Cal, que estaba hinchando uno de los flotadores, contempló como el traje se ajustaba a sus esbeltas curvas y el plástico se desinfló entre sus manos cuando se olvidó de respirar.
– ¡Papá! ¡Vamos! -gritó Natalie con impaciencia.
Él no llevaba bañador, así que simplemente se quitó la camiseta y se metió en pantalones cortos a la charca. El agua estaba muy fría y con Juliet así, casi era mejor.
Les dieron a los niños las primeras lecciones de natación sujetándolos por la barriguita mientras Natalie chapoteaba a su alrededor. Juliet intentaba concentrarse en Kit, pero no podía dejar de mirar a Cal por el rabillo del ojo. Parecía recortado contra las rocas rojas del fondo y todo en él resplandecía con fantasmal claridad, la anchura de sus hombros, la textura de su piel, las gotas de agua como diamantes sobre el vello oscuro de su torso.
A Cal le estaba costando lo mismo concentrarse en Andrew. Intentaba no mirar a Juliet, pero se fijaba en cada vez que sonreía, cada vez que se escurría el pelo mojado, cada vez que se apartaba de los chapoteos de Kit.
El sol se filtraba entre los árboles, pero era demasiado fiero como para quedarse dentro del agua demasiado tiempo y Juliet puso la merienda a la sombra de los farallones rocosos que tenían detrás. Cal se estiró en la manta con una cerveza y los niños merendaron sin parar de saltar.
Después volvieron a chapotear a la orilla mientras Juliet y Cal los miraban desde la manta. Era más fácil que mirarse el uno al otro. El silencio entre ellos pareció extenderse cargado de un turbador deseo.
Cal pensaba en lo cerca que estaba ella. Si estiraba el brazo podría tocarle la rodilla. Su mano podría curvarse por su pantorrilla y deslizarse hacia el muslo…
Juliet pensaba en Cal, en la fuerte longitud de su cuerpo, tan tentadoramente cerca. Pensaba en lo que sería inclinarse sobre él y dejar que sus dedos se deslizaran por su vientre plano. Entonces decidió que sería mejor no pensar en absoluto y fue a reunirse con los niños dejando que el agua refrescara sus fantasías.
Mirando desde las rocas, Cal la vio emerger y hasta desde la distancia vio las gotas en sus pestañas brillando como diamantes bajo el sol y pensó que era hora de darle a los gemelos otra lección de natación. Lo que fuera con tal de distraerse.
Al verlo animar a Kit, Juliet se acercó a Andrew y al retroceder con el niño sujeto por las manos, tropezó contra Cal.
Sus cuerpos apenas se rozaron y los dos dieron un respingo como si les hubiera dado una descarga eléctrica.
– Lo siento.
– Perdona.
Empezaron a disculparse al mismo tiempo. A Juliet le cosquilleaba la espalda donde Cal la había tocado y lo único que supo fue que el disimulo no había servido para nada. Era inútil negar la atracción que había entre ellos y cuando miró a Cal vio sus ojos cargados de deseo mientras el aire vibraba entre ellos.
Fue Juliet la que apartó la vista la primera.
– Creo que ya es hora de que volvamos.
Por fuera todo siguió igual. Natalie y los gemelos no pararon de reírse en el asiento de atrás y cuando llegaron, Maggie se acercó a la casa a tomar la tarta de cumpleaños. Juliet se alegró de haber invitado también a los hombres. Estuvieron un poco tímidos al principio, pero con otra gente alrededor podía evitar mirar a Cal y la terrible tentación de tocarlo de nuevo.
Se concentró en servir el té y ayudar a los niños a soplar las velas, cosa que consiguieron con gran esfuerzo. Cuando por fin Andrew y Kit estuvieron en la cama le resultó difícil distraerse. El recuerdo de Cal le acosaba. La espalda le seguía cosquilleando donde la había rozado y lo deseaba igual que sabía que él la deseaba a ella. La única cuestión era qué hacer al respecto.
Se quedó con los niños en la habitación hasta que quedaron dormidos y cuando por fin hizo acopio de valor para enfrentarse a su presencia, comprobó que no había hecho falta. Cal había invitado a Maggie a cenar. Normalmente su tía pasaba los domingos en su casa, pero como había estado recogiendo los restos de la merienda, Cal le había dicho que cocinaría él para ella para variar.
Juliet no estaba segura de si sentía alivio o decepción de que hubiera buscado una carabina. Por la seca mirada que Maggie les dirigía a los dos, Juliet pensó que la tía de Cal sabía perfectamente por qué él estaba tan ansioso de que se quedara, pero siendo como era Maggie, no dijo nada.
Al menos ella tampoco tendría que hablar, se consoló Juliet mientras jugueteaba con la tortilla. Cal no podía haber dejado más claro que no quería que las cosas fueran más lejos.
– ¿Estaba mala? -preguntó él al ver los restos en el plato.
– No, es que no tenía mucho hambre.
Cal apartó su plato a un lado.
– Yo tampoco.
Maggie los miró a los dos y sacudió la cabeza. En cuanto se fue, Cal desapareció en la oficina con una disculpa y Juliet se quedó fregando y pensando que era lo mejor. Acostarse con Cal sería un error terrible. Todo se complicaría y se pondría incómodo y acabarían arrepintiéndose los dos.
Se sentó en la terraza un rato, pero no podía concentrarse en el libro y decidió darse una ducha para calmar la inquietud.
No lo consiguió, pero al menos se refrescó, pensó al anudarse una fina bata de algodón. Todavía anudándosela, salió descalza al pasillo, se fue a inspeccionar a los gemelos y salió con una sonrisa al encontrarlos profundamente dormidos.
Fue entonces cuando se abrió la puerta de la habitación de Cal.
Cal había hecho todo lo posible por concentrarse también en las cuentas, pero la cara de Juliet no dejaba de aparecérsele entre los ojos y las cifras. Esperó hasta que creyó que ya estaría en la cama y se fue a su habitación, pero estaba demasiado inquieto como para dormir y decidió ir a dar un paseo para intentar recordar los motivos por los que hacer el amor con Juliet sería una mala idea.
Así que abrió la puerta y allí la encontró delante. Juliet se detuvo en seco al verlo y la sonrisa murió en sus labios al sentir una oleada de pánico. Sólo pudo mirarlo con unos ojos nublados de deseo.
Cal hizo lo mismo. Había hecho todo lo posible por evitar aquel momento pero allí estaban uno enfrente del otro deseándose. Para Cal, todo lo que había pasado desde que había llegado a Wilparilla había conducido de forma inevitable a aquel momento. Ya no podía luchar más ni quería hacerlo.
Sin decir una sola palabra y sin apartar los ojos de los de Juliet, retrocedió a la habitación y dejó la puerta abierta de par en par. Ella podría pasar de largo o entrar. Era su elección.
Juliet también lo supo. Sin embargo, no le parecía que le quedara ninguna elección. Lo sentía inevitable. Una parte de su cerebro se preguntó por qué habría esperado tanto tiempo cuando lo había deseado sin cesar. Toda aquella agonía, frustración y disimulo, ¿para qué habían servido?
Ya no tenía sentido disimular más.
Juliet cruzó el pasillo y entró en su habitación. Estaba muy silenciosa. Temblando, se quedó quieta esperando que Cal se moviera. Ninguno de los dos habló.
Durante un terrible momento se preguntó si lo habría interpretado mal pero entonces él cerró con la mano despacio y echó el pestillo. El chasquido sonó fantasmal en medio del silencio.
La habitación sólo estaba iluminada por la luz de la luna, pero era lo suficiente como para poder verlo allí parado en silencio y mirándola con intensidad.
Entonces se adelantó y le desató el cinturón de la bata. Juliet tenía el corazón desbocado y le temblaba todo el cuerpo. Cal le deslizó la bata por los hombros hasta que cayó con suavidad en el suelo de madera.
Su piel era luminosa como la luz de la luna y sus ojos dos oscuros pozos de deseo en su cara pálida. Cal la contempló. Sus piernas eran esbeltas, sus caderas suavemente redondeadas y sus senos plenos. Era más bonita de lo que había soñado. ¿Era aquella Juliet, cálida, jadeante y real en su habitación?