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Juliet no podía respirar. Estaba tensa, temblorosa y sacudida por un deseo tan profundo que creía que la haría estallar en miles de añicos si la tocaba y cuando por fin Cal deslizó los dedos por su clavícula apenas rozándole la piel, contuvo el aliento pero no se rompió.

En vez de eso, Cal la mantuvo en suspense, en el borde de un abismo de sensaciones mientras sus manos se deslizaban seductoras hacia abajo, rodeando sus senos, jugando sobre su vientre, abarcando sus caderas, muslos y nalgas hasta que Juliet ya no pudo soportarlo más. Cerró los ojos con un leve gemido y como si fuera la señal, Cal acortó la distancia entre ellos para poder besarla en la curva del cuello y los hombros.

El contacto de sus labios le produjo un estremecimiento de puro placer y Juliet estiró los brazos para poder atraerlo hacia sí. Murmurando su nombre, Cal la besó en el cuello, la garganta, la barbilla y los pómulos antes de posar su boca en la de ella por fin.

Se besaron con cierto tipo de desesperación, como si Cal se hubiera estado torturando tanto como ella, los dos al límite de la resistencia tras semanas de negarse lo que tanto habían deseado. Sus manos eran duras y se movían de forma posesiva por su cuerpo y Juliet enterró los dedos en su pelo mientras él la apretaba contra la pared besándola en la boca, en los ojos y en la boca de nuevo.

Juliet le devolvió los besos jadeante estremeciéndose ante el contacto de sus labios, ante la sensación de sus manos deslizándose por sus muslos y sus nalgas para alzarla contra él.

Los dedos de ella se afanaron con los botones de su camisa, pero con tanta torpeza que al final Cal se la quitó de un tirón. Tirándola a un lado, la atrajo una vez más y cuando sus senos rozaron contra su torso desnudo, la excitación fue tal, que ella lanzó un grito.

Con impaciencia, intentó desabrocharle los pantalones cortos, pero Cal estaba poseído por la misma urgencia y ya la estaba levantando en brazos para tenderla sobre su cama. Resistiendo los esfuerzos de ella por atraerlo con sus brazos, se quitó los pantalones antes de hacerlo.

Estaba yendo todo demasiado rápido, pensó Cal. Debería hacerlo más despacio, hacerlo especial para ella, para ambos, pero ¿cómo iba a hacerlo cuando podía sentir que la necesidad de Juliet era tan intensa como la suya? No tenían necesidad de hablar y ya habían esperado demasiado por aquello.

Juliet sonrió mientras estiraba los brazos hacia él con una sonrisa y Cal se detuvo a besarla y la dejó empujarlo hacia abajo y hacia ella. El primer encuentro sin impedimentos de sus cuerpos la hizo estremecerse. Estaba fluyendo, hundiéndose, disolviéndose en oleadas de placer mientras sus manos se movían con ansia sobre el cuerpo del otro. Cal le besó en la garganta, el hombro, los senos, la satinada suavidad de su estómago hasta que ella se retorció bajo él jadeando su nombre de una forma que le hizo perder a Cal el poco control que le quedaba.

Estaba lista para él, pensó lanzando un suspiro de alivio al sentirla dentro por fin enroscando sus piernas alrededor de él mientras la frenética sensación cedía para dar paso a un nuevo ritmo. Se movieron instintivamente juntos, lentamente al principio y después cada vez más rápido mientras la sensación crecía en poder e intensidad, arrastrándolos a una oleada de necesidad tan desbordante que no les quedó otro remedio que apretarse el uno contra el otro y dejarse llevar hasta que rompió por fin y los lanzó a una salvaje y turbulenta explosión de alivio.

Juliet emergió con sensación de saciedad física y la mente en blanco. No quería pensar; sólo quería permanecer allí echada y disfrutar del silencio. Sólo que no había silencio. En el aire resonaban los jadeos de ambos.

De forma insidiosa, la realidad se arrastró a pesar de sus intentos de cerrar la mente. Ella y Cal estaban allí echados sin tocarse y bajo la luz de la luna veía un leve velo de transpiración en el cuerpo desnudo de él. ¡Oh, Dios! ¿Qué habían hecho?

Como asaltado por la misma idea, Cal maldijo entre dientes y sacó las piernas de la cama para sentarse de forma brusca. Juliet pudo ver la curva de su espina dorsal y el hundimiento de sus hombros cuando apoyó los codos en las rodillas y se pasó las manos por el pelo con un gesto de desesperación.

Juliet se humedeció los labios.

– Supongo que ha sido una estupidez -dijo con cuidado.

Cal miró a la pared. Él no lo había sentido estúpido. Lo había sentido perfectamente bien.

– Supongo que sí.

Juliet deseaba arrodillarse y rodearle con sus brazos, besarle el cuello y atraerlo hacia ella de nuevo, cerrar los ojos y encontrarse donde no tuviera que pensar y lo único que importara fuera Cal, su boca, sus manos y la dureza de su cuerpo.

Pero por supuesto, no podía hacerlo.

En vez de eso, se incorporó despacio y agarró la bata del suelo. Cal la observó atarse el cinturón con manos temblorosas.

– Lo siento -dijo.

– No tienes por qué sentirlo -contestó Juliet en voz muy baja-. Tú abriste la puerta y yo entré. Debería darte las gracias -intentó sonreír-. Ya sabes, había pasado tanto tiempo…

¿Es que se pensaba que era algún tipo de gigoló?

– Me alegro de haber sido de utilidad -dijo él con un leve tono de amargura.

– No quería decir eso -Juliet se acercó para sentarse a su lado aunque sin rozarlo-. Mira, los dos queríamos hacerlo. Sólo que… no creo que sea buena idea que pase de nuevo.

Cal se dio la vuelta para mirarla con el cuerpo todavía ardiente por ella.

– ¿Te arrepientes?

– No -contestó ella con sinceridad-. Pero no quiero que las cosas cambien por culpa de eso.

– Nada va a cambiar -dijo con dureza él-. Yo sigo siendo tu capataz y tú mi jefa. ¿O tienes miedo de que olvide mi posición?

– No, no tengo miedo de eso, pero te necesito como capataz, Cal. Eso es más importante para mí que… bueno… ya sabes.

– ¿Que acostarte conmigo?

– Sí -admitió ella sin mirarlo.

– No necesitas preocuparte. Lo entiendo. Sólo ha sido algo físico para los dos, ¿verdad?

– Sí -dijo con debilidad Juliet-. Sí, eso es todo lo que ha sido.

– Entonces no veo por qué no vamos a seguir igual que antes. Aparentaremos que no ha pasado nunca.

– Creo que sería lo mejor.

Hubo una pausa y Cal se frotó la cara. Debería estar contento de que Juliet no fuera a engancharse a él o le montara algún lío, pero en vez de eso, lo único que quería era volver a la cama y besarla hasta que sus sensatas sugerencias se evaporaran.

– Vamos -dijo levantándose para ayudarla a ponerse en pie-. Será mejor que te vayas.

Sin sentir vergüenza de su desnudez, la llevó hasta la puerta y abrió. El sonido del pestillo le hizo recordar a Juliet cómo había empezado todo. Y ahora ya se había acabado y tenía que irse cuando lo único que quería era quedarse.

– No me mires así -dijo Cal interpretando mal su mirada de deseo-. No ha sido tan terrible, ¿verdad?

– No.

Bien sabía él que había sido maravilloso. Cal abrió la puerta.

– Buenas noches, jefa -dijo con una débil sonrisa.

– Buenas noches.

Juliet se dio la vuelta para irse, pero cediendo a un repentino impulso, se volvió y le dio un beso en la comisura de los labios. Sería la última vez que iba a besarlo, se dijo a sí misma.

– Gracias -susurró con suavidad antes de desaparecer.

Capítulo 8

SÓLO una cosa física. Juliet permaneció en la cama recordando los labios de Cal por su cuerpo y lo bien que se había sentido en sus brazos. Pensó en la excitación y el extraordinario y maravilloso júbilo que habían compartido. Sólo una cosa física.

Pero no iba a ser tonta, decidió. Cal era un hombre y ella una mujer, eso era todo. Habían cedido al deseo y ahora podían dejarlo a sus espaldas. Cal mismo había sugerido que aparentaran que no había ocurrido nada y eso era lo más adecuado.