Podría serlo, pero no era fácil, descubrió Juliet la mañana siguiente mientras lo tenía delante sin parpadear ni notársele la urgencia que le había poseído la noche anterior.
Cuando llegó Maggie se levantó con calma de su silla y llevó el plato al fregadero.
– Vamos a cargar ganado en los remolques hoy -le dijo a Juliet como si nunca la hubiera besado-. ¿Vas a venir o quieres quedarte en casa?
– Por supuesto que voy.
No quería hacerlo, pero tampoco quería que él pensara que lo de la noche anterior le había afectado más que a él. Tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en las vacas en vez de mirar a Cal, pero al menos la voz le salió normal cuando habló con él.
Lo que estaba temiendo era que llegara la noche y se fuera Maggie después de cenar. Si Cal daba un sólo paso, Juliet sabía que no sería capaz de resistir a pesar de todo lo que había dicho de sensatez. Y si se iba a la oficina, ¿se sentiría aliviada o decepcionada?
Pero cuando llegó el momento, Cal no hizo ninguna de las dos cosas.
– He estado revisando las cuentas -dijo mientras ayudaba a Juliet a recoger-. Creo que deberías sembrar algún cultivo el año próximo.
Así que Juliet tuvo que sentarse a escucharle hablar del sorgo cuando lo único que deseaba era que la llevara a su habitación y cerrara la puerta como había hecho la noche anterior. Y cuando terminó de hablar, él recogió los papeles, le dio las buenas noches con frialdad y se fue a la cama solo.
Con el paso de los días, Juliet empezó a sentirse irritada. Sí, era ella la que había sugerido que olvidaran lo sucedido, pero al menos Cal podía tener la decencia de demostrar que a él también le estaba costando.
Hizo un esfuerzo heroico por mostrarse normal delante de los niños, aunque por las miradas de curiosidad de Natalie parecía que no estaba teniendo tanto éxito como creía. Y cuando ella y Cal estaban a solas, estaba irritable y nerviosa por tener que disimular lo mucho que el cuerpo deseaba sus caricias.
Sabía que estaba siendo irracional, pero no podía evitarlo. Quien dijera que era mejor probar la miel una vez que nunca, no sabía de lo que estaba hablando.
Cal la ignoró al principio, pero después empezó a palpitarle un músculo en el mentón. Ya era bastante duro aparentar que nunca había hecho el amor con Juliet como para tener que aguantar su irritación. ¿Cómo iba a olvidarlo teniéndola siempre delante para recordarle la suavidad de seda de su piel y la dulzura de su boca? Ella podía alzar la barbilla todo lo que quisiera, pero él sabía que bajo aquel gesto frío ardía un fuego y una pasión que quitaban el aliento. ¿Cómo iba a olvidar aquello?
La tensión entre ellos fue en aumento con el paso de los días hasta que explotó por fin cuando Juliet cometió el error de revocar una decisión de Cal acerca de los planes de trabajo de la siguiente semana enfrente de los hombres. Sólo lo hizo porque la había estado tratando como a una vieja amargada toda la semana y sus explicaciones estaban poniéndose cada vez más paternalistas.
Contradecirlo frente a los vaqueros fue un golpe bajo, pero sólo había querido recordarle la situación. En cuanto las palabras salieron de sus labios, Juliet se arrepintió, pero era demasiado orgullosa como para admitirlo. Cal apretó los labios con una mueca peligrosa, despidió a los hombres con sequedad y asiendo a Juliet del brazo, la obligó a alejarse.
– ¿Quién dirige este rancho? -preguntó con voz cargada de desdén.
Juliet se frotó el brazo resentida, pero no pensaba dejarse acobardar por su furia.
– Yo.
Entonces alzó la barbilla con orgullo.
– ¡Y un cuerno! Yo dirijo Wilparilla. Tú no tienes ni idea de nada.
– Sé que Wilparilla es mío. ¡Un hecho que parece habérsete olvidado!
– ¿Cómo iba a olvidarlo? No tengo posibilidad contigo a mis espaldas todo el tiempo.
– Eso era parte de nuestro acuerdo -empezó ella.
Pero Cal no la dejó terminar.
– Lo que acordamos fue que te enseñaría a dirigir un rancho. Eso es lo que he estado haciendo aunque habría sido mucho más fácil si hubiera hecho sólo mi trabajo sin tenerte en medio.
Juliet estaba blanca de rabia.
– ¡No sabía que tenía que arrodillarme para darte las gracias! En lo que a mí respecta sólo has estado haciendo el trabajo por el que te pago. Si no estás contento con eso, sugiero que acabemos el período de prueba ahora mismo.
– ¿Es de eso de lo que va todo esto? -preguntó Cal con furia-. ¿Presionarme y después amenazarme en cuanto pongo objeciones? ¿Es ésa la idea?
– ¡No seas ridículo! -gritó Juliet dándose la vuelta.
Pero Cal la asió del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara a la cara.
– Esto es por lo de la otra noche, ¿verdad? Tuviste tu diversión y ahora estás avergonzada y quieres deshacerte de mí para poder emplear a otro tonto que se enamore de esos enormes ojos azules tuyos.
– ¿Cómo te atreves?
– Me atrevo porque me necesitas mucho más de lo que yo te necesito a ti. Si no fuera por mí, a estas alturas ya habrías perdido Wilparilla y lo sabes.
– Ahora escúchame…
Pero Cal la detuvo con un dedo en el pecho.
– ¡No, escucha tú! Te he aguantado mucho, Juliet y ya he tenido suficiente. Si no fuera por Natalie y por Maggie, te diría donde te puedes meter tu período de prueba, pero ellas están felices y asentadas y no voy a alterar su vida antes de tiempo. Eso significa que voy a esperar a que pasen los tres meses y entonces empezaré a buscar un rancho propio, que pueda dirigir con éxito sin tener que darte explicaciones ni a ti ni a nadie.
Bajó la mano con expresión de disgusto.
– ¡Y podrás buscarte otro hombre para divertirte cuando me haya ido! -terminó para salir a grandes zancadas en dirección a los hombres con la espalda rígida de rabia.
El ambiente en la cena esa noche fue tormentoso. Los dos estaban tan enfadados que no hicieron ningún intento por disimularlo delante de Maggie, que después de mirarlos a la cara se resignó a una silenciosa cena y escapó lo antes posible.
Juliet salió a la terraza haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas de furia y frustración, miseria y confusión. No iba a llorar por Cal. No iba a hacerlo. Entonces, ¿qué le quedaba? Ella no lo necesitaba, dijera él lo que dijera. Podía encontrar a otro capataz, alguien que pudiera seguir con el trabajo y no trastocara su vida y después la acusara de utilizarlo. Juliet contuvo un sollozo.
Cal, que había vuelto de un intento vano de quitarse su propia rabia y frustración con un paseo, la vio allí de pie, tensa como la cuerda de un arco y de brazos cruzados. ¿Y qué le importaba a él que estuviera sola y disgustada?, se preguntó con la intención de pasar por delante de ella y entrar en la casa. Pero cuando ella se dio la vuelta hacia él, la expresión de sus ojos disolvió su rabia y sólo dejó la convicción de lo mucho que la deseaba.
Cal lanzó un suspiro de aceptación.
– Juliet -dijo con suavidad caminando despacio hacia ella-. Juliet, ¿qué nos estamos haciendo a nosotros mismos?
Alargó la mano y le descruzó los brazos para tomarle las manos entre las suyas y Juliet sintió que la horrible tensión se evaporaba mientras la atraía hacia él.
– Te deseo -susurró con voz ronca y profunda-. Y tú me deseas, ¿verdad?
Cal la había atraído hacia la dura seguridad de su cuerpo hasta que la cara de Juliet descansó casi contra su garganta. Ella asintió, incapaz de negarlo por más tiempo.
– No nos hagamos más daño. ¿Por qué no aprovechamos lo más posible lo que tenemos?
Juliet podía oler su piel y sentir su respiración, tan tentadoramente cerca que era imposible pensar en más que en sus labios, que estaban a unos milímetros de su cuello. Si se inclinaba una pizca, podía besarle bajo la oreja.