Sara había tenido miedo a los caballos, recordó Cal sintiéndose desleal. No quería recordar lo que a Sara le disgustaba el campo. Prefería recordar lo guapa que había sido, lo abierta, amistosa, sencilla y lo que la había amado. Era una equivocación comprender que ella, nacida australiana, nunca había parecido pertenecer tanto allí como Juliet.
La observó sobre la silla, perfectamente en control, completamente relajada, dejando que su cuerpo se balanceara al ritmo del caballo. ¿Cómo habría podido llegar a pensar que no podría adaptarse a Wilparilla?
La recogida de ganado fue larga, caliente y polvorienta como él había vaticinado, pero cada vez que miró a Juliet durante los dos días siguientes, sus ojos estaban resplandecientes.
La vio emerger de nubes de polvo y cuando se quitaba el sombrero, tenía el pelo pegado a la cabeza. Montaba como una amazona y hacía todo lo que le decían. Cuando él estaba discutiendo los planes con los hombres, ella se mantenía en segundo plano, pero al cabo de los tres días, ya conocía a todos hombres por su nombre. Juliet le contó más tarde que era la primera vez que se los presentaban. Por la noche, cuando se sentaban alrededor del fuego, escuchaba en silencio las historias y se tumbaba en su manta sin quejarse de la dureza del suelo.
Cal estaba intensamente agradecido de la presencia de los otros hombres. Algo había ocurrido desde que Juliet y él se habían mirado. Él lo había sentido flotando en el aire, atrayéndolo hacia sus profundos ojos azules. No sabía lo que era, pero la sensación le inquietaba, como si estuviera perdiendo el control de sí mismo y de ella.
Así que empezó a tener cuidado de no sentarse a su lado por las noches, pero por mucho que lo intentara, su mirada se desviaba hacia donde estaba ella. Y cada vez que lo hacía, coincidía que Juliet lo estaba mirando también.
Al final, fue un alivio encerrar al ganado en el corral entre nubes de polvo. Juliet desmontó su caballo y al llevarlo hacia el establo, se encontró frente a Cal. Los dos se miraron y algo urgente e intenso saltó en el aire entre ellos que le hizo a él dar un paso adelante.
– Juliet -dijo con un tono extraño.
Pero antes de poder seguir, alguien llamó a sus espaldas y los dos dieron un respingo.
– ¡Eh, jefe! ¿Podemos irnos ya?
Juliet esperó a que Cal contestara, pero él había visto al vaquero sonreír a Juliet.
– Te llama a ti.
Asombrada, Juliet miró al hombre que esperaba expectante. Debería sentirse honrada, pero no podía haber buscado peor momento.
– Por supuesto que pueden. Gracias.
El hombre alzó una mano con un movimiento lacónico y se fue.
– ¿Qué estabas diciendo?
Pero la forma en que el vaquero la había llamado jefe le devolvió a Cal a la realidad. Él era el capataz de Juliet y aquélla no era ya su propiedad.
– Nada -dijo con expresión pétrea-. Nada de nada.
Capítulo 7
CAL hizo un gesto hacia la casa.
– Vete tú por delante. Yo tengo cosas que hacer aquí.
Sin decir palabra, ella se dio la vuelta y se alejó hacia la vivienda. Cal maldijo para sus adentros. Había estado a punto de decirle lo mucho que la deseaba y ¿en qué desastre se hubiera metido entonces?
– ¡Mami! ¡Mami!
Kit y Andrew salieron corriendo a recibir a Juliet y ella se agachó a abrazarlos. Sus hijos eran lo único que importaba, pensó mientras los besaba.
Natalie se puso casi tan contenta de verla como los gemelos. Se arrojó a sus brazos y Juliet la abrazó conmovida por el calor del recibimiento.
– ¿Ha vuelto papá?
– Está en el establo. ¿Por qué no vas a buscarlo?
Estaban todos tomando en té con Maggie en la cocina cuando apareció Cal con Natalie brincando a su alrededor. Él parecía cansado y su sonrisa fue constreñida cuando se agachó escuchar a su hija. Saludó después a Maggie, pero a ella ni la miró.
– ¡Cal!
Los niños saltaron de las sillas y cruzaron la habitación para engancharse a sus piernas.
Juliet lo observó reírse ante la exuberante bienvenida antes de levantarlos a cada uno bajo un brazo mientras ellos gritaban deleitados y sintió una oleada de deseo que borró todo lo demás menos las ganas de tocarla, sentir sus brazos alrededor de su cuerpo y su boca contra la de ella.
La silla arañó el suelo cuando Juliet se levantó de forma brusca.
– Me voy a dar una ducha -dijo para salir prácticamente corriendo de la habitación.
Cerró los ojos bajo el chorro de la ducha agradecida del frescor del agua. Sabía que Cal la deseaba y era demasiado tarde como para negar que ella también lo deseaba. Pero eso no significaba que tuviera que ceder a la tentación. Cal era simplemente el primer hombre que había pasado por allí y no iba a acostarse con él sólo porque estuviera a mano.
Además era un hombre que se iría en cuanto tuviera una tierra propia, un hombre que la dejaría como Hugo la había dejado.
El recuerdo de Hugo afianzó su resolución. No pensaba depender física ni emocionalmente de un hombre de nuevo. Cal era su capataz y eso era lo único que sería.
Cal facilitó las cosas evitándola lo más posible durante los dos días siguientes. Juliet solía excusarse con los preparativos del cumpleaños de los gemelos, aunque apenas tenía nada que hacer salvo una tarta y envolver los regalos, pero cualquier cosa era mejor que estar con Cal aparentando que no se habían mirado y habían visto el deseo en los ojos del otro.
Natalie estaba más excitada por el cumpleaños que los niños, que apenas se acordaban y dibujó una elaborada tarjeta y ayudó encantada a envolver los paquetes.
– ¿Papá? ¿Podemos llevar a los chicos a nadar a la charca por su cumpleaños? -preguntó sin previa advertencia cuando entró Cal el sábado por la tarde en la cocina.
Cal vaciló un instante.
– No veo por qué no -dijo después de mirar hacia Juliet.
Ella se había dado la vuelta cuando él había entrado. Su mera presencia le producía cosquilleos en la columna dorsal.
– A Kit ya Andrew les encantará ir a nadar, ¿verdad, Juliet?
Juliet se dio la vuelta a regañadientes.
– No lo sé -empezó pensando que lo último que deseaba él era llevarla a ninguna parte.
– Es bastante segura, ¿verdad, papá?
Él asintió.
– Sí, es un buen sitio para los niños.
– A los gemelos les encantará -insistió Natalie.
Juliet no tuvo valor de descorazonarla.
– Estoy segura de que sí. Parece una idea estupenda, pero no hace falta que tu padre venga en su día libre.
– Pero papá es el único que conoce el camino -exclamó con desmayo la niña-. Tú quieres venir también, ¿verdad, papá?
Por un breve instante, Cal se encontró con los ojos de Juliet y entre ellos pasó el mensaje mudo de que lo harían por los niños.
– Por supuesto. ¡Intenta mantenerme fuera!
Juliet esbozó una sonrisa.
– ¿Hacemos una merienda? ¿Está lejos?
– Demasiado lejos para que los gemelos vayan a caballo. Iremos en el todo terreno.
Natalie estaba encantada con la idea y su alegría era tan contagiosa que a la mañana siguiente a Cal y a Juliet les resultó imposible mantener las distancias.
Era el cumpleaños de sus hijos, se dijo Juliet y ese día podía permitirse ser feliz. Al día siguiente empezaría a tener cuidado. Mientras tanto, los niños estaban muy excitados con tanta atención, Natalie riéndoles las gracias y cuando miró a Cal por el rabillo del ojo, éste estaba sonriendo con indulgencia del ruido que había en el asiento trasero. Él también había parecido decidir bajar la guardia por ese día.
Más adelante, cuando Juliet recordaba aquel día al lado de la charca, le pareció imbuido de magia desde el comienzo. Su madre les había mandado a los niños unos flotadores de alas para los brazos y se morían de ganas de probarlos. Juliet se había puesto un traje de baño de una pieza bajo los vaqueros. Era de color amarillo brillante y no demasiado revelador, pero con Cal delante se sintió completamente desnuda. Evitando su mirada, agarró a los gemelos de la mano y corrió con ellos hasta la orilla.