– Les llevaré un poco de café y pastas.
Cal se estiró cuando vio acercarse el coche. Había esperado que Juliet apareciera.
– Buenos días, jefa.
Sonrió al verla salir del coche.
– Siento llegar tarde -dijo devolviéndole la sonrisa-. Me he quedado dormida.
– Si lo que traes en esos termos es café, estás perdonada -dijo Cal antes de volverse hacia los hombres para decirles que podían tomar un descanso.
– ¿Cuál es el problema? -preguntó desenroscando uno de los termos.
Mientras Cal se lo explicaba, se maravilló de lo fácil que era estar con él ahora que no tenía que disimular lo que lo deseaba. Su sonrisa le decía todo lo que necesitaba saber, asegurándole que lo de la noche anterior había sido tan especial para él como para ella, pero que por ahora era simplemente su capataz, como había prometido.
Las siguientes semanas fueron un sueño dorado para Juliet. Cal no la tocaba nunca por el día, incluso aunque estuvieran solos. Le producía una secreta excitación discutir programas de cría de la estación húmeda, como si no tuvieran nada más que un interés profesional en común y saber que en cuanto se cerrara la puerta de su habitación tras ellos, la desvestiría con premura y la tendería en su cama.
Hacían el amor con una pasión que la maravillaba y casi la asustaba de su intensidad. Se había familiarizado con su cuerpo y permanecía tendida contando las arrugas del rabillo de sus ojos o los callos de sus manos. Sabía exactamente cómo sonreía cuando la miraba y donde poner los dedos para que su fibroso cuerpo se estremeciera en respuesta.
Juliet volvía siempre a su habitación antes de que los niños despertaran, pero cada noche pasaba más tiempo con Cal, hechizada de su creciente amistad y de la pasión que compartían. Se quedaban echados juntos hablando durante horas, pero de lo que nunca hablaban era del futuro. Eso significaría pensar en lo que de verdad querían los dos y ni ella ni él estaban todavía preparados para ello.
De vez en cuando, Juliet sentía los agudos ojos de Maggie clavados en ella, pero si la tía de Cal sospechaba lo que estaba pasando, se guardaba sus opiniones para sí misma. Los vaqueros tampoco sabían, ni creía que les importara, que Cal y ella estuvieran acostándose juntos. Y no era que ella sintiera vergüenza de ningún tipo. Era como la intuición de que en cuanto su relación no fuera un secreto, tendría que admitir lo que sentía por él y ni siquiera lo sabía ella misma.
No estaba preparada para preguntarse a sí misma lo profundamente que estaba empezando a atarse a Cal. No quería saber qué pasaría cuando encontrara una tierra para él. Era más fácil no pensar y disfrutar de las cosas como estaban y pretender que podrían seguir así para siempre.
Cal tampoco estaba muy ansioso por el futuro. Natalie era feliz, él era feliz y sabía que la tía Maggie, aunque poco comunicativa, estaba contenta también. Él había ido a recuperar Wilparilla y no podía hacerlo sin hacerle daño a Juliet. Algún día se lo diría, se prometió a sí mismo. Pero todavía no.
Así que los dos cerraron la mente al futuro y se abandonaron al presente. Los días eran largos, calientes y duros, pero las noches eran dulces y Juliet estaba más feliz que en toda su vida. Los niños captaban su felicidad y ellos mismos eran más felices.
Sin saber cómo, todos habían caído en una rutina. A veces Cal bañaba a los gemelos mientras que Juliet escuchaba leer a Natalie o bañaban a los niños juntos mientras Natalie se sentaba al borde de la bañera y les contaba las cosas del día. Las semanas eran ocupadas, pero intentaban librar los domingos para montar a caballo, nadar o hacer una barbacoa como cualquier familia normal.
Un domingo, Juliet y Natalie estaban recogiendo la cocina después del almuerzo. Cal estaba vigilando a Kit y a Andrew para que estuvieran a la sombra y Juliet escuchó las carcajadas en el pasillo y sonrió a Natalie.
– ¿Qué crees que estarán haciendo? Deberían estar cansados, ¿no crees?
Sólo al terminar notó el sospechoso silencio.
– ¿Por qué no vas a ver tras lo que andan? Están demasiado callados como para hacer nada bueno -le pidió a Natalie.
Natalie volvió al cabo de dos minutos.
– Juliet, ven a verlo -dijo tirándole de la mano para llevarla a la habitación de los gemelos, donde se llevó un dedo a los labios y apuntó.
Cal estaba tendido en la cama de Andrew con los dos niños pequeños sobre él como muñecos y los tres estaban profundamente dormidos.
Por un terrible momento, Juliet creyó que se le había parado el corazón de la emoción. Las lágrimas asomaron a sus ojos y le apretó la mano a Natalie con fuerza al comprender por primera vez cuánto los amaba a todos. A Andrew. A Kit. A Natalie. Y a Cal.
Capítulo 9
LA primera idea de Juliet fue preguntarse cómo no había comprendido antes que lo amaba. Lo miró allí echado en la cama, con la cara relajada por el sueño y sus hijos estirados sobre él con confianza y supo que se había estado engañando a sí misma durante las mágicas semanas anteriores.
– Los dejaremos dormir -dijo en voz baja antes de darse la vuelta.
No quería estar enamorada de Cal. Había estado enamorada de Hugo y su historia de hadas se había convertido en una pesadilla de crueldad y decepción. Él había tomado su inocente adoración y la había hecho añicos. Ella había sido una joven enamorada y despreocupada y él casi había conseguido hundirle el espíritu.
Casi, pero no del todo. Las criticas, el desdén y las mentiras la habían hundido hasta llegar a creer que era tan inútil como Hugo decía siempre. Los niños le habían devuelto algo de confianza en sí misma, pero Juliet no quería volver a sufrir de aquella manera.
Enamorarte te hace vulnerable, dependiente de otro ser para tu felicidad y ella no creía poder pasar por aquello.
Pero no le quedaba mucha elección. De todas formas, ya se había enamorado de Cal y eso no iba a cambiar.
“Cal es diferente”, le gritaba el corazón. No tenía nada que ver con Hugo. Mientras que Hugo la había hecho sentirse una fracasada, Cal le hacía sentir que podía conseguir lo que quisiera. La hacía sentirse a salvo; la hacía sentirse sexy. Y no le había mentido como había hecho Hugo.
Juliet se aferró a aquella idea para darse seguridad. No, Cal no le había mentido nunca. Había sido completamente honesto con ella. “Te deseo… y tú me deseas”, le había dicho. “Ninguno de los dos queremos ataduras”. Nunca había aparentado que su relación fuera otra cosa que física. La deseaba, pero no la amaba. Eso lo había dejado claro desde el principio y ella no tenía motivos para pensar que hubiera cambiado de parecer.
¡Si siquiera pudiera volver a cómo estaban las cosas antes! Juliet deseó que Natalie nunca la hubiera llevado a ver a Cal con los niños.
También desearía poder decirle a Cal que lo amaba, pero el amor no había sido parte de su acuerdo. Podría estropearlo todo si lo confesaba. Él podría sentirse incómodo o acorralado. O podría irse si creía que iba a presionarle para que se comprometiera. Y Juliet pensaba que no podría soportar Wilparilla sin Cal.
Pero podría irse de todas formas, como había dicho que haría y entonces ella no podría soportarlo. Sería más fácil si él no supiera que lo amaba, ¿verdad?
Cuando Cal se despertó de la siesta, Juliet no aparecía por ninguna parte a la vista. Al final la encontró al lado del arroyo.
– ¡Ahí estás! -dijo al divisar su camisa rosa entre los árboles.
Juliet dio un respingo al escuchar su voz, pero consiguió parecer normal cuando llegó a su lado.
– Hola -forzó una sonrisa-. ¿Están los niños bien?
– Natalie está con ellos -Cal la miró con atención-. ¿Pasa algo malo?
– No, por supuesto que no -dijo ella con exceso de entusiasmo-. Me apetecía dar un paseo después de la comida -siguió hablando para no ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos y confesarle lo insegura que se sentía-. Solía venir hasta aquí cuando quería pensar y hacía mucho que no venía. Es evidente que no he estado pensando mucho últimamente.