosa y educada, pero tan reservada con las amas de llaves que a veces le había preocupado que haber pasado tanto tiempo con él y con los hombres le hubiera convertido en un chicote.